23 may 2020

La guerra cósmica: de la banda de los cuatro a los antivacunas

Por @ruiz_senior


El desconcierto general ante la crisis causada por la COVID-19 ha dado lugar a una explosión de reacciones desmesuradas y muchas veces disparatadas por parte de gente que parecía sensata, como si el impulso para la discusión ideológica no se pudiera contener y tener que atender a la realidad fuera sólo un fastidio. Asusta la frecuencia creciente con que se describen las medidas de cuarentena como un ataque contra los derechos individuales y se propone simplemente acabar con todas las restricciones y todas las medidas de control porque, según dicen, cada uno verá si se contagia. No siempre son los mismos argumentos, pero creo que es innegable que hay mucha gente haciendo esa traducción de las medidas contra la pandemia al conflicto ideológico, bien que se vea como izquierda y derecha, bien como libertarios y socialistas, bien como patriotas y conjurados globalistas de Soros. Esa visión recuerda al profeta persa Mani (siglo III), cuyo dualismo sólo reproducía lo que ya creían siglos antes los adeptos del zoroastrismo; una guerra perpetua entre el bien y el mal de la que todo fenómeno es de alguna manera representación. Imposible no recordar ante esa paranoia a la "banda de los cuatro" que tomó el poder en China en los últimos años de vida de Mao Zedong y que previamente había lanzado una guerra ideológica contra Lin Biao y Confucio.

Ciencia y superstición
En un texto sobre Sócrates, Estanislao Zuleta explicaba el espíritu de la ciencia a partir de la idea de "no saber", si uno va donde un gran médico, éste suele no saber que tiene uno y le manda hacer un montón de análisis, pero si va al curandero de la plaza de mercado, éste siempre tiene el diagnóstico y el remedio. Por eso la tarea de Sócrates no era ser sabio sino anhelar saber, que es lo que significa filosofía.

La ideología o prejuicio siempre tiene las respuestas antes de que se formulen las preguntas porque ve los fenómenos como meras representaciones de conflictos metafísicos, de modo que para muchos no hay que detenerse a pensar en lo que ocurre realmente con la pandemia, ya saben que los gobiernos van a aprovecharla para restringir libertades y cobrar impuestos, y que la paralización de la economía es más grave que la muerte de unos cuantos. Los penosos disparates que publicó Fernando Vallejo sobre la inmunización masiva yo los había leído antes en tuits de libertarios. Como los curanderos de Zuleta, con unas cuantas líneas que hayan leído sobre la pandemia ya resultan graduados de virólogos y epidemiólogos. Si el cierre de negocios los afecta, muchos se vuelven los más severos críticos del gobierno, por ejemplo del de Duque, al que no le reprochaban su adhesión a la paz de Santos y ni siquiera su disposición a premiar al ELN. En realidad, el gobierno sólo había estado en minoría cuando pretendió subir el IVA a los productos básicos porque esos libertarios se verían también afectados.

En otros, el resorte no es el interés personal directo sino la situación de la gente más débil, pero es curioso que cuando uno habla de las endemias colombianas, como la educación superior pública o la parafiscalidad, se nota que no les inquietan en absoluto, como si no fueran la causa de la miseria de la mayoría. Para estas almas sensitivas la situación de los "habitantes de la calle" o de los presos antes de la pandemia era tolerable.

La economía o la salud
Obviamente no merece el menor reproche el que se preocupe por la situación económica, pero el llanto y la protesta que presuponen que no se debe aplicar la cuarentena es por una parte el atrevimiento de sentar cátedra sobre lo que se desconoce y por otra la reacción más egoísta a los problemas. En el fondo lo mismo, no tratar de entender la realidad sino hacerle frente con armas de juguete. Otros ni siquiera tienen nada que decir sobre la economía sino que sufren síndrome oposicional respecto de los políticos del bando hostil, de modo que cuando un personaje como Claudia López propone mantener la cuarentena hasta que haya vacuna ellos proponen acabar ya con toda restricción y culpan de las dificultades a la conjura globalista y a veces incluso a la vanidad de la alcaldesa. El economista Juan Ramón Rallo aborda, creo yo que acertadamente, la cuestión. Recomiendo leer su artículo para no insistir en esa absurda discusión.

La biología no obedece a la ideología
Es obvio que todos los políticos de todos los partidos intentan aprovechar la pandemia en favor de sus intereses (sobre todo lo hacen cuando se quejan de que los demás lo están haciendo). De tal modo, conviene entender que a los totalitarios que mandan en países como España, México y Argentina, y en gran medida también en Colombia, les interesa el empobrecimiento y la destrucción de puestos de trabajo. Si esas sociedades valoraran el trabajo, ellos no obtendrían votos. Y nadie debe pensar que el sufrimiento de los venezolanos, por poner un caso, inquiete en absoluto a sus gobernantes, que viven rodeados de lujos y en fiestas. Ésa es la historia del comunismo, en tiempos de las más espantosas hambrunas los recursos de los Estados se dedicaban a promover revoluciones en otros países, como ocurrió con la Komintern. El comunismo en Colombia es el fruto de ese dinero sustraído a los hambrientos, no sólo a los rusos sino también a los chinos, que pagaron la creación del MOIR, tan influyente en el partido Centro Democrático. En España esperan (y lograrán) que una renta básica universal les asegure los votos de los millones de personas que se han quedado sin trabajo. La miseria resultante generará tensiones de las que saldrá vencedora la mayoría paniaguada.

Pero todo eso no quiere decir que fuera posible desistir de la cuarentena y así evitar la ruina y la destrucción de empleos. Esas bobadas sólo las dicen personas muy desinformadas en Colombia. La primera vez que se decretó el estado de alarma en España todos los partidos apoyaron las medidas de cuarentena, no había alternativa porque lo que se anunciaba era el colapso hospitalario. No hay ningún caso en el que un gobierno haya desistido de imponer medidas de restricción de la movilidad y no haya conseguido una multiplicación exponencial de los contagios y las muertes, y por tanto, también de la ruina y la destrucción de empleos. Boris Johnson pagó su comedimiento contagiándose él mismo. Y hoy el Reino Unido es el país con más muertes por COVID-19 en Europa. Lo mismo ocurre en Brasil y México, países que ahora encabezan el censo de muertes por la pandemia en Iberoamérica.

La tontería de las interpretaciones ideológicas impide plantearse respuestas reales tanto a la pandemia como a la amenaza no menos letal de expansión del poder del hampa dirigida desde La Habana. Cuando los críticos del gobierno "amigo de la paz" se dedican a clamar al cielo contra las medidas restrictivas, por una parte les dan la razón a los defensores de dicho gobierno y de la llamada izquierda, y por el otro gastan energías en algo que no conduce a nada. Si hubiera un partido que representara una verdadera alternativa, se esforzaría en proponer medidas que permitieran trabajar y a la vez proteger la salud de la gente. De eso se trata, de evaluar el riesgo de cada actividad, de cada persona, de cada espacio, de modo que esa elección absurda entre el sacrificio de unos cuantos y la continuidad de algunos negocios deje de tener sentido. Eso es posible en todas partes, si pueden abrir las tiendas de alimentación, ¿cuántos negocios no habrá en los que la exposición al contacto entre personas sea menor?

Las soluciones, tanto asistenciales como técnicas, dependen más de la eficiencia de los gobiernos y la disciplina de la gente que de la ideología. Baste pensar en China, donde, si bien es cierto que publican cifras engañosas y tapan muchos contagios y muertes, tendrían millones de muertos si no hubieran sido eficientes cerrando la provincia y la ciudad en que se detectó la infección. Si los gobernantes comunistas chinos fueran del nivel de los socialdemócratas y chavistas españoles no sólo habría una mortandad monstruosa por la pandemia sino además una hambruna generalizada, aunque ciertamente los chinos son más disciplinados que los españoles (ayer salí a pasear por Barcelona y se me ocurrió contar las personas que llevaban mascarilla, que eran la minoría a pesar de que es obligatoria).

La manía ideológica, como ya expliqué antes, hace recordar la campaña de algunos gánsters comunistas chinos contra sus rivales cuando el segundo del régimen, Lin Biao, cayó en desgracia: una querella palaciega se presenta como una guerra cósmica. Lin Biao no tenía nada que ver con Confucio, pero el adanismo de esos terroristas-propagandistas los alentaba a presentar al creador de la cultura china como un elemento caduco al que combatir para elevar de nivel la justificación de sus persecuciones. Y también recuerda a los enemigos de las vacunas, personas que reciben rumores por WhatsApp y creen que la biología molecular es algo que se entiende reduciéndolo a una cuestión de gustos personales. Encuentran público porque efectivamente la mayoría de los niños no vacunados no se contagian de las enfermedades infecciosas contra las que se aplican vacunas, pero eso ocurre precisamente gracias a que la inmensa mayoría de la población está protegida. En otra época la mortalidad por la viruela era enorme.

Lo que se haga para afrontar la pandemia y la crisis que vendrá debe ser objeto de una discusión seria, y mucho me temo que al final los criminales totalitarios sacarán provecho de ambas calamidades. Eso no se podrá impedir mientras la respuesta de quienes deberían combatirlos sean la sinofobia, las teorías de conspiración o los fanatismos ideológicos.

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