Por @ruiz_senior
En una ocasión
Borges comentaba que el libro traducido como La decadencia de Occidente podría haberse llamado en español «La
ida hacia abajo de la tierra de la tarde», debido a que en alemán se llama Der Untergang des Abendlandes (unter = abajo, Gang = paso, Abend =
tarde, Land = país). También podría ser
«El declive del país del crepúsculo» o «El ocaso del país del ocaso».
El segundo volumen de ese libro se publicó en 1923, hace un siglo exactamente.
Su tesis es que la civilización occidental entraría hacia el año 2000 en una
crisis que sería el comienzo de su final. ¿Es consciente la población de estar
experimentando esa catástrofe? No, y para la inmensa mayoría los signos
evidentes de esa decadencia definitiva son buenas noticias.
¿Qué es Occidente? Se podría definir como las naciones que heredaron la antigua
civilización grecolatina y adoptaron el cristianismo como su religión. Spengler
incluía en esa categoría a Rusia, a toda Europa, a toda América y a Australia. Para
entender lo que significa esa decadencia conviene mirar los datos.
Antes de 1914 Europa tenía una población cercana a los 450 millones de
habitantes, una cuarta parte de una población mundial que llegaba a 1.850
millones. En 2020 con 746 millones no llegaba a ser una décima parte de los
casi ocho mil millones de seres humanos del planeta. Claro que entre esos 746
millones hay que contar a una buena parte de personas provenientes del resto
del globo, situación casi inconcebible para la gente de esa época, en la que
eran los europeos los que colonizaban África y diversas regiones de Asia.
El periodo anterior al comienzo de la Primera Guerra Mundial, que era el de la
hegemonía del Reich alemán en Europa central y occidental y la expansión de los
imperios coloniales se recuerda como la «época bella». Pero entonces también se
cumplía un siglo del final de las guerras napoleónicas, y en el Imperio
británico, la principal potencia de ese siglo, la mayor parte de ese periodo es
la llamada «época victoriana». Tal vez no haya habido en toda la historia humana
un periodo de mayores avances en todos los terrenos. Todos los adelantos
tecnológicos que definen al siglo XX se
inventaron o se desarrollaron en esas cuatro décadas: el cine, la radio, el
teléfono, el motor de explosión, la aviación. Incluso la comunicación telegráfica
entre Europa y América a través de un cable submarino.
También es una época gloriosa para las cuestiones del espíritu, la pintura
francesa, la música alemana, las grandes novelas rusas. O el conocimiento del
universo y la naturaleza, con logros como la tabla periódica de los elementos o
la teoría de la relatividad, además de la mecánica cuántica.
Era la época de los grandes imperios que se repartían el mundo, cosa que la
gente de ahora ve con absoluta reprobación. En las repúblicas de la América
española y portuguesa el odio al colonialismo es un rasgo derivado de la
propaganda legitimadora de los que llevaron a cabo la separación de España, la
cual fue promovida y financiada por el Imperio británico, el viejo rival.
Después ese odio sirvió al comunismo y se instaló en las conciencias como la
cosa más natural del mundo. En una ocasión oí a un profesor de la Universidad
Nacional de clarísimos ojos azules decir que los españoles «nos» conquistaron.
El imperialismo, que es como se podría definir esa tendencia, tenía un ideólogo
muy explícito en el gran escritor Rudyard Kipling, que veía la conquista de
territorios como un servicio a pueblos que eran «mitad demonios y mitad niños».
Es comprensible que prácticamente ningún colombiano apruebe esa visión. ¿Alguno
sabe cómo se puso fin al tráfico de esclavos entre África y América y quién lo
hizo? Tal como con toda la propaganda comunista, parece que las fábricas se
construyeran solas y los inventos fueran regalos de los dioses.
El tráfico de esclavos fue abolido por el Imperio británico en 1807 y la
aplicación efectiva de esa prohibición conllevó grandes costos y conflictos.
Pero es sólo un ejemplo, también en la India se acabó con la horrible costumbre
de poner a la viuda en la pira funeraria. La colonización de África dio lugar a
horribles crímenes por parte de los alemanes y belgas, pero no particularmente
de los británicos.
¿Trajo algún beneficio la destrucción de los imperios? Ciertamente no para los
africanos, asiáticos y oceánicos que con ella vieron surgir nuevos Estados.
Éstos cayeron pronto en manos de «élites extractivas» que destruyeron toda
actividad económica productiva y se dedicaron a saquear las riquezas de los
países. El caso de la agricultura en Zimbabue, la antigua Rodesia, podría
servir de ejemplo. Pero hay uno mucho más cercano: antes de la revuelta que dio
lugar a la independencia, Haití era una de las regiones más productivas del
Imperio francés, hoy es la más miserable del hemisferio occidental.
Por supuesto que hacía falta abolir la esclavitud y favorecer la prosperidad de
los antiguos esclavos, pero la expulsión de los europeos no ha traído a ningún
país ningún desarrollo. La historia de Haití es la de Argelia y muchos otros
países, también la de Vietnam o Camboya, aunque en estos casos cuenta también
en gran medida la injerencia comunista. La descolonización sólo trajo a África
y otras regiones hambre, violencia y desorden.
Tampoco en Europa la caída de los imperios fue una buena noticia: ni Viena ni
Praga ni Budapest volvieron a ser las espléndidas capitales que habían sido. Y
Rusia tiene hoy menos población que en 1914, tras más de un siglo de hambre,
frío, miseria, terror y genocidio.
Esa caída fue el resultado de la guerra de 1914 y la culpa de quienes la
promovieron, que pagaron cara esa actuación. Si entonces se hubiera buscado la
concordia, otra sería la historia de Europa y del mundo y quizá no habría
tenido lugar el monstruoso crimen que fue el comunismo, ahora renacido y dueño
de toda Sudamérica y otras regiones, además de hegemónico entre las clases
medias europeas.
Lo que vemos hoy en día con atrocidades ideológicas como la doctrina woke, el veganismo, la «teoría crítica
de la raza», la guerra contra la familia en sus diversos frentes, la censura y
la degradación de las instituciones educativas (no es sólo en Colombia) es la
prueba de aquello que anunció Spengler. Baste comprobar que los elementos
principales de las nuevas industrias ya sólo se producen en Extremo Oriente y
que la economía de esa región ya es más importante que la de toda Europa para
entender que el mundo se encuentra en un nuevo ciclo y que probablemente será
esa región la que domine en los próximos siglos.
2 comentarios:
Es increíble que imperios tan poderosos se derrumben desde dentro, y que el de occidente, con Estados Unidos a la cabeza, lo estén destruyendo los descendientes de los Rockefeller y los Ford, unas de las familias mas beneficiadas por el sistema capitalista, de lo mas interesadas en instalar el comunismo en su propia casa. Ni siquiera la ciudad de Detroit, convertida en ruinas por gracia de los sindicatos comunistas, los hace entrar en razón.
Allá mismo, en Usa, tiene gran predicamento la Agenda 2030, que según su mismo eslogan, "nos dejarán sin nada, pero seremos muy felices" viviendo en la esclavitud, pienso yo.
No creo que la decadencia de Detroit tenga mucho que ver con los sindicatos comunistas, sencillamente los competidores asiáticos y europeos tenían modelos más pequeños y mano de obra más barata.
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