10 ago 2020

Los de las FARC también son víctimas

Por @ruiz_senior

A pesar de su inspiración y financiación inicial foránea, las bandas terroristas colombianas representan en gran medida al país y el vivero del que surgen, la universidad pública, no sólo sigue intacto sino que ha multiplicado su impacto. Nadie quiere acabar con el adoctrinamiento de asesinos, y eso asegura un genocidio superior al ya experimentado. Los propios terroristas son víctimas de esa inconsciencia y esa indolencia generalizadas.

Yo conocí a gente parecida a los miembros del Secretariado de las FARC. No creo que ellos en su fuero íntimo se sientan satisfechos de su vida, saben que son criminales y sólo el ensueño de ascenso social y poder les mantiene, junto con el acceso a placeres costosos, la conciencia adormecida. 

Pero sus vidas no son el edén que los envidiosos se imaginan. La organización Partido FARC y la representación en el Congreso están ahí como garantía de "la paz", es decir, para amenazar. No defienden un programa distinto al de Santos y los partidos que controla y podrán pasar al ostracismo o a la prisión cuando al clan oligárquico le convenga.

Para lo que se concibieron la Constitución del 91 y los diálogos de paz fue para garantizar el ascenso al poder de los comunistas o populistas dirigidos desde La Habana. El mayor peligro que afronta Colombia es un triunfo electoral de la llamada "izquierda" en 2022, que es lo que preparan la JEP y la Comisión de la Verdad. También tiene ese propósito la detención de Uribe que acaba de ordenar la Corte Suprema de Justicia, ejemplar institución que mantuvo preso (en rigor, secuestrado) al coronel Luis Alfonso Plazas Vega durante ocho años tras una condena basada en testigos falsos, majestuosa autoridad que desechó las pruebas de que Iván Cepeda Castro y Piedad Córdoba formaban parte de la banda terrorista FARC que había en los computadores de alias Raúl Reyes, honorable modelo de equidad que condenó a diecisiete años a un exministro por firmar papeles que también firmaron sus antecesores y sus sucesores y en fin órgano de la justicia que ordenó la liberación de alias Santrich para favorecer su fuga.

Pero los jefes de las FARC sólo son asesinos que han contribuido a esa toma del poder. En cuanto el control del Estado sea suficiente o se pueda contar con otros productores de la cocaína, los esconden y los condenan al olvido. Los "comunistas" que esperan tomar el poder son sobre todo el clan oligárquico que manda desde hace un siglo en el Partido Liberal y los agentes cubanos, iraníes y quizá chinos que dirigen el conjunto de la trama. Los López, los Santos y los Samper han dominado el Estado colombiano desde el fin del Frente Nacional y con ese propósito han utilizado a las sectas de asesinos comunistas.

En la jerga de los enemigos de esas sectas se alude a sus miembros como "bandidos", lo cual es un error que forma parte de la idiosincrasia que termina produciendo esa clase de sujetos. Un tipo como alias Alfonso Cano no es un bandido que comete iniquidades por lucro o placer sino un individuo de clase acomodada que emprende una carrera criminal para imponer un régimen que le parece que redime a la humanidad. El origen de esas ideas es la tradición local, que comparten sobre todo los que lo ven como un "bandido". Si su móvil fuera el lucro, tanto él como la mayoría de los dirigentes de las FARC, habrían encontrado medios más cómodos. Su móvil era "altruista", del modo en que se imagina que una sociedad gobernada con las ideas que lo han seducido le parece deseable. Obviamente el núcleo psíquico de esa disposición es "egoísta" (el sueño de mandar), pero eso no era tan fácil de ver para él. La organización comunista es una secta mafiosa y muchos de sus jefes son meros criminales ansiosos de lucro, pero eso no quiere decir que lo sean todos los que forman parte de ella. A muchos los mueve más el ideal heroico. Y la disciplina hace el resto. Un tipo como alias Alfonso Cano no es más criminal que uno como Luis Eduardo Garzón, que tenía un rango más alto en la organización del Partido Comunista y como líder sindical se ganaba el sueldo de 50 personas, el cual no obstante llegó a alcalde de Bogotá y a ministro y sin duda disfruta de una lucrativa pensión.

En los años del Caguán recuerdo una semana especialmente dura, con cientos de asesinatos, secuestros, cilindrazos a pueblos y otras atrocidades, en la que el inefable oligarca Alfredo Molano (no olviden que por algo dirigía la colombianísima "Comisión de la Verdad", una patochada que parece una representación de Orwell en un porno-show) afirmó en su columna en El Espectador que todo eso que se decía de Tirofijo también se dijo en su día de Bolívar. Yo lo leí con asco e indignación, pero ¿no tenía razón? Sí, lo mismo se decía de Bolívar porque cometió atrocidades comparables, al igual que Santander y los demás próceres de la Independencia. Los dirigentes de las FARC de origen universitario son víctimas de esa épica, de un país que no ha sabido hacer frente a su pasado, al que idealiza y presenta como admirable cuando no es más que "cómicos heroísmos de patanes", como lo definió el escritor Eduardo Escobar.

Una vez leí que en ciertas guerras africanas descuartizaban a los muertos que habían caído tiroteados. ¿Cómo certificar que estaban muertos si nadie había visto la bala? Los colombianos de comienzos del siglo XXI odiaban a muerte a las guerrillas comunistas sin saber que todos sus crímenes formaban parte del libreto del comunismo. En los países en que han tomado el poder, los comunistas han cometido muchos más crímenes después. ¿Por qué la condena a las guerrillas no se extiende a todos los comunistas como autores efectivos de todos los desmanes? Porque nadie ha visto la bala, y sobre todo porque ese poder de los comunistas es el orden secreto de la sociedad colombiana. Un individuo que formara parte del partido y tuviera alguna ventaja en su relación personal con personas influyentes podría haber vivido dedicado a adoctrinar terroristas con un excelente sueldo público, pensionarse joven y ofrecer a sus hijos, probablemente afiliados también al partido, puestos del mismo estilo, y a sus nietos y bisnietos. Bastaría con que hubiera empezado cuando el marxista Gerardo Molina era rector de la Universidad Nacional (1944). ¿Por qué ningún gobierno se ha planteado combatir el adoctrinamiento comunista en las universidades?

Esta pregunta lleva a la conclusión más dolorosa: las FARC no son sólo una banda de asesinos y traficantes de cocaína dirigidos desde el exterior sino agentes de un orden secreto de la sociedad que nadie quiere ver o señalar. ¿Por qué a lo largo de casi ochenta años el Estado ha pagado el adoctrinamiento comunista en las universidades? La explicación que se me ocurre es que los descendientes de castas poderosas tienen más poder que las autoridades legítimas, de modo que la universidad es un "poder fáctico" que nadie se atreve a tocar.

Lo que es repugnante es que se culpe exclusivamente a quienes intentan hacer realidad las enseñanzas que reciben mientras sus mentores siguen lucrándose copiosamente y ejerciendo autoridad. Todavía no hay nadie en Colombia que proponga un juicio al comunismo y el fin del adoctrinamiento en los centros educativos. Grotescamente el actual gobierno promete la educación superior universal, cosa que no hay en ningún país civilizado y que en uno que no produce prácticamente nada —salvo drogas ilícitas, personas para la prostitución y materias primas— es una atrocidad: más sueldos para los comunistas y menos oportunidades para los demás. Pero nadie lo cuestiona.

Ese embeleco de la educación es el aspecto que más muestra a los narcoterroristas de las FARC, el ELN y las demás bandas como víctimas de una sociedad inmoral y perversa, pero podrían señalarse muchas otras, tantas que al final ni siquiera la muy probable caída del Ejecutivo y de todo el Estado en manos de los cubanos resulta la peor amenaza: ¿qué proyecto de país se tiene, qué papel quieren que tenga Colombia en la aldea global? Apegados a sus rutinas, los colombianos son incapaces de interesarse por otra cosa que por prosperar arrimados al poder.

Las personas asesinadas por los terroristas no pueden ser acusadas de complicidad, pero sí sus deudos: ¿cuántos han hecho algo para impedir que los asesinos lleguen al poder? Lo que se ha visto, por ejemplo con los diputados del Valle, es que los familiares intentan lucrarse defendiendo a los asesinos. ¿Qué puede disuadir a los jóvenes reclutados en los últimos años si al final cometer asesinatos y secuestros es la forma correcta de obtener poder?

Lo que movía a los jefes de las FARC y las demás bandas de asesinos para integrarse en la guerrilla no era violar niños ni secuestrar ancianos, fue la vida en la selva y el ejercicio de la violencia contra la libertad ajena que emprendieron lo que los convirtió en monstruos. Los culpables son muchos más, pero es un ejercicio que en Colombia no se quiere hacer porque el primitivismo impide pensar en el largo plazo y todo se acaba en quién será el próximo presidente y en qué nexo personal tiene uno con él para prosperar.

Uno lee las redes sociales y se da cuenta de que la nueva hornada de asesinos ya está lista. Cuando alias Alfonso Cano era estudiante, toda la Universidad Nacional era revolucionaria. Ahora también, sólo que ahora hay decenas de veces más estudiantes y los comunistas son mucho más poderosos. Una orgía de crímenes superior a la que se ha vivido es segura, pero sencillamente a nadie se le ocurre que se debe frenar el adoctrinamiento.

Los asesinos de las FARC también son víctimas de un país contrahecho. Los sicarios de Twitter, que muy pronto serán verdugos, como en Venezuela, seguirán su camino. ¿Cuántos colombianos pueden decir que han hecho algo para impedirlo? 

1 comentario:

Realista dijo...

Dios mio, uno lee este articulo y lo que le da es ganas de llorar por el pais.