Por @ruiz_senior
La decisión de la JEP de amnistiar del delito de
rebelión al cabecilla narcoterrorista Rodrigo Granda era previsible pues ¿qué
otra cosa va a hacer un tribunal nombrado por los criminales? Rasgarse las
vestiduras por eso como si fuera posible esperar otra cosa es una muestra de
mala fe o hipocresía. Pero esa disposición es común en Colombia porque quien
cuestione el discurso oficial sobre el conflicto y la paz está en minoría.
¿Cómo ha sido posible que el país que en 2002 eligió a Uribe con la
determinación de detener la orgía de crímenes terroristas esté tan conforme
ahora con un gobierno en el que esos asesinos llevan la voz cantante y las
hectáreas de narcocultivos son muchas más que entonces? ¿Qué ha pasado en estos
veinte años para que una clara mayoría partidaria de la ley haya dejado
triunfar al hampa?
Se podría decir que el autor de ese triunfo de las FARC y sus cómplices se
llama Álvaro Uribe Vélez, aunque no sería exacto, tampoco si en lugar de él se
aludiera a quienes lo rodean. El autor de ese triunfo es el uribismo, la
adulación que llevan a cabo políticos y aspirantes a cargos que carecen de
escrúpulos, y la adoración fanática del populacho que encontró en un ídolo la
respuesta a las dificultades y nunca quiso darse cuenta de la inanidad del caudillo.
Suelen decir que Uribe «salvó el país» y uno se queda pensando que sería mejor
que no lo hubiera salvado, porque ahora todo lo que buscaban las FARC en el
Caguán ya lo han conseguido y el país es mucho más dependiente de la cocaína
que nunca antes. Y también que Santos «lo engañó», como si esa posibilidad no
fuera más horrible que la simple complicidad. Cualquiera que conociera la
revista Alternativa, dirigida por el
hermano mayor de Juan Manuel Santos, sabe que esa gente es la que
verdaderamente dirige el narcotráfico y el terrorismo, algo que con mayor razón
tiene que saber un político del más alto nivel.
Lo más extraño es que los logros de los gobiernos de Uribe se le atribuyen a él
como si la gente que lo eligió no contara. Fue presidente porque encarnaba el
anhelo de resistir a las bandas narcocomunistas, que en gran medida
retrocedieron durante sus gobiernos, pero las tramas urbanas, las que
verdaderamente importan, más bien se reforzaron: la CUT, con su principal
sindicato, Fecode, hegemónico en la educación, las altas cortes, las
universidades y los medios, estos últimos «regados» copiosamente con dinero
público.
Es decir, en la concepción de los uribistas el hecho de que hasta cierto punto
un gobernante cumpla la misión que se le ha encomendado es un mérito exclusivo
suyo y no lo que debe ocurrir. ¿Cumplió Uribe con el mandato para el que fue
elegido? En su primer gobierno el ministro de Interior era Fernando Londoño y
lo que vivió Colombia fue un verdadero milagro, de una situación de colapso
institucional y ruina segura se pasó a un considerable crecimiento económico y una
drástica reducción de todos los indicadores de violencia.
Los problemas eran otros: ante la poderosa ola de rechazo a las FARC que
despertó el Caguán y tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, que
determinaron un cambio de política en Washington respecto del terrorismo, el
clan dueño del país prefirió esperar a 2006, no sin dejar de tener a su «ficha»
en el Consejo de Ministros, pues ¿qué sentido tenía que el vicepresidente fuera
Francisco Santos, un periodista que había defendido el despeje del Caguán hasta
el final? Para 2006 no había un sucesor de Uribe y éste, a saber por qué
motivos, hizo cambiar la ley para poder aspirar a la reelección.
El desafío que Colombia tenía en ese periodo 2002-2006 era, por una parte,
construir una alternativa al todopoderoso «liberalismo» sin caer en los errores
de los gobiernos de Betancur y Pastrana, tan complacientes con el crimen
organizado como los de Barco, Gaviria o Samper. Uribe no tenía el menor interés
en eso porque mantenía toda clase de lealtades con su antiguo partido. La única
salida que se le ocurrió fue permanecer en la presidencia cambiando la ley,
para lo que tuvo que aliarse con el clan de los Samper y los Santos. El periodo
siguiente fue el de las grandes derrotas de las FARC pero también el de la
preparación del relevo por Juan Manuel Santos, que como ministro de Defensa
creaba su red de lealtades en las fuerzas militares y perseguía a cualquier
militar que destacara por defender la ley.
Por otra parte, había que plantearse construir una verdadera democracia, con
jueces independientes y no meros militantes comunistas o «fichas» del clan
oligárquico cuyo nombramiento dependía de la masacre de los verdaderos juristas
en noviembre de 1985 y del golpe de Estado de 1991. Pero ciertamente Uribe no
estaba para eso, pues era uno de los autores de dicho golpe de Estado, a tal
punto que en calidad de senador presentó una ponencia que reforzaba la
impunidad del M-19.
El poder mediático estaba atento a contener a cualquier aspirante a la
presidencia que pudiera estorbar a Santos, de ahí salió el tremendo escándalo
de Invercolsa, consistente en que Londoño había comprado acciones reservadas a
los empleados sin serlo, como si el hecho de que éstos pudieran comprarlas no
fuera de por sí una iniquidad. Lo mismo ocurrió con las inverosímiles condenas
al coronel Plazas Vega y a Andrés Felipe Arias, a las que tampoco se opuso el
uribismo para no traicionar la palabra empeñada a Santos.
La presidencia del tartamudo fatídico y su monstruosa obra son el fruto del
uribismo, que lo hizo elegir en 2010 y no le hizo oposición después, que nunca
denunció la atrocidad de llamar «paz» a las «negociaciones de paz» que eran
simplemente la supresión de la ley y el premio del crimen y que finalmente
desaprovechó la derrota de Santos y corrió a salvar el infame acuerdo, lo que
se reforzó con la presidencia de Duque, absolutamente indolente respecto a las
infamias del acuerdo y el narcotráfico.
No se preocupen de que Petro convierta a Colombia en otra Cuba. Colombia ya es
otra Cuba. Y para remediarlo hay que deshacer todo lo que el clan oligárquico
ha ido imponiendo durante más de medio siglo, hay que convocar una
Constituyente legítima, hacer un Núremberg al Partido Comunista y a las demás bandas
criminales y un juicio a todos los procesos de paz, así como una evaluación de
las sentencias emitidas por las cortes surgidas del golpe de Estado de 1991.
Dichas medidas no pueden entenderse como un ejercicio de sectarismo sino como
mero sentido común. ¿O en qué país democrático se admite que los criminales
nombren a los jueces?
El cambio pendiente no puede ser superficial, no es como que un país normal
haya elegido a un patán que formó parte de una banda de asesinos. Se trata del
país de la cocaína, el país sin ley. El uribismo no forma parte de los que
buscan ese cambio. Más bien es un estorbo y un factor de confusión: en realidad,
respecto de todas las cuestiones importantes, está en el mismo bando de Petro.
Puede que quien crea en la democracia liberal esté en absoluta minoría, pero
para contarse en el bando del hampa no se entiende por qué no unirse directamente
a Petro como hacen los políticos del Partido Conservador.
Me da tristeza haber sido engañado por Uribe desde 2002 hasta 2016 cuando nos robó el plebiscito para entregarnos a los terroristas. Si eso es uno que puede leer internet, le interesan la Historia, los blogs y las columnas de opinión ¿Cómo serán los que jamás se preguntan siquiera si quedó bien o mal adoctrinado en la escuela y en el colegio o la universidad? ¡Y pensar en que el gobierno Petro tiene gran aceptación según las encuestas!
ResponderBorrarTiene razón, estamos en inmensa minoría, y los votos de las víctimas valen igual que los de los terroristas.
Gracias por sus comentarios, sí, la mayoría de la humanidad no está formada por sabios.
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