Por Jaime Castro Ramírez
Existen derechos históricos geopolíticos que tienen que ser defendidos de eventuales incursiones foráneas que pretendan invadir o deslegitimar las soberanías de las naciones, o de las regiones, y esta defensa les corresponde ejercerla a la dirigencia política, a los gobernantes de turno que deben liderar las acciones de protección, y a la sociedad. Cuando estos derechos no se defienden con su debida oportunidad, se puede estar permitiendo el hecho de dar origen al establecimiento de colonias invasoras a través de incursiones de poderosos intereses económicos venidos de otras latitudes.
Papel que pretenden ejercer Rusia y China en Latinoamérica
En el mes de Julio de 2014 ‘coincidieron’ los presidentes Vladimir Putin y Xi Jinping, de Rusia y China respectivamente, en visitas oficiales que realizaron a países de Centroamérica, Suramérica, y el Caribe. Putin visitó a Nicaragua, Argentina, Brasil y Cuba, y por su parte Xi Jinping estuvo en Venezuela, Argentina, Brasil y Cuba.
Estas visitas parecen tener alguna relación como consecuencia con la decisión de la Corte Internacional de Justicia de la Haya que despojó a Colombia de 75 mil kilómetros cuadrados en el mar de San Andrés y se los adjudicó a Nicaragua. No hay duda de que en esta decisión de la CIJ hubo influencia de Rusia y de China a favor de Nicaragua, pues además de que estos dos países intervienen en la elección de los quince magistrados que componen dicha Corte a través del Consejo de Seguridad de la ONU, del cual son miembros permanentes, tienen cada uno un magistrado elegido que hacen parte de este tribunal de justicia.
Lo que es claro entonces de parte de estas dos potencias es el codiciado interés que tienen por el potencial de recursos naturales existentes en la región y su ubicación geográfica estratégica, para lo cual necesitan tratar de imponer un cierto poder hegemónico. Para tales fines, por ejemplo se sabe que Nicaragua aprobó una licitación para que China construya un canal transoceánico de 210 kilómetros de largo cuyo presupuesto de construcción estiman que costará 40.000 millones de dólares, y la ejecución de la obra durará 11 años. Para la construcción de dicho canal utilizarán parte del espacio de mar que históricamente le pertenecía a Colombia y que la CIJ se lo asignó a Nicaragua, lo que quizás demuestra la clase de intereses que pudieron direccionar dicho fallo.
Además, los regímenes políticos de Nicaragua, Venezuela y Cuba, se entienden muy bien con los regímenes políticos comunistas chino, y ruso, lo cual tiene peso específico en este tipo de decisiones que llevan a cabo entre naciones, además de que constituye un riesgo político para toda la región. Una prueba de esta afinidad política la constituye el hecho de que la visita de Putin a Cuba incluyó el acto protocolario de manifestarles a los dictadores Castro que Rusia les condona el 90% de la deuda cubana que ascendía a 30 mil millones de dólares.
Lo que se refiere a Venezuela, en la época de Hugo Chávez se consolidó un total entendimiento con Rusia, y en base a esta cercanía, Rusia fue proveedor de Venezuela de un grande y costosísimo arsenal bélico, al igual que los dos países han firmado cantidad de acuerdos comerciales y de cooperación.
Los compromisos de Venezuela con China son gigantes, pues entre ellos tiene una deuda de 47 mil millones de dólares que ha sido un pago anticipado de petróleo, o dicho de otra forma, Venezuela ha hipotecado buena parte de su producción petrolífera con China, es decir que ha contraído una obligación que lo compromete a largo plazo.
Lo anterior conlleva a un análisis de elemental conclusión en el sentido de que termina por explicar que lo de Rusia y China no solo son los intereses económicos, sino que también son intereses estratégicos de índole geográfico-políticos en la región, lo cual no puede pasar como indiferente. Sin embargo, llama poderosamente la atención que en el patio de Estados Unidos se esté desarrollando todo este expediente de carácter expansionista sin que el histórico liderazgo del gigante americano se pronuncie, lo que parece indicar que tal liderazgo se ha diluido en una especie de ortodoxia o conformismo político.
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