Lo que ha dicho hoy el presidente sobre su disposición a despejar territorio para negociar con las FARC no es ninguna novedad: su gobierno siempre se ha mostrado dispuesto a negociar con esa banda de asesinos siempre y cuando se verifique un alto el fuego. Claro que esa negociación tiene muchos enemigos en los que esperan que se premien las masacres y no se resignarían a quedarse sin su comisión. Lo que debe llamarnos la atención es ¿por qué el candidato del Polo Democrático no exige a las FARC eso, que negocien el fin de la violencia? La respuesta es sencilla: a punta de desmanes urbanos como las pedreas de hace un mes esperan generar suficiente inestabilidad como para debilitar al Estado y multiplicar las víctimas de las guerrillas hasta que la sociedad «pida cacao». Si bien no se puede demostrar ante un juez que sean los terroristas, moralmente es obvio que es lo que hacen. Aunque a lo mejor aparece el genio que nos demuestra otra cosa.
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