Por @ruiz_senior
Ciertas palabras, como identidad,
obran como fetiches cuyo sentido todo el mundo cree entender pero en realidad
nadie podría definir. La identidad es un rótulo que se pone a las personas y
que éstas aceptan porque así forman parte de un grupo y eso en algunos casos parece
que las alivia de su dispersión, aislamiento y desorientación.
En lo que puede aproximarse a esos rótulos, las definiciones que da el
diccionario normativo de «identidad» son éstas: «2. f. Conjunto de rasgos
propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los
demás» y «3. f. Conciencia que una persona o colectividad tiene de ser ella
misma y distinta a las demás». En esa distinción se basan las políticas de
identidad que marcan el discurso totalitario del presente siglo.
En su origen hay problemas reales, como el racismo o la tradicional
discriminación de la mujer, pero la propaganda reduce la identidad a una
pertenencia de esa clase, tal como en otros contextos lo hacen el nacionalismo
o la religión. Cuando las personas relegadas por su origen étnico reducen su
existencia a una obsesión están por una parte aceptando las definiciones
racistas, que no ven en ellas seres humanos diversos y complejos sino que las
reducen a un estereotipo.
Esa clase de identidades y la sensación de agravio dan lugar al continuo
enfrentamiento en la sociedad con el que los comunistas pretenden continuar el
juego ya desgastado de la lucha de clases. Las mujeres son la nueva mayoría a
la que buscan mantener en guerra con sus padres, hermanos, hijos, maridos y con
el resto de los varones. Según la disponibilidad de la persona a atender al
halago de la propaganda, su respuesta a ella va a ser útil para que se expanda
el gasto público y los políticos desagraviadores tengan poder. Cuanto más poder
alcancen esos políticos, la obsesión por remediar los males del patriarcado se
vuelve más y más delirante, como ya ocurre en España con el partido hermano de
las FARC, ahora en el gobierno, y como ocurrirá en Colombia con los recursos
públicos dedicados a esa propaganda a medida que Petro se afiance en el poder.
A esa tarea de «desagravio» se dedica la actual ingeniería social. Dado que hay
una «masa crítica» de personas susceptibles de asimilar la doctrina woke y grandes recursos para financiar
la intimidación, además de intereses turbios, se van viendo en los productos de
ficción o históricos toda clase de disparates orientados a complacer esa
demanda inventada, de ahí que en la serie Troya
de la BBC el actor que encarna a Aquiles sea un negro, o que incluso en una
serie de Netflix la reina inglesa Ana Bolena sea también negra, o aun que en la
serie Vikingos haya una guerrera
ansiosa de hacer tríos con su marido y un esclavo, y que mata a un compañero de
correrías por violar a una mujer.
El caso de las «personas LGBTI» es aún más chocante, más empobrecedor para la
persona que asume la «identidad» y más asentado en falsedades. Todas las
grandes tradiciones culturales prohíben las relaciones sexuales entre personas
del mismo sexo y es posible que el peso de ese tabú en la conciencia de la
mayoría de los habitantes del Imperio romano influyera de forma determinante en
el triunfo del cristianismo. En la tradición de la Iglesia, heredera de las
nociones judías, el transgresor era un réprobo, alguien condenado al infierno
para la eternidad, y su crimen se consideraba de los más abominables. De ahí
viene el que las personas «homosexuales» de los últimos siglos se definan como
otro pueblo perseguido con rasgos tan distintos de los demás como el color de
la piel o la pertenencia a uno de los dos sexos.
Tal como el machista ve a la mujer como un ser inferior que no podrá aprender
matemáticas o el racista ve al negro o al indio como un esclavo sin redención,
así el intolerante ve al «homosexual» como un monstruo, percepción en el fondo
movida por la envidia. Y en respuesta la mujer renuncia a aprender matemáticas
por estar todo el día reivindicando derechos, el negro a emprender y prosperar,
por estar esperando la compensación que le darán los redentores, el indio colombiano a ver
el mundo más allá del gueto o bantustán en que el golpe de Estado de 1991
encerró a su gente y el gay a ser otra cosa que una persona que se permite
placeres que los demás se prohíben y a tener otra vida que su vida sexual.
Porque es lo que pasa con la persona que «sale del armario», que ya nadie la
puede ver como alguien más sino que en todo momento tendrá presentes sus
prácticas sexuales, a lo que se va reduciendo su persona primero ante los demás
y después objetivamente. Cuando la reivindicación y la celebración de la
identidad sean las misiones de su vida, y la oferta de gratificación (mucho más
difícil para el “heterosexual”) sea continua, será muy difícil esperar
cualquier logro de esa persona, salvo una carrera política como representante
de su gente. La identidad se vuelve así un recurso por el que las personas
empiezan a formar parte de sectas en las que su experiencia vital se degrada.
El transexualismo, que se verá en Colombia cada vez más porque su promoción
será una tarea a la que el gobierno narcocomunista dedicará grandes recursos y
se hará una tarea central de Fecode, es ya un caso extremo en el que la
dominación llega a los niños a partir de un disparate creado por la propaganda.
Pero el primer paso de esa dominación es la seducción de las identidades, la
supresión de la base de la sociedad liberal, que es el estar fundada sobre
individuos libres e iguales.
Esas identidades son trampas de los nuevos tiranos, conviene abrir los ojos
sobre su sentido. La disposición de los agraviados profesionales a armar
escándalos y persecuciones penales por cualquier motivo es un elemento clave de
la dominación de las mentes que se proponen los ingenieros sociales. Es la
llamada «corrección política» por la que no compartir las opiniones
obligatorias conduce a la «cancelación» y a la persecución penal por «delito de
odio». El reciente hostigamiento, encabezado por la propia policía, contra la
señora que usó expresiones ofensivas contra la vicepresidenta es un ejemplo de
ello: ahora gracias al dudoso triunfo de Petro las opiniones corrientes son
delito, y si bien esas opiniones son sin duda condenables, el Estado no está
para obligar a la gente a pensar de determinada manera.
Seguimos siendo como los niños que en los primeros años de colegio era muy común que un líder influyente formara un club en el salón y sometía a los otros, que no querían sentirse distintos, a toda clase de pruebas para admitirlos.
ResponderBorrarY a propósito de intereses turbios, no se me puede olvidar que durante los diálogos del Caguán, Nicanor Restrepo era el primero en llegar a las reuniones con Simón Trinidad, me imagino que para acordar como manejarían las montañas de dinero procedentes del narcotráfico, el secuestro y el despojo de tierras.
Sí, los "cacaos" siempre están pendientes de aproximarse al gobierno para sacar tajada, sea cual sea el gobierno, como ocurre ahora con Petro, y por supuesto que muchos de ellos se lucran del narcotráfico sin necesidad de involucrarse directamente. Más inquietante que el GEA es Santodomingo, abierto promotor de las guerrillas. En las páginas de "El Espectador" se leían órdenes de cometer masacres en columnas firmadas por Alfredo Molano y Sergio Otálora, y las noticias siempre tenían el sesgo característico de la propaganda terrorista.
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