Por @ruiz_senior
La inmensa mayoría de la gente que vivía en los años noventa
en los países del llamado primer mundo tenía la certeza de que el marxismo era
una corriente política superada tras la caída del muro de Berlín y la Unión
Soviética, pero en Hispanoamérica había habido varias generaciones de marxistas
profesionales, es decir, de miembros de camarillas de presuntos intelectuales
dedicados a predicar la doctrina comunista desde las universidades públicas o
de la Compañía de Jesús, siempre con sueldos equivalentes a los de varias
decenas de obreros explotados, de los que pagan impuestos para financiar la
educación.
Tras la conquista de Venezuela y de su fabulosa riqueza
petrolífera, el control del narcotráfico y la fundación del Foro de Sao Paulo,
hechos que permitieron el triunfo de Lula da Silva y otros personajes similares
en varios países de la región, el marxismo volvió a ser actualidad, en gran
medida porque esa doctrina del siglo xix
sirve a los nuevos dominadores (meros bandidos parecidos a los guerrilleros y
magistrados colombianos, como de hecho lo fueron los líderes de todos los
regímenes comunistas del siglo pasado) como cosmogonía que se impone sobre las
restricciones morales y por eso resulta una tecnología de dominación muy
eficaz.
Conviene detenerse en el personaje de Marx para entender su
doctrina y lo que implica. Por desgracia, la inmensa mayoría de los colombianos
que no comparten las ideas comunistas lo conciben como un demonio todopoderoso
que trajo la maldad más perfecta a un mundo que hasta entonces parecía
equilibrado.
Marx procedía de una próspera familia de origen judío
convertida al protestantismo, lo que ha animado toda clase de habladurías
antisemitas. Un primo suyo fue el patriarca de la empresa Philips. Estudió Filosofía
en Berlín, donde había enseñado Hegel unas décadas antes y aún se sentía su
influencia. La ambición del joven filósofo lo llevó a querer corregir al
maestro adaptando su dialéctica al «materialismo» que habían desarrollado otros
pensadores del mismo ambiente. Al emigrar a París estableció relaciones con
diversos teóricos socialistas y se interesó por la economía política de Adam
Smith y David Ricardo.
Ésas son las «tres fuentes y tres partes integrantes del
marxismo», a que aludía Lenin en un texto famoso. A grandes rasgos —según lo
explicado en el Manifiesto del partido
comunista, encargado por la Liga de los Comunistas, que era antes un grupo
cristiano—, la teoría marxista afirma que la historia de la humanidad es la
historia de la lucha de clases, que ha pasado por diversas fases desde el
comunismo primitivo hasta el capitalismo, que será superado por una nueva
sociedad en la que no habrá clases ni Estado (pues éste es un aparato de
dominación).
La adaptación que hace Marx de la economía política deja ver
las limitaciones de su profesión de filósofo y a la vez su ambición. Parece que
ve el mundo del trabajo como los señoritos comunistas colombianos de hace
cincuenta años veían a los obreros, material rosado o marrón embutido dentro de
un overol, abstracciones ciegas y sordas a la realidad. Según la teoría de la
plusvalía, la ganancia del capitalista equivale a las horas que no paga a los trabajadores,
siendo que la labor de todos estos vale lo mismo, tanto la del que diseña un
zapato como la del que carga los materiales. Es un desarrollo teórico de ideas
de Ricardo, que esquematiza hasta hacerlas grotescas. Cualquiera que conozca
una fábrica o siquiera un taller podrá comprobar lo disparatado de todo eso.
A pesar de su fama, Marx tiende a simplificaciones más bien
burdas y falaces. El hecho de que un grupo de personas posean los «medios de
producción» se atribuye a que despojaron de ellos al resto de la sociedad, lo
cual es una idea muy tonta: todo el mundo sabe que las máquinas se las inventa
alguien y se fabrican con la inversión de alguien. El procedimiento de
concebirlas como propiedad de toda la humanidad es un recurso demagógico que define
la doctrina marxista y se reproduce en toda la propaganda. El origen del
capital, la «acumulación originaria» se atribuye en el caso inglés a un
supuesto despojo de tierras que llevaron a cabo algunos aristócratas en el
siglo xvii, cosa también absurda
porque todo el mundo ha visto gente que se ha enriquecido partiendo casi de
cero, gracias a decisiones acertadas y productos que gustan al público.
Tan ajeno es Marx al mundo del trabajo, tan llena de
charlatanería profesoral es su doctrina, que no vacila en imaginar un mundo
futuro en el que el trabajo «no sea simplemente un medio de vida sino la
primera necesidad vital» (es decir, que pudiendo la gente quedarse retozando
todo el día y disfrutando de manjares y bebidas, tiene un impulso espiritual
superior que la lleva a levantarse a limpiar las alcantarillas). Cuando «corran
a chorro los manantiales de la riqueza colectiva […] la sociedad podrá escribir
en sus banderas “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus
necesidades”».
Se suele concebir el comunismo como un régimen de despojo y
terror a manos de bandas de conspiradores y demagogos que se apropian de todo,
y que casi siempre son meros malhechores sin escrúpulos, ansiosos como todo el
mundo de riquezas, mando y prestigio. Eso se da porque la revolución socialista
es como una operación de conquista; para entender esto basta ponerse en el
lugar de los aborígenes americanos antes del siglo xvi. Esa conquista no necesitaría del marxismo, ya había
ocurrido con la Revolución francesa, cuyo ejemplo inflamaba muchas cabecitas en
todo el siglo xix. Esa subversión
y esa tiranía son casi comprensibles y casi corrientes, baste ver la facilidad
con que la mayoría de la gente saquea las tiendas si tiene la certeza de quedar
impune; por ejemplo, ocurrió en el nazismo, aunque entonces las víctimas
directas del despojo y el exterminio eran una minoría étnica.
Lo interesante del marxismo, lo que hace que mucha gente lo
haya seguido «de buena fe» y se haya ilusionado con él, es el paraíso en que
concluiría la historia de la humanidad dividida en clases. Ese ensueño va más
allá de la envidia y el resentimiento, que son pura maldad reactiva, pues para
convertirse en mártires, como lo fueron muchos por el ideal comunista, hace
falta algo más que concupiscencia. Y sin duda conviene detenerse a pensar en lo
que es realmente: ¿cómo será la vida cuando cada uno reciba según sus
necesidades y aporte según sus capacidades? ¿Quién evaluará cuáles son esas
necesidades y esas capacidades? ¿De qué modo querrán todos trabajar
placenteramente para aportar a la riqueza colectiva?
Lo entendí viendo en el canal AMC Crime reportajes sobre
sectas «destructivas», que funcionan con base en la supresión de la
individualidad. El «hombre nuevo» de la sociedad comunista es el miembro de una
secta que ha renunciado a sus fines individuales y termina suprimiendo hasta el
instinto de supervivencia. La sociedad sin clases es la sociedad sin individuos
libres, conclusión a la que también se podría llegar entendiendo que la
libertad individual y la propiedad privada son lo mismo.
Para resumir, la teoría económica de Marx sólo es retórica
profesoral, nadie ha contribuido al «avance de las fuerzas productivas» con
ella, su proyecto redentor conduce a una vida animalizada y su filosofía es
pura charlatanería de líder de secta.
Es tan cierto lo que escribe que Marx y Engels, que dedicaron toda su vida a "luchar" contra la Revolución industrial, no encontraron en el mundo otra ciudad mejor que Londres para disfrutar de su jubilación dorada.
ResponderBorrarBueno, ellos anunciaban el futuro, no puede pedírseles que lo que prometían estuviera en el pasado. La capital del capitalismo sería la ciudad más avanzada de su tiempo, también para ellos.
ResponderBorrarCoincido con el articulo, es cierto que muchos personajes del pasado nos llegan aqui a nuestro particular pais muy distorsionados.
ResponderBorrarSi uno pudiera "volver al pasado" y viera como vivio en realidad cada personaje historico, se llevaría uno sorpresas.
Parece Marx, como muchos otros nos llego ya convertido en leyenda tanto por sus seguidores como por sus enemigos.
Supongo yo, debio ser un tipo en cierto modo "convincente" para hacer sobresalir su discurso por encima de otros caballeros que tenían mas o menos ideas similares y le competían en su momento en el mercado de ideas filosóficas/sociales.
Pero la verdad no acierto a entender el proceso de Marx a figura publica mundial, es dificil imaginar como vivían este tipo de personajes en aquellos dias, en aquellas tierras.
Hoy en dia tambien veo que en USA hay gente como pseudo-filosofa que inventa una idea y la proclama a todos los cuatro vientos y de allí saca para el y las editoriales jugosos ingresos, creo ya en epoca de Marx algo asi debido haber ocurrido,
ya había pues propaganda.
Marx atino yo a pensar consiguió buenos contactos para hacer visibles sus libros. De no ser asi, hubiera quedado como un nombre oscuro unicamente conocido por los estudiantes de filosofia y/o sociología.
Ejemplo Durkheim y Bakunin no deben decirle mucho a las personas, Marx parece tuvo algo de suerte y dio con los contactos adecuados para hacerse celebre en ese mercado de ideas.
José Casagrande: La ciencia del socialismo científico de Marx es la determinación de tomar el poder por medio de la violencia apoyándose en las masas obreras. Otros socialistas no habían visto ese nicho de mercado, otros obreristas no presentaban esa aspiración, y todos tenían menos nivel que un filósofo alemán. El estatismo era una corriente poderosa que encontró en el marxismo el coctel eficaz.
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