Por Jaime Castro Ramírez
Lo primero que tiene que crearse alrededor de un proceso de paz es la confianza ciudadana para lograr su apoyo que es factor indispensable para el buen suceso del mismo. Respecto al proceso de paz que el gobierno de Colombia adelanta actualmente con las FARC, infortunadamente adolece de ese grado de confianza porque el presidente Santos le habla al pueblo de la paz en unas condiciones consideradas por las FARC como ‘ficción’ (“que la paz está de un cacho”, “que la paz está en la recta final”); pues según ese grupo armado, el gobierno crea “falsas expectativas” con anuncios que no corresponden a la realidad del estado de la negociación. Esto es una circunstancia de grave connotación porque significa que el gobierno Santos engaña al pueblo sobre lo que realmente ocurre con el tema de la paz. Y quién lo creyera, que entonces sean las FARC quienes salen a decirles a los colombianos lo que realmente ocurre en la negociación de la Habana.
La realidad de las negociaciones de paz
Según las FARC, en los diálogos de paz está en juego la organización política y económica del país, al igual que la transformación de las fuerzas militares, y en un comunicado del 1 de septiembre de 2014, recuerdan que el numeral 5 del punto 3 de la agenda de la Habana (firmada y aceptada por el gobierno), referido al fin del conflicto, expresa que “El gobierno nacional revisará y hará las reformas y los ajustes institucionales necesarios para hacer frente a los retos de la construcción de la paz”, pues afirman que son asuntos esenciales que están pendientes de definir; sin embargo, Santos niega que estos puntos sean negociables. Pero además, en el mencionado comunicado del 1 de Septiembre, las FARC dicen: “Conceptos como transición, desmovilización y entrega de armas, no existen ni en la gramática del acuerdo de la Habana, ni mucho menos en el lenguaje de la guerrilla”.
Lo menos sensato posible que se podría concebir en un desprevenido análisis sobre la negociación de paz, consiste en que no se puede aceptar que no haya desmovilización y ‘entrega’ de las armas (sin utilizar el sofisma fariano de ‘dejación’ de armas). Sorprenden semejantes diferencias de criterio en el idioma que manejan las partes para darle identidad al estado de la negociación, y por consiguiente se concluye, que según las FARC, es mucha la distancia que existe para lograr dicha paz.
Consecuencias del apoyo político electoral reeleccionista
La prudencia política debió aconsejar no aceptar por ningún motivo el apoyo electoral de las FARC a la reelección del presidente Santos, pues el hecho de que él lo haya aceptado tácitamente al no hacer público pronunciamiento de rechazo, esta circunstancia conlleva a que el grupo subversivo ahora le cobre por ventanilla al presidente tal apoyo, y lo hace exigiéndole en la negociación de paz todas las concesiones que a ellos les parezca, lo cual obviamente va en contra de los intereses legítimos del Estado colombiano.
Esto tiene mucho parecido a lo que coloquialmente se le llama ‘venderle el alma al diablo’, de lo cual por obvias razones no se puede esperar nada bueno, pues el resultado es incurrir en aquello otro que dice: “cría cuervos y te sacarán los ojos. Pero además es vergonzoso y condenable que un candidato presidencial, en este caso ‘presidente candidato’, no hubiera encontrado objeción a que un grupo delincuencial terrorista apoyara electoralmente su candidatura, pues en los departamentos de más influencia de las FARC la ‘votación obligada’ a favor de Santos estuvo alrededor del 80%.
La ilógica política incluso diría que las FARC tendrían razón en cobrar esa cuenta electoral, sólo que las perversas consecuencias no van en contra del beneficiario del resultado en las urnas, sino que van en contra de la aspiración de los colombianos en tener una paz justa.
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