Últimamente se ha puesto de moda en los medios esa palabra, iliberal, sospechosa como todos los neologismos y fea como pocas. Se supone que es algo parecido a "antiliberal" y en realidad se usa para describir a cualquiera que ofrezca resistencia a la conjura totalitaria global, cuya existencia niegan quienes usan el término. En últimas, el objetivo de tal definición es Trump y su partido, junto con Bolsonaro, Orban y otros líderes que cuestionan el consenso gracias al cual los socios de Cuba e Irán gobiernan tranquilamente en España, Argentina, México y otros países sin que esos "liberales" lo rechacen.
La plaga del arcoíris
Así tituló Mario Vargas Llosa un reciente artículo en el diario El País en el que se refiere a las elecciones en Polonia. Es un texto que merece muchos comentarios y da que pensar. Primero por su pésima factura, que en realidad corresponde a la vulgaridad de sus ideas. Una frase como "Es norteamericana, casada con un polaco democrático y liberal y vive en Polonia" habría lesionado gravemente la nota de una redacción en la secundaria.
Su cita de una periodista izquierdista a la que admira lleva a pensar que es su única información sobre las elecciones polacas. La autoridad del premio Nobel hace que una opinión poco fundamentada cuente más que la de gente que conoce el asunto. La calidad del juicio de Vargas Llosa sobre esa periodista se puede imaginar recordando su apoyo a la negociación de Santos con las FARC, influido por su amigo Héctor Abad Faciolince.
Pero en fin el cuento con que empieza es con que Duda obtuvo un segundo mandato gracias a una campaña contra los homosexuales. Es algo que se debe evaluar con cuidado.
Admítase que en Polonia la mayoría de la gente mayor o rural o de mentalidad tradicional desaprueba las relaciones entre personas del mismo sexo por motivos religiosos, lo que Vargas Llosa está diciendo es que las personas que practican esas relaciones son objeto de una campaña de odio que llevó al triunfo de Duda, y eso es falso. Lo que mueve al votante no es la defensa de las costumbres, y antes de la caída del comunismo la vida sexual de la gente no era objeto de discusión en las campañas electorales.
Lo que define esa polémica no es la persecución a esas personas, que obviamente no está en el programa del presidente polaco, sino las políticas de identidad, que son sólo una forma de ingeniería social distópica a la que con razón se resisten los polacos, y en general todas las naciones que sufrieron el comunismo como imposición resultante de la Segunda Guerra Mundial en Europa.
El tabú de la sodomía y de otras formas de relación sexual entre personas del mismo sexo ha acompañado a la humanidad desde que hay registros, y el hecho de que sea algo especialmente condenado por la tradición central de Occidente, el cristianismo, debería ser objeto de atención. Es realmente discutible que haya un gen gay, pese al intenso condicionamiento genético de toda la conducta. El caso es que cualquier persona puede verse tentada a obtener placer de ese modo, es decir, a violar el tabú que impera en las culturas de Extremo Oriente, de la India, del islam, de toda África y hasta ahora también de Occidente (cierta clase de relaciones entre varones de distintas edades eran admitidas en la Grecia antigua, pero nadie debe pensar que la vida entonces era una fiesta de "locas"). La tolerancia con esas actitudes es ya algo unánimemente aceptado en Occidente, pero nadie está proponiendo ninguna clase de persecución: cada uno vive como quiere.
Esa ruptura de tabúes que se experimenta como una liberación se va ampliando. La promoción sistemática del aborto y la eutanasia expresa el anhelo de dejar atrás el tabú que prohíbe matar, y pronto se verán corrientes que hagan retroceder tabúes como el incesto y la pedofilia. También la antropofagia terminará siendo lícita. Depende de lo que digan los jóvenes, pues ocurre en todos los países con los partidos de la conjura totalitaria, que la mayoría de los votantes son los jóvenes, increíblemente dotados por la propaganda de una autoridad que no tienen los demás. Este cambio también es novedoso, antes se valoraba la sensatez y se elegía un senado, palabras que derivan del latín sen, anciano. A los jóvenes es más fácil manipularlos, como puede comprobar cualquiera que ha cumplido cuarenta años.
Las políticas de identidad se presentan como una forma de lucha contra la intolerancia y de defensa de la libertad pero son una gran campaña de corrupción y división de la sociedad que emprende la conjura totalitaria. Un muchacho que cede a las ofertas de felación de otro hombre en otra época sería visto como un criminal, un degenerado, una persona débil de carácter, etc. Con las políticas de identidad se convierte en un agraviado, víctima de los que sólo disfrutarían de eso con mujeres o no lo harían. Tras la caída del comunismo los grupos radicales de las universidades encontraron en el feminismo, el ambientalismo, el antirracismo y otras causas parecidas al pueblo elegido que enderezaría la historia, el trasunto del viejo proletariado. El colectivo LGBTI es una de esas opciones, particularmente útil para que esos grupos alcancen poder político porque la propaganda se hace con caricias, fiestas y maquillaje y la intimidación es más eficaz.
La conjura totalitaria tiene una base social amplia constituida por una especie de casta sacerdotal que se va generando en las sociedades posindustriales: maestros, jueces, periodistas, empleados de las diversas industrias de entretenimiento, funcionarios de diverso rango y personas improductivas cuya vida consiste en consumir drogas y buscar diversiones sexuales. Vista la rentabilidad de la causa LGBTI, se han dedicado grandes esfuerzos, de la poderosa red de medios de Soros, de las grandes empresas de internet, de los gobiernos "de izquierda" en todos los países (no sólo los gobiernos centrales sino muchos regionales y municipales, que son los directamente implicados en el adoctrinamiento escolar), de Netflix y las demás fábricas de fantasías y de las farándulas de cada lugar para hacer "normal" las relaciones entre personas del mismo sexo. Un niño de cuatro años en España ya está persuadido de que algún día tendrá novia o novio, da lo mismo. En realidad tener novia es ser antiguo y opresor, cuanto más opte el niño por la homosexualidad más aprobación tendrá de sus maestros.
No hace falta decir que el presupuesto público es el principal móvil de todas esas causas. Hacerse homosexual profesional y afiliarse a alguna secta taimadamente comunista es lo que se dice labrarse un futuro, con sueldos de ensueño y muchas opciones para prosperar. El editor que publica libros sobre familias de dos madres tiene seguras las ventas porque los maestros exigirán esos libros a los niños, con ese mercado seguro, los escritores de libros para esos segmentos de edad inventan historias de ese tipo, sin hablar de que las ofertas de trabajo en la televisión y las demás industrias culturales abundan. En países como España los diversos frentes estatales de mejora de la conducta pública, es decir, de persecución del machismo o de la homofobia, son una formidable fuente de empleos que pagan los machistas y homófobos que necesitan que sus hijos experimenten la necesaria corrección.
Particularmente espantoso es el caso de las personas "trans". Hace ya muchas décadas se sabe de hombres jóvenes que se operan o toman hormonas para tener pechos parecidos a los de las mujeres y en general un aspecto parecido al de una prostituta. Casi siempre eso tenía que ver con las expectativas profesionales que tenían. Puede que tener relaciones sexuales sea más rentable y cómodo que otros trabajos que se les ofrecen a las personas de esos estratos sociales. Creer que se pertenecía a otro sexo era hasta hace poco un trastorno psiquiátrico, además muy raro. Yo nunca oí hablar de personas que se creyeran de otro sexo. Esas personas son inventadas por la conjura totalitaria y existen en las leyes antes que en la realidad. Sirven para crear una dictadura de la opinión con el "delito de odio", de lo cual es buen ejemplo de un autobús español que llevaba estampada en su cubierta la leyenda "Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva", cuyos autores fueron encausados por un juez por delito de odio contra las personas "trans". Como ocurre con todas las campañas totalitarias, los niños son víctimas predilectas.
La conjura totalitaria es el viejo comunismo con nuevas consignas: no será el paraíso de los de abajo sino el recreo perpetuo. La variada oferta de libertinaje sexual se refuerza con el consumo de psicotrópicos. Las personas débiles, desgraciadas o desorientadas encuentran en las drogas una euforia incentivada que las hace sentirse en una fiesta perpetua y descuidan sus actividades laborales, se van convirtiendo sin darse cuenta en una especie de mendigos, sólo que su condición no les resulta visible porque los han convencido de que la vivienda o la salud son "derechos" que sólo tienen que reclamar y que tienen que pagarles los que trabajan.
Pero a su vez el comunismo sólo fue una epifanía, una avatara (en la India, encarnación del dios Visnú), de algo más antiguo y aún no derrotado: el Estado moderno, una maquinaria tan poderosa que la casta que lo controle se hace dueña de la sociedad, como de hecho ya ocurrió en la antigua Roma. La corrupción de las costumbres promovida por esa casta es un aspecto que merece la mayor atención, pero en general ese tema es extenso y ya lo he comentado en entradas anteriores (1-2)
De eso trata el "odio al gay" que encuentra Vargas Llosa en las elecciones polacas, de la resistencia de una sociedad a esa imposición brutal. Según él, además del "odio" al gay hubo en las elecciones polacas otras dos "taras sanguinarias", el nacionalismo y el antisemitismo. Respecto al nacionalismo, no parece una manía de odio al extranjero ni de afán belicista, pero es obvio que la resistencia ante una imposición como la de la distopía moderna tenga que recurrir a la comunidad y a la identidad originarias. No habría tradición sin nación. Fiel a su rigor, resulta que para Vargas Llosa cualquier patriotismo es igual al nazismo.
La acusación de antisemitismo también da que pensar. El final del artículo de Vargas Llosa termina ocupándose de los periódicos de capital extranjero. Puede que el antisemitismo sea sólo la resistencia a la red de Soros. Es el dominio de ese consorcio lo que Vargas Llosa entiende por "democracia civilizada" y "genuina democracia". Las otras son "fanáticas e iliberales", como Hungría a la que, dice, "es muy difícil seguir llamando democrática". ¿Se podría comparar con España, donde el gobierno fue elegido con los votos de los herederos de una banda de asesinos, partidos de golpistas condenados y sicarios iraníes y venezolanos? Claro, depende de lo que le parezca a Soros. Aparte de los insultos contra el presidente húngaro y su partido, no hay nada que permita cuestionar la legitimidad de su sistema político.
La democracia "iliberal"
De las elecciones polacas y el "iliberalismo" se ocupa también Guy Sorman, un periodista francés del que habría que esperar más circunspección y rigor que de Vargas Llosa. Lo que se encuentra es una sarta de mentiras más grotesca, empezando por la acusación de antisemitismo contra el reelegido presidente polaco y contra el húngaro Victor Orban. En ambos casos son falsedades, mucho más descaradas en el caso de Orban, cuya amistad con los judíos y con Israel es bien conocida. De nuevo el antisemitismo que ven estos personajes es la hostilidad hacia Soros y su red.
Sí que pronunció Orban en 2014 un discurso contra el liberalismo, entendido éste como el orden en el que las naciones se disuelven y el poder real termina en manos de las grandes corporaciones. El efecto de sus políticas, además de la hostilidad de los amigos de Soros y del "consenso socialdemócrata" no va más allá de las calumnias tipo "extrema derecha", "antisemita", etc. Los críticos húngaros o polacos del gobierno cuentan con garantías casi impensables en España, donde el gobierno es una obscena caterva de delincuentes dirigidos por un impostor grotesco.
Ni Vargas Llosa ni Sorman ven el problema de la dominación implícito en la campaña de la nueva izquierda y su casta sacerdotal. Como dijo Borges en alguna ocasión de algún contradictor, hay que dudar de su honestidad para creer en su inteligencia. La batalla que conciben contra oscurantistas e intolerantes parece del siglo XIX y la realidad de la invasión vertical de los bárbaros, o si se quiere de los "libres de tabús" les resulta invisible.
Lo que se votaba en Polonia, y en noviembre en Estados Unidos, es la persistencia de la sociedad libre. La hegemonía de los comunistas y sus herederos sólo asegura para muchos países un futuro como el venezolano, a veces tras cruentas guerras civiles. A punta de placeres, los totalitarios están conquistando a la gente más blanda para implantar esos regímenes.
Su cita de una periodista izquierdista a la que admira lleva a pensar que es su única información sobre las elecciones polacas. La autoridad del premio Nobel hace que una opinión poco fundamentada cuente más que la de gente que conoce el asunto. La calidad del juicio de Vargas Llosa sobre esa periodista se puede imaginar recordando su apoyo a la negociación de Santos con las FARC, influido por su amigo Héctor Abad Faciolince.
Pero en fin el cuento con que empieza es con que Duda obtuvo un segundo mandato gracias a una campaña contra los homosexuales. Es algo que se debe evaluar con cuidado.
Admítase que en Polonia la mayoría de la gente mayor o rural o de mentalidad tradicional desaprueba las relaciones entre personas del mismo sexo por motivos religiosos, lo que Vargas Llosa está diciendo es que las personas que practican esas relaciones son objeto de una campaña de odio que llevó al triunfo de Duda, y eso es falso. Lo que mueve al votante no es la defensa de las costumbres, y antes de la caída del comunismo la vida sexual de la gente no era objeto de discusión en las campañas electorales.
Lo que define esa polémica no es la persecución a esas personas, que obviamente no está en el programa del presidente polaco, sino las políticas de identidad, que son sólo una forma de ingeniería social distópica a la que con razón se resisten los polacos, y en general todas las naciones que sufrieron el comunismo como imposición resultante de la Segunda Guerra Mundial en Europa.
El tabú de la sodomía y de otras formas de relación sexual entre personas del mismo sexo ha acompañado a la humanidad desde que hay registros, y el hecho de que sea algo especialmente condenado por la tradición central de Occidente, el cristianismo, debería ser objeto de atención. Es realmente discutible que haya un gen gay, pese al intenso condicionamiento genético de toda la conducta. El caso es que cualquier persona puede verse tentada a obtener placer de ese modo, es decir, a violar el tabú que impera en las culturas de Extremo Oriente, de la India, del islam, de toda África y hasta ahora también de Occidente (cierta clase de relaciones entre varones de distintas edades eran admitidas en la Grecia antigua, pero nadie debe pensar que la vida entonces era una fiesta de "locas"). La tolerancia con esas actitudes es ya algo unánimemente aceptado en Occidente, pero nadie está proponiendo ninguna clase de persecución: cada uno vive como quiere.
Esa ruptura de tabúes que se experimenta como una liberación se va ampliando. La promoción sistemática del aborto y la eutanasia expresa el anhelo de dejar atrás el tabú que prohíbe matar, y pronto se verán corrientes que hagan retroceder tabúes como el incesto y la pedofilia. También la antropofagia terminará siendo lícita. Depende de lo que digan los jóvenes, pues ocurre en todos los países con los partidos de la conjura totalitaria, que la mayoría de los votantes son los jóvenes, increíblemente dotados por la propaganda de una autoridad que no tienen los demás. Este cambio también es novedoso, antes se valoraba la sensatez y se elegía un senado, palabras que derivan del latín sen, anciano. A los jóvenes es más fácil manipularlos, como puede comprobar cualquiera que ha cumplido cuarenta años.
Las políticas de identidad se presentan como una forma de lucha contra la intolerancia y de defensa de la libertad pero son una gran campaña de corrupción y división de la sociedad que emprende la conjura totalitaria. Un muchacho que cede a las ofertas de felación de otro hombre en otra época sería visto como un criminal, un degenerado, una persona débil de carácter, etc. Con las políticas de identidad se convierte en un agraviado, víctima de los que sólo disfrutarían de eso con mujeres o no lo harían. Tras la caída del comunismo los grupos radicales de las universidades encontraron en el feminismo, el ambientalismo, el antirracismo y otras causas parecidas al pueblo elegido que enderezaría la historia, el trasunto del viejo proletariado. El colectivo LGBTI es una de esas opciones, particularmente útil para que esos grupos alcancen poder político porque la propaganda se hace con caricias, fiestas y maquillaje y la intimidación es más eficaz.
La conjura totalitaria tiene una base social amplia constituida por una especie de casta sacerdotal que se va generando en las sociedades posindustriales: maestros, jueces, periodistas, empleados de las diversas industrias de entretenimiento, funcionarios de diverso rango y personas improductivas cuya vida consiste en consumir drogas y buscar diversiones sexuales. Vista la rentabilidad de la causa LGBTI, se han dedicado grandes esfuerzos, de la poderosa red de medios de Soros, de las grandes empresas de internet, de los gobiernos "de izquierda" en todos los países (no sólo los gobiernos centrales sino muchos regionales y municipales, que son los directamente implicados en el adoctrinamiento escolar), de Netflix y las demás fábricas de fantasías y de las farándulas de cada lugar para hacer "normal" las relaciones entre personas del mismo sexo. Un niño de cuatro años en España ya está persuadido de que algún día tendrá novia o novio, da lo mismo. En realidad tener novia es ser antiguo y opresor, cuanto más opte el niño por la homosexualidad más aprobación tendrá de sus maestros.
No hace falta decir que el presupuesto público es el principal móvil de todas esas causas. Hacerse homosexual profesional y afiliarse a alguna secta taimadamente comunista es lo que se dice labrarse un futuro, con sueldos de ensueño y muchas opciones para prosperar. El editor que publica libros sobre familias de dos madres tiene seguras las ventas porque los maestros exigirán esos libros a los niños, con ese mercado seguro, los escritores de libros para esos segmentos de edad inventan historias de ese tipo, sin hablar de que las ofertas de trabajo en la televisión y las demás industrias culturales abundan. En países como España los diversos frentes estatales de mejora de la conducta pública, es decir, de persecución del machismo o de la homofobia, son una formidable fuente de empleos que pagan los machistas y homófobos que necesitan que sus hijos experimenten la necesaria corrección.
Particularmente espantoso es el caso de las personas "trans". Hace ya muchas décadas se sabe de hombres jóvenes que se operan o toman hormonas para tener pechos parecidos a los de las mujeres y en general un aspecto parecido al de una prostituta. Casi siempre eso tenía que ver con las expectativas profesionales que tenían. Puede que tener relaciones sexuales sea más rentable y cómodo que otros trabajos que se les ofrecen a las personas de esos estratos sociales. Creer que se pertenecía a otro sexo era hasta hace poco un trastorno psiquiátrico, además muy raro. Yo nunca oí hablar de personas que se creyeran de otro sexo. Esas personas son inventadas por la conjura totalitaria y existen en las leyes antes que en la realidad. Sirven para crear una dictadura de la opinión con el "delito de odio", de lo cual es buen ejemplo de un autobús español que llevaba estampada en su cubierta la leyenda "Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva", cuyos autores fueron encausados por un juez por delito de odio contra las personas "trans". Como ocurre con todas las campañas totalitarias, los niños son víctimas predilectas.
La conjura totalitaria es el viejo comunismo con nuevas consignas: no será el paraíso de los de abajo sino el recreo perpetuo. La variada oferta de libertinaje sexual se refuerza con el consumo de psicotrópicos. Las personas débiles, desgraciadas o desorientadas encuentran en las drogas una euforia incentivada que las hace sentirse en una fiesta perpetua y descuidan sus actividades laborales, se van convirtiendo sin darse cuenta en una especie de mendigos, sólo que su condición no les resulta visible porque los han convencido de que la vivienda o la salud son "derechos" que sólo tienen que reclamar y que tienen que pagarles los que trabajan.
Pero a su vez el comunismo sólo fue una epifanía, una avatara (en la India, encarnación del dios Visnú), de algo más antiguo y aún no derrotado: el Estado moderno, una maquinaria tan poderosa que la casta que lo controle se hace dueña de la sociedad, como de hecho ya ocurrió en la antigua Roma. La corrupción de las costumbres promovida por esa casta es un aspecto que merece la mayor atención, pero en general ese tema es extenso y ya lo he comentado en entradas anteriores (1-2)
De eso trata el "odio al gay" que encuentra Vargas Llosa en las elecciones polacas, de la resistencia de una sociedad a esa imposición brutal. Según él, además del "odio" al gay hubo en las elecciones polacas otras dos "taras sanguinarias", el nacionalismo y el antisemitismo. Respecto al nacionalismo, no parece una manía de odio al extranjero ni de afán belicista, pero es obvio que la resistencia ante una imposición como la de la distopía moderna tenga que recurrir a la comunidad y a la identidad originarias. No habría tradición sin nación. Fiel a su rigor, resulta que para Vargas Llosa cualquier patriotismo es igual al nazismo.
La acusación de antisemitismo también da que pensar. El final del artículo de Vargas Llosa termina ocupándose de los periódicos de capital extranjero. Puede que el antisemitismo sea sólo la resistencia a la red de Soros. Es el dominio de ese consorcio lo que Vargas Llosa entiende por "democracia civilizada" y "genuina democracia". Las otras son "fanáticas e iliberales", como Hungría a la que, dice, "es muy difícil seguir llamando democrática". ¿Se podría comparar con España, donde el gobierno fue elegido con los votos de los herederos de una banda de asesinos, partidos de golpistas condenados y sicarios iraníes y venezolanos? Claro, depende de lo que le parezca a Soros. Aparte de los insultos contra el presidente húngaro y su partido, no hay nada que permita cuestionar la legitimidad de su sistema político.
La democracia "iliberal"
De las elecciones polacas y el "iliberalismo" se ocupa también Guy Sorman, un periodista francés del que habría que esperar más circunspección y rigor que de Vargas Llosa. Lo que se encuentra es una sarta de mentiras más grotesca, empezando por la acusación de antisemitismo contra el reelegido presidente polaco y contra el húngaro Victor Orban. En ambos casos son falsedades, mucho más descaradas en el caso de Orban, cuya amistad con los judíos y con Israel es bien conocida. De nuevo el antisemitismo que ven estos personajes es la hostilidad hacia Soros y su red.
Sí que pronunció Orban en 2014 un discurso contra el liberalismo, entendido éste como el orden en el que las naciones se disuelven y el poder real termina en manos de las grandes corporaciones. El efecto de sus políticas, además de la hostilidad de los amigos de Soros y del "consenso socialdemócrata" no va más allá de las calumnias tipo "extrema derecha", "antisemita", etc. Los críticos húngaros o polacos del gobierno cuentan con garantías casi impensables en España, donde el gobierno es una obscena caterva de delincuentes dirigidos por un impostor grotesco.
Ni Vargas Llosa ni Sorman ven el problema de la dominación implícito en la campaña de la nueva izquierda y su casta sacerdotal. Como dijo Borges en alguna ocasión de algún contradictor, hay que dudar de su honestidad para creer en su inteligencia. La batalla que conciben contra oscurantistas e intolerantes parece del siglo XIX y la realidad de la invasión vertical de los bárbaros, o si se quiere de los "libres de tabús" les resulta invisible.
Lo que se votaba en Polonia, y en noviembre en Estados Unidos, es la persistencia de la sociedad libre. La hegemonía de los comunistas y sus herederos sólo asegura para muchos países un futuro como el venezolano, a veces tras cruentas guerras civiles. A punta de placeres, los totalitarios están conquistando a la gente más blanda para implantar esos regímenes.
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