Los resultados de las elecciones del domingo dejan varias lecciones que vale la pena comentar. La primera es la inexistencia de apoyos significativos a los terroristas. La candidata de la izquierda apenas obtuvo un 18% de los votos en Bogotá, que si se tiene en cuenta la abstención viene a dar un apoyo inferior al 10% de los ciudadanos adultos. Eso a pesar de las maquinarias de compra de votos, de las clientelas de la CUT, populosas beneficiarias del peor despojo, de la propaganda obsesiva en Canal Capital y en todos los medios, del adoctrinamiento en todas las instituciones educativas públicas y de los regalos que hacía el gobierno distrital a gente necesitada para generar gratitud. En resumen, nadie les cree. Además de la gobernación de Nariño y la alcaldía de Ibagué, no tengo conocimiento de que los genocidas hayan tenido éxito en ninguna otra región.
Otra buena noticia es el fracaso de Santos y sus redes de poder inmediatas: el Partido Liberal y el PSUN, que no ganaron la alcaldía en ninguna de las grandes ciudades. Otra muestra de que a pesar de la hegemonía económica y mediática de su clan, en términos de apoyo popular es un gobernante débil.
También fracasó el uribismo, que no pudo ganar la alcaldía de Medellín ni la gobernación de Antioquia, ni obtener una votación notable en las otras capitales. Es verdad que en buena medida es el resultado de la persecución judicial y mediática del régimen y sus socios terroristas, pero justo es que admitan que "algo habrán estado haciendo mal". Sobre todo, colaborando con el régimen al no plantear toda elección como una cuestión de vigencia de la democracia, que resulta abolida cuando se discuten las leyes con criminales. Otro error fatal fue suponer, como ya ocurre en cinco elecciones, que hay un voto cautivo que hará lo que Uribe diga. No hay tal, podrán cantar victoria, pero las elecciones fueron un fiasco absoluto.
Otra buena noticia es el fracaso de Santos y sus redes de poder inmediatas: el Partido Liberal y el PSUN, que no ganaron la alcaldía en ninguna de las grandes ciudades. Otra muestra de que a pesar de la hegemonía económica y mediática de su clan, en términos de apoyo popular es un gobernante débil.
También fracasó el uribismo, que no pudo ganar la alcaldía de Medellín ni la gobernación de Antioquia, ni obtener una votación notable en las otras capitales. Es verdad que en buena medida es el resultado de la persecución judicial y mediática del régimen y sus socios terroristas, pero justo es que admitan que "algo habrán estado haciendo mal". Sobre todo, colaborando con el régimen al no plantear toda elección como una cuestión de vigencia de la democracia, que resulta abolida cuando se discuten las leyes con criminales. Otro error fatal fue suponer, como ya ocurre en cinco elecciones, que hay un voto cautivo que hará lo que Uribe diga. No hay tal, podrán cantar victoria, pero las elecciones fueron un fiasco absoluto.
Más interesante sería centrarse en los ganadores. En las cuatro grandes ciudades los nuevos alcaldes son independientes, por mucho que Alejandro Char pertenezca a Cambio Radical. Si quisiera buscar otro aval, la inmensa mayoría de sus votantes lo acompañaría sin tener en cuenta el partido. ¿Cuántos votos le aportaron a Peñalosa los partidos que lo apoyaron? Pocos, La mayoría de la gente que votó por él lo hizo por su trayectoria como alcalde en los noventa, por el voto útil para echar a la izquierda o por simpatía con sus propuestas. Tampoco influyeron los partidos en el triunfo de Gutiérrez y Armitage en Medellín y Cali.
Luego, ni los terroristas ni Santos ni el uribismo son capaces de elegir alcaldes en las grandes ciudades, pero no se puede decir que los elegidos sean mejores que el uribismo. Vargas Lleras es el vicepresidente de un gobierno elegido con apoyo de las FARC y casi tan responsable como Santos de la entrega del país a las bandas terroristas, mientras que los cuatro alcaldes han mostrado apoyo a las negociaciones y han callado sobre las infamias judiciales que tienen presos a Luis Alfredo Ramos, María del Pilar Hurtado y otros y condenado a Andrés Felipe Arias, además de a muchísimos militares.
La propaganda y el chantaje del régimen han conseguido que oponerse a reconocer y premiar a los criminales sea en la práctica delito: la idea de que las leyes y gobiernos las eligen los ciudadanos es subversiva porque la doctrina oficial que nadie discute obliga a pensar que hay que someterse a los que matan para que no maten más (aunque en realidad ocurre al revés, obviamente, cuanto más se venda algo, más se produce; previsiblemente, los crímenes pasará a firmarlos el ELN y los nuevos poderosos se dedicarán a cobrarlos, repitiendo el libreto de los últimos 25 años con el M-19).
Eso es lo que expresan las urnas, un logro de la propaganda del narcorrégimen: la gente quiere "pasar página" y soñar que vive en un país normal y que no hay cientos de miles de asesinatos impunes (que seguirán, obviamente, tal como se han multiplicado desde que comenzaron las negociaciones) ni un dominio absoluto de la gran mafia de la cocaína (el narcoimperio cubano) sobre todas las instituciones y medios.
Pero esa disposición a "pasar página" no es sólo el efecto de los designios del régimen y su propaganda sobre una sociedad anómica y lábil moralmente, sino sobre todo de la ausencia de oposición y conciencia. A pesar de que se muestra que carecen de apoyos directos significativos (Santos saca pecho por los triunfos de Cambio Radical y los conservadores, ya que ambos son de la Unidad Nacional), los que negocian la paz tienen el poder y lo conservarán, porque nadie cuestiona la negociación ni menos las "leyes" vigentes, creadas para dar poder a los terroristas, a las otras mafias de la cocaína y a los representantes del régimen cubano.
Luego, ni los terroristas ni Santos ni el uribismo son capaces de elegir alcaldes en las grandes ciudades, pero no se puede decir que los elegidos sean mejores que el uribismo. Vargas Lleras es el vicepresidente de un gobierno elegido con apoyo de las FARC y casi tan responsable como Santos de la entrega del país a las bandas terroristas, mientras que los cuatro alcaldes han mostrado apoyo a las negociaciones y han callado sobre las infamias judiciales que tienen presos a Luis Alfredo Ramos, María del Pilar Hurtado y otros y condenado a Andrés Felipe Arias, además de a muchísimos militares.
La propaganda y el chantaje del régimen han conseguido que oponerse a reconocer y premiar a los criminales sea en la práctica delito: la idea de que las leyes y gobiernos las eligen los ciudadanos es subversiva porque la doctrina oficial que nadie discute obliga a pensar que hay que someterse a los que matan para que no maten más (aunque en realidad ocurre al revés, obviamente, cuanto más se venda algo, más se produce; previsiblemente, los crímenes pasará a firmarlos el ELN y los nuevos poderosos se dedicarán a cobrarlos, repitiendo el libreto de los últimos 25 años con el M-19).
Eso es lo que expresan las urnas, un logro de la propaganda del narcorrégimen: la gente quiere "pasar página" y soñar que vive en un país normal y que no hay cientos de miles de asesinatos impunes (que seguirán, obviamente, tal como se han multiplicado desde que comenzaron las negociaciones) ni un dominio absoluto de la gran mafia de la cocaína (el narcoimperio cubano) sobre todas las instituciones y medios.
Pero esa disposición a "pasar página" no es sólo el efecto de los designios del régimen y su propaganda sobre una sociedad anómica y lábil moralmente, sino sobre todo de la ausencia de oposición y conciencia. A pesar de que se muestra que carecen de apoyos directos significativos (Santos saca pecho por los triunfos de Cambio Radical y los conservadores, ya que ambos son de la Unidad Nacional), los que negocian la paz tienen el poder y lo conservarán, porque nadie cuestiona la negociación ni menos las "leyes" vigentes, creadas para dar poder a los terroristas, a las otras mafias de la cocaína y a los representantes del régimen cubano.
Ésa es la cuestión que se decidirá en las urnas de 2018. Si no surge un movimiento que se plantee restaurar la democracia, el voto de oposición se lo disputarán Vargas Lleras, los subalternos de Pastrana y los menguados uribistas, todos resignados a buscar algún cargo bien pagado en el régimen controlado por la oligarquía y los terroristas.
Y desde ese punto de vista el fracaso del uribismo es una buena noticia. Se trata de un movimiento que hace creer a muchos que se opone a la negociación cuando en la realidad la apoya, y que se puede exigir castigo a quienes no están pidiendo perdón sino que ya controlan todos los resortes del poder. ¿Qué oposición van a ser cuando llevaron al Concejo de Bogotá a la hija del vicepresidente de la Unión Patriótica y antiguo miembro del Comité Ejecutivo Central del Partido Comunista, Angelino Garzón? Seguir creyendo en esa gente es una forma triste de deshonestidad intelectual. Cuanto más se tarde en comprender que hace falta otra cosa, más ventajas tendrá el narcorrégimen para implantar su tiranía total.
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