Como ya expliqué en mi anterior entrada, el estilo colombiano de obrar acusa el pasado esclavista. No es sólo que haya racismo, que podría determinar el menosprecio y el recelo ante las personas de otro tipo étnico, sino la certeza de que los demás son como ganado al cual someter. Los crímenes terroristas son la aplicación de esa lógica y los cometen personas miserables y primitivas que obedecen a universitarios fanatizados que son en últimas sólo agentes de camarillas de gente que siempre se ha repartido los cargos públicos.
Pero la formación de un país tiene lugar a partir de esos embriones de poder. La ideología de los conquistadores, transmitida en cinco siglos de dominación, ya es compartida por casi todos los colombianos, sobre todo porque no hay ninguna tradición alternativa. La incapacidad de respetar los derechos ajenos es una tara generalizada.
En medio de los furores patrióticos que despertó la sentencia de la CIJ pasó completamente inadvertida la noticia de que seis soldados habían sido condenados a veinte años por darle una golpiza a unos detenidos. Publiqué varios comentarios al respecto en Twitter sin que por lo visto el hecho interesara a nadie.
Mirando más de cerca la noticia, resulta que habían ido a detener al responsable de violar a una niña y cometieron un delito de torturas contra un detenido. Sin dudar acerca de la importancia de castigar ese delito, queda la impresión de que el fallo es un atropello monstruoso porque aplica una pena desmesurada sin tener en cuenta los atenuantes.
Por ejemplo, que esos soldados a duras penas se podrían considerar funcionarios, que no están preparados para ejercer labores policiales, que hay una alarma generalizada por los delitos sexuales contra menores, que la presión no podía estar planeada ni suponía ningún refinamiento perverso. Una condena a veinte años por algo imprevisto en unos muchachos que no ejercen un oficio para el que están preparados es sencillamente el fin de toda perspectiva de tener una vida decente. Después no tendrán un trabajo, no serán más que despojos humanos.
Pero el tema de este blog no es el derecho y sólo señalo la desproporción de la pena para llamar la atención sobre esa forma de pensar típica. La dura condena corresponde también a la manía particular de la CSJ de perseguir a los militares, y no es raro que a ningún magistrado se le ocurra dudar de la conveniencia de ofrecer reconocimiento y cargos a los que ordenaron castrar a un policía delante de sus vecinos, quemar personas vivas, obligar a otras a llevar explosivos para matar militares, etc. Parece una paradoja pero no lo es, la condena es parte de la guerra de las facultades de Derecho contra el sistema democrático. Los crímenes de las FARC, también.
Y tampoco ése es el tema de este escrito, pues de eso hay pruebas infinitas. Lo que quiero es llamar la atención del lector sobre la indiferencia absoluta sobre ese hecho. Mostrar que esa indiferencia ante el sufrimiento ajeno es la herencia de la esclavitud. Colombia, paradójicamente un país cristiano, es tal vez el más cruel del planeta. Es rarísima la persona que no se emociona ante la idea de la pena de muerte contra algunos criminales, y que considera cualquier ínfimo confort que tengan los presos o cualquier indulgencia con los reos, algo intolerable.
Pero la formación de un país tiene lugar a partir de esos embriones de poder. La ideología de los conquistadores, transmitida en cinco siglos de dominación, ya es compartida por casi todos los colombianos, sobre todo porque no hay ninguna tradición alternativa. La incapacidad de respetar los derechos ajenos es una tara generalizada.
En medio de los furores patrióticos que despertó la sentencia de la CIJ pasó completamente inadvertida la noticia de que seis soldados habían sido condenados a veinte años por darle una golpiza a unos detenidos. Publiqué varios comentarios al respecto en Twitter sin que por lo visto el hecho interesara a nadie.
Mirando más de cerca la noticia, resulta que habían ido a detener al responsable de violar a una niña y cometieron un delito de torturas contra un detenido. Sin dudar acerca de la importancia de castigar ese delito, queda la impresión de que el fallo es un atropello monstruoso porque aplica una pena desmesurada sin tener en cuenta los atenuantes.
Por ejemplo, que esos soldados a duras penas se podrían considerar funcionarios, que no están preparados para ejercer labores policiales, que hay una alarma generalizada por los delitos sexuales contra menores, que la presión no podía estar planeada ni suponía ningún refinamiento perverso. Una condena a veinte años por algo imprevisto en unos muchachos que no ejercen un oficio para el que están preparados es sencillamente el fin de toda perspectiva de tener una vida decente. Después no tendrán un trabajo, no serán más que despojos humanos.
Pero el tema de este blog no es el derecho y sólo señalo la desproporción de la pena para llamar la atención sobre esa forma de pensar típica. La dura condena corresponde también a la manía particular de la CSJ de perseguir a los militares, y no es raro que a ningún magistrado se le ocurra dudar de la conveniencia de ofrecer reconocimiento y cargos a los que ordenaron castrar a un policía delante de sus vecinos, quemar personas vivas, obligar a otras a llevar explosivos para matar militares, etc. Parece una paradoja pero no lo es, la condena es parte de la guerra de las facultades de Derecho contra el sistema democrático. Los crímenes de las FARC, también.
Y tampoco ése es el tema de este escrito, pues de eso hay pruebas infinitas. Lo que quiero es llamar la atención del lector sobre la indiferencia absoluta sobre ese hecho. Mostrar que esa indiferencia ante el sufrimiento ajeno es la herencia de la esclavitud. Colombia, paradójicamente un país cristiano, es tal vez el más cruel del planeta. Es rarísima la persona que no se emociona ante la idea de la pena de muerte contra algunos criminales, y que considera cualquier ínfimo confort que tengan los presos o cualquier indulgencia con los reos, algo intolerable.
Un solo día de cárcel sería insoportable para la mayoría de los colombianos, que no obstante miran con indiferencia las condenas a varias décadas por hechos casi banales cometidos por adolescentes. Eso muestra esa conciencia compartida de que los demás, los otros, los indios, los negros, los pobres, etc., son como ganado al que se puede tratar de cualquier manera. Y como tales los ven los poderosos oligarcas, que ahora aliados con las tropas de asesinos que prepararon por medio siglo les impondrán el mismo tratamiento que ya sufren los habitantes de regiones apartadas, los soldados y policías y muchas otras personas excluidas.
2 comentarios:
Bueno, aquí en este país se condena a 2 años a alquien que roba un pedazo de pan Pero a se negocia alegremente con los Nule y con miles de politicos corruptos que roban los impuestos. Su única indignación es por que los acusados son militares, una casta de la que ud nunca habla en términos críticos. ¿Cuando hablamos de las castas militares de oficiales Ruiz?
Queda un poco como berraco entender qué puede tener que ver que a unos soldados los condenen absurdamente por una pendejada a cadena prácticamente perpetua con que unos oficiales sean una casta. El ejército se debería reducir, cosa que depende de que no haya amenazas. Todos los que toleran que se premie a los terroristas son responsables de multiplicar el gasto militar.
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