Es difícil encontrar cosas que unan más a los colombianos que el rechazo a la desigualdad tan terrible que hay. Tal vez el amor a la educación es lo único que puede competir en el corazón de mis compatriotas con la queja sobre la desigualdad. Es muy probable que muchas personas talentosas o aptas para ganar grandes cantidades mediante actividades honradas (exportando bienes, cobrando regalías o prestando servicios bien pagados al exterior) no lo hagan porque se dan cuenta de que su éxito aumentaría la desigualdad. Pero ese sacrificio se puede considerar insignificante en comparación con la pasión con que aborrecen la desigualdad casi todos los que están en el lado agradable. Se trata de una de esas cosas que despertarían admiración, y sin duda orgullo patriótico, en cuanto se conocieran.
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