Por @ruiz_senior
Un día una persona no llega a su casa y sus familiares se preocupan hasta que
un buen samaritano les comunica por teléfono que ha sido «retenida» y que los
captores exigen cierta cantidad de dinero para dejarla en libertad. Objetivamente,
ese informador es un intermediario cuya tarea es procurar la liberación de la
persona, por mucho que se considere que puede ser el jefe de la banda e incluso
el mismo que raptó a la persona, aunque esto último es menos probable porque la
violencia es una tarea ingrata que se suele dejar a subalternos.
Tal vez el lector esté muy seguro de que el que telefonea es un criminal
evidente, pero ¿no es lo mismo que ocurre con las negociaciones de paz con las
FARC gracias a las cuales los violadores de niños resultaron legislando y las
masacres se convirtieron en la fuente del derecho? ¿Cuántos lectores admiten
que es el mismo caso? Poquísimos, los valedores de la paz eran todos los
periodistas importantes y todos los actores, cantantes, juristas, profesores,
intelectuales, artistas, políticos de todos los partidos y hasta militares.
Esta curiosa forma de distinguir a los amigos de la paz de los amigos de la
libertad del primer párrafo deja ver el impacto de la propaganda intimidadora en
el caso de las personas poco avisadas y cierta indigencia moral en el de las
que ostentan poder e influencia. El que llama paz al acto de premiar el crimen
y permitir que una banda de asesinos imponga la ley es aún más canalla que el
que intenta conseguir la libertad de una persona secuestrada, pero ¿cómo va un
aspirante a ministro o a columnista a decir algo semejante? Echaría a perder su
carrera.
Las recientes algaradas en Brasilia permiten aflorar a una tercera clase de
miserables, los amigos de la democracia, indignados por el «golpismo» de la
turba que asaltó las sedes del poder. ¡Qué ocasión más apropiada para exhibir
buenos sentimientos y amor a la ley! Suelen ser las mismas personas que odian a
Trump y lo acusan de querer dar un golpe de Estado por llamar a manifestarse
pacíficamente frente al Capitolio, como hacen en muchos países los que
sospechan que han sido víctimas de fraude electoral.
La certeza de que tal fraude no ocurrió o no pudo ocurrir es obvia en los
amigos de la paz de Santos y en los que votan por candidatos como Petro, pero
dada la hegemonía que ostentan, llega a mucha gente que desconoce por completo
las elecciones en Estados Unidos y prestó poquísima atención al recuento de
2019, ocasión en la que en los estados decisivos el recuento tardó muchas
semanas hasta que fue posible cambiar un resultado claramente favorable a
Trump. Y cuando se demostró en las redes sociales que el asalto al capitolio
fue posible porque a los manifestantes los invitaron a entrar, las cuentas que
lo hacían fueron canceladas.
La aversión a Trump se extiende a Bolsonaro, y dado que los partidarios de la
llamada izquierda de todos modos aplauden todo lo que convenga a su bando, sólo
vale la pena prestar atención a los enemigos de Trump y Bolsonaro que se suelen
contar entre la llamada derecha. La ocasión de las algaradas en Brasilia es
perfecta para mostrar la incoherencia de esas personas, su frivolidad y en
últimas su complacencia con la tiranía narcocomunista que se apropió de
Iberoamérica con el beneplácito de la casta que impera en Estados Unidos.
No se trata de que se deba apoyar el asalto, pero el hecho de que haya ocurrido
no refuta las sospechas de fraude, no puede ser lícitamente ninguna acusación
contra Bolsonaro —que incluso lo condenó—, no legitima la represión contra los
que habían montado campamentos para denunciar el fraude y sobre todo no
convierte a Lula en un demócrata ni en un presidente legítimo. Aunque no
hubiera habido manipulaciones en el recuento electoral, y eso es mucho decir,
¿realmente alguien puede creer que su elección no contó con el resuelto
respaldo financiero de sus socios de los narcorregímenes venezolano y cubano y
con los recursos acumulados en las corruptelas que caracterizaron a los
gobiernos del PT?
La poderosa mafia mediática que defiende a esa multinacional de tiranos
narcocomunistas explota esa extraña algarada —en la que muchos ven infiltrados
del PT y aun un montaje conveniente, como las habituales amenazas a Piedad
Córdoba— para lavar la imagen del presidente —cuya impunidad tras una condena
sólida hace pensar en las grandes fortunas que produce el narcotráfico— y de
paso a su vasta organización continental. Lula y el PT sólo son la franquicia
brasileña del régimen que asesina y tortura a miles de venezolanos y mantiene
en el terror a Cuba y a Nicaragua, el socio del régimen criminal de los
ayatolás. El antiguo obrero metalúrgico ha sacado de su actividad política una
fortuna gigantesca que manejan sus hijos, involucrados en toda clase de
escándalos y rodeados de lujos inverosímiles.
Los «derechistas» que figuran como odiadores simétricos de Lula y de Bolsonaro colaboran
con ese designio de la citada mafia mediática, tal como respecto de un hecho
como el apuñalamiento de Bolsonaro en 2018 apenas si pudieron ocultar la
sensación de alivio y obviamente se apresuraron a reconocer meras manías
personales de un psicótico.
Falta que nos expliquen qué fue lo que hicieron Trump o Bolsonaro que atentara
contra las libertades y derechos de los ciudadanos, porque lo que dejan ver
esos personajes es que están resignados a ser los gestores del mundo que
implantan los totalitarios y si no llegan a tanto, al menos a lucrarse desde el
Ministerio de la Oposición que tan alegremente ocupan en muchos sitios. Prestos
a hacer carrera política, ¿qué obtendrían oponiéndose a medios todopoderosos
que implantan la verdad que quieren? Mejor ayudan a engañar a la gente.
Y como expliqué al principio, esa clase de defensa de la democracia es lo mismo
que colaborar con la libertad cobrando los secuestros o promover la paz
aplaudiendo el premio del genocidio: lo que amenaza la democracia es la
constelación de satrapías de La Habana y Teherán, no el Partido Republicano
estadounidense ni los conservadores brasileños.
2 comentarios:
Comunismo clásico, siempre bajo la propaganda y la mentira sagrada desde Lenin.
Me hizo recordar entre todos esos adalides de la democracia a Jaime Garzón, uno de los mas famosos cobradores de rescates al servicio de los terroristas guerrilleros, y tan respetado y adorado por las víctimas de la doctrina comunista de fecodes, profesores comunistas, y los "educadores" jesuitas.
Hace tiempo escribí un post sobre la muerte de Garzón, al que los universicarios adoran y quieren hacer creer que lo mataron por chistoso. https://pensemospaisbizarro.blogspot.com/2017/10/el-asesinato-de-jaime-garzon.html
Gracias por sus comentarios. Los que quieren hacer creer que en algún país de Iberoamérica hay democracia defienden la democracia tal como los cobradores de secuestros defienden la libertad.
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