Por @ruiz_senior
El discurso de Petro en la ONU dio lugar a muchas críticas que circularon por
las redes sociales, así me llegó un video en el que Enrique Peñalosa da su
opinión al respecto. Las primeras frases de ese video ya disuaden de
interesarse por el resto: dice que Petro tiene razón en señalar el completo
fracaso de la guerra contra las drogas.
No es una rareza del exalcalde de Bogotá sino algo que uno puede oírle decir
casi a todos los colombianos educados, incluidos muchos anticomunistas. Hasta
el nieto de Laureano Gómez que era candidato presidencial se manifestó durante
la campaña a favor de despenalizar el narcotráfico como, dice, quería su tío
asesinado. Es una obviedad para la gente de clases acomodadas del país.
Pero ¿hay alguna guerra contra las drogas? ¿En qué consiste? ¿Cómo podría superarse
esa “guerra”? Lo que hay en todos los países es la prohibición del
narcotráfico, y la idea subyacente en ese discurso repetido sin cesar por los
medios de comunicación y el mundo académico locales es que esa prohibición debe
cesar.
Es muy peligroso caer en la tentación de entrar en un debate en el que la
opinión que cada uno tenga no cuenta: los promotores de esa despenalización,
como los de la órbita de las Open Society Fundations de alias George Soros, no prevén
que dentro de unos años sea posible comprar heroína en las farmacias, sino que
con ese cuento intentan legitimar el negocio en los países productores, buscar
apoyo de los usuarios en los países importadores para los grupos políticos afines
y favorecer un trato laxo a los capitales que genera, en clara asociación con
los gobiernos del imperio comunista iberoamericano.
Lo que un colombiano que quiera ver a su país respetado y en paz debe
plantearse es si es concebible que unas organizaciones dedicadas a un negocio
ilegal operen libremente, como ocurre con el actual gobierno. El que razone que
cada cual debería ser libre de tomar lo que quiera y por tanto apruebe esa
propaganda debería darse cuenta de que sin la cocaína las guerrillas y demás
redes criminales se dedicarían a la prostitución infantil o al tráfico de
órganos, aunque a lo mejor podrían simplemente, tras tomar el poder, confiscar
todos los bienes y mantener a la población en la miseria extrema, como ocurrió
en el antiguo Imperio ruso.
Lo que ocurre es que esa propaganda legitimadora lleva muchas décadas
circulando y gracias al bajísimo nivel cultural del país encuentra quien la
divulgue. Cuando yo oí por primera vez frases como “nosotros ponemos los
muertos” me sentí como delante de alguien que justificara el incesto o la
coprofagia. También los atracadores de bancos ponen los muertos. Y claro, los
que dicen eso no ponen ningún muerto, sólo se benefician de una riqueza que les
llega de diversas maneras aunque no la perciban. Y se identifican con los criminales
porque no tienen noción de la ley.
Son los mismos que se reconcilian con los que no les han hecho nada en nombre
de víctimas que no les importan, los mismos que aplauden la multiplicación de
los narcocultivos y de la degradación física de los indios y demás pobladores
de regiones miserables que ejercen de raspachines con el cuento de proteger la
salud humana del glifosato. Es una forma de ser del país, el sindicato
comunista Fecode se dedica a buscar el premio de los violadores de niños de su
mismo partido porque forma parte de la lucha por el derecho a la educación.
Un verdadero líder de las clases altas colombianas, el columnista más valorado,
leído e influyente, Antonio Caballero, se dedicó durante mucho tiempo a
explicar que la prohibición de las drogas es una estratagema perversa de los
bancos y los gobiernos estadounidenses para lucrarse secretamente de ese
negocio. Digamos que era la explicación más elegante que los colombianos
encontraban de la cuestión del narcotráfico.
El comercio de psicotrópicos está prohibido en todos los países y en algunos
incluso se castiga con la pena de muerte. Quien razone que esa prohibición no
debería existir o aun quien apruebe el consumo de esos productos, debería tener
la honradez de admitir que por mucho tiempo eso no va a cambiar. Tampoco los
colombianos educados que reproducen la ideíta que expresó Peñalosa y los
cuentos de Caballero tolerarían que sus hijos pudieran comprar heroína
fácilmente, sólo es una forma de complicidad con un negocio en el que el clan
de Caballero y los Santos, los Samper y los López tienen evidentes intereses.
Una mentira que les permite seguir viviendo frívolamente en un país que es como
el barrio ruin de la aldea global.
El narcotráfico es un elemento muy importante del proyecto de dominación
comunista, ya desde la época de Pablo Escobar era indudable la implicación del
gobierno cubano (cuyo embajador consiguió reconciliar al capo con el M-19),
pero en Venezuela eso se hizo patente: a pesar de que el país no había estado
muy implicado en el negocio, Chávez, seguramente alentado por sus mentores
iraníes y cubanos, lo favoreció porque una economía paralela le permitía
corromper y controlar a los militares.
También en Colombia la paz de Santos, es decir, el sometimiento al régimen cubano,
se basó en la multiplicación de la producción y exportación de cocaína y en el
apoyo a las guerrillas comunistas para hacerse con el control del negocio. De
esa exuberancia vienen los recursos con los que Petro llegó a la presidencia.
Defender la democracia y la libertad comporta inexorablemente combatir el
narcotráfico, para lo cual lo primero es entender que se trata de la ley, como
si se pudiera renunciar a combatir el homicidio o el robo. Esa idea del
“fracaso de la guerra contra las drogas” es parte del libreto de las mafias, y
poco importa si Enrique Peñalosa cumple un encargo diciendo eso o si
simplemente es un tonto útil.
2 comentarios:
Pone usted un ejemplos contundente y categórico: "no tenemos que luchar contra el robo y el homicidio porque eso ha sido un fracaso a través de los tiempos". Es obvio que los intelectuales que predican eso son unos criminales, pero inexplicable que tantas "gentes cultas" se lo crean, como efectivamente se lo creen.
No se lo creen, sencillamente repiten lo que oyen decir. Su cultura consiste en haber ido a centros de prestigio, pero no piensan nada por su cuenta, y si la gente pudiera comprar heroína o crack en cualquier parte querrían que se prohibiera.
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