Por Jaime Castro Ramírez
El principal patrimonio político de un gobernante es la confianza de sus gobernados en su gestión de gobierno. Si esta confianza no existe significa que el pueblo ha perdido la fe en la acción de gobierno por razones explicables desde el escenario del no cumplimiento de los compromisos adquiridos por el gobernante a través de sus promesas de campaña electoral, lo cual conlleva a que el pueblo sienta una realidad muy grave que es el engaño, y por lo tanto cada individuo siente que ha sido mancillado su honor cívico y patriótico, y entonces aparece en su sentimiento la lógica reacción de rechazo hacia su impostor, y en consecuencia se genera desconfianza generalizada. Pueblo que pierde la confianza en su gobernante, pierde la fe en su futuro, pues lo que le queda es solo incertidumbre.
Colombia no sabe para dónde va
El presidente Santos ha convertido su segundo mandato en una especie de doctrina religiosa, algo así como un monoteísmo que reconoce un solo tema endiosado llamado ‘paz’. En primer lugar, es un error de cálculo político porque el país tiene muchos frentes prioritarios de atención gubernamental para que haya equilibrio en el balance de gestión, y en segundo lugar, la monoteísta paz es hoy por hoy el tema que divide más al país por cuanto ha generado toda clase de desconfianzas respecto a su verdadero sentido de paz, pues la gran mayoría de los colombianos no cree que lo que está negociando Santos sea la paz de Colombia, pues acrecientan las dudas sobre la claudicación del Estado a favor de las exigencias de los terroristas con quienes se negocia.
En el primer mandato, para ser elegido, Santos prometió continuar con la seguridad democrática que implicaba mantener la seguridad del país, y como no cumplió esa promesa, entonces le permitió a las Farc volver a los sitios de donde habían sido desterrados justamente por la seguridad democrática, les permitió envalentonarse nuevamente, y esa es la consecuencia de la zozobra en que anda el país ahora con el incierto y dudoso proceso de negociación de paz. Si Santos hubiera cumplido lo prometido se hubiera evitado este complicado impase de someterse a negociar con terroristas, y el país estuviera en paz.
Este es entonces un panorama muy incierto y por consiguiente los colombianos estamos muy preocupados sobre la situación del país, sin saber para dónde va Colombia, para dónde lleva el país el presidente Santos.
Preocupa enormemente que la democracia colombiana llegue a comprometerse en manera alguna a favor de los victimarios de los colombianos, y con ella se comprometa el porvenir de la república, pues la democracia ha sido defendida históricamente y con valentía por los héroes de la patria como el mayor patrimonio político que ha garantizado la libertad de los colombianos, de tal manera que no se puede permitir que ahora la actuación individual de un gobernante ponga en riesgo su integridad.
Imagen política del presidente Santos
Cuando un presidente de la república registra en la opinión del pueblo la decadencia del poder, es decir, que llega a la traumática coyuntura de solo el 29% de popularidad, y el 68% que lo desaprueba, como ocurre con el presidente Santos en el resultado que arrojan las encuestas de abril de 2015, esto significa que su capital político está agotado, en déficit total, y lo cual pone muy en entredicho su gobernabilidad.
Y hay que decirlo claramente que lo que ha originado este desplome de la popularidad de Santos es justamente lo que él está haciendo con su monopolizador tema de la paz como agenda de gobierno, a lo cual le surgen grandes dudas que los colombianos tienen sobre para dónde lleva al país como consecuencia de lo que negocie con los enemigos de la democracia y del Estado de derecho.
Gobernante sin reconocimiento político del pueblo se convierte en simple signatario del poder porque ha perdido su propia acción de gobierno.
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