Por @AgenteDelOrden
El proceso de destitución del presidente de los Estados Unidos es un intento vano e ilegal de abortar una presidencia legítima. Si dependiera de la casta que manda, entronizada en la dirección de ambos partidos, Donald Trump nunca habría sido presidente. Sólo el 4,09% de los votos depositados en Washington D.C. fueron para él, lo cual no sorprende si se piensa que una de sus promesas de campaña más populares fue drenar el pantano de politiquería que es Washington, con todo y alimañas.
La irrupción de Trump puso al aparato burocrático en alerta roja. El Estado dentro del Estado, o deep state, no sólo reaccionaba a las ya habituales amenazas del Partido Republicano de reducir la burocracia estatal, sino que también había sido infiltrado durante la presidencia de Barack Obama para que sirviera como arma política del Partido Demócrata contra sus rivales.
De esta forma, la investigación contra Trump se puso en marcha de forma rutinaria por rivales que buscaron difamarlo durante la consulta interna del Partido Republicano en la que Trump ganó la nominación tras imponerse sobre dieciséis de ellos. Y la continuaron los abogados de Hillary Clinton con el propósito de encontrar información comprometedora que pudiese usarse contra Trump en la puja final por la Casa Blanca.
Al mismo tiempo, en la primera mitad de 2016, la campaña de Trump fue catapultada por medios de izquierda que tienden a favorecer al Partido Demócrata. Se calcula que la exposición de Trump en los medios habría costado dos mil millones de dólares si el magnate la hubiera pagado, efectivamente, fue publicidad política gratuita. Los demócratas consideraban al inexperto personaje de reality shows como el candidato más débil y fácil de derrotar por Hillary Clinton. Darle más visibilidad que a los demás contendientes republicanos fue una estrategia que resultó contraproducente.
Trump ya daba pasos de animal grande en la segunda mitad de 2016 y las investigaciones contra su campaña sólo encontraban escándalos menores que no afectaban a la opinión mayoritaria. De modo que a falta de hallazgos escandalosos o de corrupción que se pudiese usar contra él, el dossier Trump fue elaborado con información ficticia, algo frecuente en campañas de desprestigio basadas en rumores falsos.
La guerra sucia contra Trump cruzó el umbral de la ilegalidad cuando el dossier Trump fue usado por el FBI, omitiendo información que revelaba que era un fraude, para obtener permiso ante la corte que aplica la Ley de Vigilancia de la Inteligencia Extranjera (Foreign Intelligence Surveillance Act, FISA) y espiar la campaña de Trump y su círculo cercano.
Desde el momento en que Trump anunció su candidatura han pasado años de constante vigilancia. Al presidente más investigado de la historia no le han encontrado nada importante. La cacería de brujas que fue la supuesta influencia rusa en el triunfo de Trump fue una decepción muy grande para quienes, consumidos en su odio, ya mostraban síntomas de lo que se empezó a llamar “trastorno mental Trump”.
El trapito más sucio que le sacaron fue una confesión indebida grabada sin su consentimiento en la que afirmaba en tono festivo que las mujeres dejaban que los ricos y famosos tocaran sus genitales. Aclaro, dejarse tocar no es un delito como el de los demócratas que subían al avión privado de Jeffrey Epstein, llamado el Lolita Express con chicas sospechosamente jóvenes. Pero los ”pecadillos” de los demócratas sólo se convierten en crímenes cuando los cometen los republicanos.
La noche de la jornada electoral fue larga y fría. El trastorno mental Trump ya se manifestaba por doquier. Algunos lloraban, otros arremetieron con acusaciones sin fundamento de racismo, las redes sociales ardían de emoción y radicales de izquierda vestidos de negro y enmascarados se enfrentaban a golpes y garrotazos con manifestantes pacíficos que apoyaban a Trump con la conciencia limpia de no cubrir sus caras. Derrames de emoción y explosiones de odio se veían en vivo y en directo por la televisión en todo el país.
El temor sin fundamento del ciudadano común no se comparaba con el temor bien fundamentado del bando perdedor por el triunfo de Trump. La derrota de Hillary Clinton no sólo evitaba que una aliada de Obama pudiera encubrir abusos de su administración, sino que la injusta persecución contra Trump garantizó que los ataques sin fundamentado serían mucho más que un incentivo para que el presidente le "prendiera el ventilador" a la casta que manda en Washington.
Y Trump se posesionó. Y la lógica siniestra de las alimañas del pantano ya no sorprendía. Si no se pudo abortar el engendro de Trump, tocaba eliminarlo ya parido.
Para el Estado dentro del Estado, la de Trump es una gestión que interrumpía el cerco de una casta privilegiada a las libertades civiles de los ciudadanos que la mantienen con sus impuestos. Ya sin alguna muestra consciente de vergüenza, y aun con una altivez que se justificaba con una superioridad moral inexistente, empezaron el proceso de destitución de Trump, para empezar el cual hacía falta crear una mayoría demócrata en la Cámara de Representantes.
En las elecciones legislativas de 2018, aspirantes a la cámara republicanos que ganaron su curul la noche de elecciones, la perdieron después de que un alud de votos inverificables llegaron por correo y por sorpresa para derrotarlos días después. Como eso ocurre en estados controlados por los demócratas, nadie se arriesgaba a declarar abiertamente el fraude porque es hasta legal que terceros le recojan el voto en sus casas a personas que de otra forma no votarían, algo así como poner al lobo a cuidar las gallinas.
Es imposible saber hasta qué punto los demócratas manipulan elecciones con votos por correo. Las pruebas abundan pero sólo son circunstanciales. Se sabe que en cuanto Hillary Clinton entendió que estaba derrotada, activó el fraude de votos por correo para alegar haber ganado el voto popular a pesar de haber perdido la elección por el sistema electoral que da un número fijo de votos por cada estado de la unión sin tener en cuenta los márgenes de votación. En muchos estados no se requiere identificación para votar y los demócratas emprenden batallas legales en contra de cualquier legislación que propone exigir identificación alegando —adivinen— discriminación y racismo. ¡Ja!
El trastorno mental Trump que aflige a los perdedores demócratas se puede entender mejor si se nota que esta guerra política por el control de Estados Unidos tiene dos frentes y tres bandos. Un frente unido de los demócratas contra Trump y otro en el que radicales y moderados luchan por el control del Partido Demócrata.
Ante el temor de fracturar el partido, lo que garantizaría la reelección de Trump, la líder demócrata en la cámara de representantes Nancy Pelosi cedió a las presiones de la extrema izquierda para perseguir a Trump buscando la destitución por el Congreso (impeachment).
Esta puja de poderes es lo que ha llevado a la Cámara de Representantes a aprobar dos cargos para la destitución de Trump que son ridículos. El primero, obstruir al Congreso, ignorando que el presidente tiene el poder constitucional de balancear los poderes bloqueando iniciativas legislativas haciendo uso del executive privilege (prerrogativa presidencial), y el segundo, abuso de poder por pedirle al presidente de Ucrania cualquier evidencia que tuviese de corrupción por parte de la administración estadounidense anterior. Ninguno de los dos cargos constituye un crimen ni un abuso contra la ética.
En el pantano se crean crímenes a diestra y siniestra, y los medios propagan las verdades a medias como absolutas. El trastorno mental Trump amplifica estas emociones y hace que incluso a personas cuerdas les falle el juicio.
Lo curioso es que la acusación sin fundamento contra Trump por pedir pruebas de corrupción a los ucranianos generó una doble alarma en el Partido Demócrata. Por un lado, los moderados representados por el vicepresidente de Obama, Joe Biden, están preocupados porque éste admitió haber forzado el despido del entonces fiscal ucraniano a cambio de aprobar mil millones de dólares en ayuda a Ucrania. Si Trump fuera destituido por algo que ni siquiera se asemeja a eso, Biden en la presidencia probablemente haría frente a una acusación que justificaría mucho más la destitución.
Por otro lado, la extrema izquierda ha encontrado en la relación Trump-Ucrania un arma de doble filo que busca debilitar a Trump al mismo tiempo que revela la corrupción de Biden, quien saca ventaja a los radicales Sanders y Warren en las encuestas demócratas para elegir contendiente de Trump.
Pero exponer la corrupción de Biden no es la única forma de ataque con la que la extrema izquierda busca controlar el Partido Demócrata. El arresto del pederasta Jeffrey Epstein, que había evadido todo tipo de investigaciones y atención mediática, ya que se cree que tiene pruebas con las que chantajea a los poderosos, sólo se puede explicar como un ataque de la izquierda extrema a la moderada.
La embestida a las castas demócratas por parte de los radicales es lo que ha empujado a la Cámara de Representantes a votar en favor de destituir a Trump sin fundamento. Lo curioso es que Trump ha ganado popularidad y donaciones gracias a este procedimiento en su contra por parte de la corte del canguro de congresistas demócratas en Washington. Además, para poder finalizar la destitución de Trump, la Cámara de Representes debe pasar el proceso al Senado, donde con toda certeza la mayoría republicana lo hundirá.
Cabe preguntarse si los demócratas son estúpidos o ignorantes de las leyes. Ni lo uno ni lo otro. Como en los países latinoamericanos, la izquierda quiere llegar al poder por cualquier vía. En Estados Unidos la corrupción del Estado es evidente y se ponen las leyes de ruana. La persecución contra Trump es el resultado del desbarajuste que agentes desestabilizadores de extrema izquierda causan dentro del Partido Demócrata.
El diagnóstico polarizante y caótico que sufre Estados Unidos en la era Trump es en realidad la izquierda de la misma estirpe del Foro de Sao Paulo corrompiendo a los altos funcionarios y políticos. Ése es el origen de la promesa de drenar el pantano y del “trastorno mental Trump” que muchos en la izquierda difícilmente pueden contener.
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