Por @ruiz_senior
Como es bien sabido, fue el comunista italiano Antonio
Gramsci quien se planteó la dificultad de atraer a las masas al proyecto de su
partido sin romper las lealtades que éstas heredaban: la patria, la religión,
la familia, etc., y la necesidad de alcanzar la hegemonía ideológica en la
sociedad. El fracaso de todos los intentos de implantar regímenes comunistas
fuera de la Unión Soviética durante el periodo de entreguerras, o incluso de
formar mayorías afines ideológicamente, determinó la búsqueda de nuevos
conflictos que explotar para alcanzar sus fines. Entre esos conflictos fueron
muy importantes los que se producían entre las metrópolis de los antiguos
imperios europeos y sus colonias, sobre todo cuando esos imperios decayeron
definitivamente tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Otro elemento decisivo en la actualización del comunismo tras la caída del
Imperio soviético en 1989 fue la experiencia aportada por el alemán Willi
Münzenberg en los años veinte, con las redes de organizaciones y medios de
comunicación que tenían en apariencia objetivos distintos a los de la Komintern
pero que en realidad estaban controlados por los respectivos partidos
comunistas. Después de 1945 la posibilidad de una insurrección obrera clásica
en Europa occidental se alejó por el rechazo mayoritario a la implantación de
tiranías en los países conquistados por el Ejército Rojo y porque se iba
conociendo la realidad del paraíso soviético. Fue la ocasión para el relevo con
modas como el existencialismo, una de cuyas figuras más prominentes, Simone de
Beauvoir, estuvo en el origen del feminismo de segunda ola, que ya no buscaba
la igualdad respecto de los hombres sino un conflicto permanente con base en
elementos identitarios. O como la contracultura, concebida por los profesores
de la Escuela de Frankfurt emigrados a Estados Unidos.
Esa contracultura tuvo su gran ocasión con motivo de la guerra de Vietnam: la
explicable renuencia de los jóvenes a ser reclutados y tomar parte en ese
conflicto les sirvió para alentar una tremenda rebelión basada en el lema “Sex
and drugs and rock and roll” y en modas artísticas que a esas nuevas
generaciones les podían vender como novedades absolutas. ¿Qué habrá pensado la
gente informada de las generaciones anteriores? Parecía que antes el coito no
tuviera atractivo para la gente o que las drogas no encontraran quien las
consumiera. Como no era posible una insurrección obrera contra el capitalismo,
los comunistas de las universidades crearon el Partido del Recreo, que fue
decisivo en el triunfo comunista en Indochina (y en el consecuente genocidio de
Camboya) al forzar la retirada estadounidense, a la vez que en ese contexto de
rebelión generalizada alentaban el radicalismo de minorías negras (como los
Black Panters) y feministas.
Era de eso de lo que hablaba el filósofo comunista francés Felix Guattari
cuando mencionaba la «revolución molecular», la explotación de toda clase de
agravios, sentimientos y causas para generar el caos y destruir la cohesión
ideológica de la mayoría. Por eso es tan característico que los más extremistas
defensores del transexualismo reciban dinero de Irán y sean indiferentes ante
los atropellos que sufren las mujeres y los gais en los países musulmanes. Una
sociedad dispersa en la que cada persona vive obsesionada por sus «derechos» y
preferencias sexuales o religiosas conviene al fin de implantar una tiranía
totalitaria, incluso sin insurrección violenta, basta con ensanchar el Estado y
a la vez conquistarlo atrayendo a los votantes y a los funcionarios con móviles
como ésos.
Ése es el contexto en el que hay que entender la propaganda del nuevo feminismo
y la promoción de las relaciones homosexuales, de la promiscuidad y del
transexualismo. No son causas que existieran de por sí (cualquiera que tenga
cierta edad recordará que los hombres vestidos de mujer o con atributos
femeninos postizos simplemente buscaban ingresos en el mundo de la prostitución
y a veces en el del espectáculo), son modas creadas para disolver los nexos
familiares y cuyo encanto es el mismo de las drogas y las sectas. En cuanto una
persona se incluye en alguna identidad LGTBIQ… ya tiene acceso a gratificación
sexual compartida y a compañía y comprensión, y cada vez más a recursos
públicos.
El enemigo que se intenta batir con todas esas «causas» de la llamada
«izquierda» es la institución familiar, siguiendo el enfoque de Gramsci. La
mujer agraviada por la supuesta opresión de su sexo empieza a ver a los hombres
como sus enemigos: a sus padres, hermanos, maridos, hijos… Hay una afinidad más
importante que la de la consanguinidad o la afinidad personal, que empieza a
verse como un error porque la sexualidad masculina empieza a percibirse como
una agresión y el hombre de por sí como un violador. El lesbianismo no es la condición
por la que una mujer se inscribe en la «izquierda» sino el resultado natural de
la asimilación de la propaganda.
En las demás modas se da el mismo fenómeno respecto de la familia, que requiere
cierto grado de monogamia: tal como el hippie de los sesenta se encontraba que
era mas divertido retozar con varias parejas fumando marihuana que trabajar, lo
mismo al joven actual le ofrecen ese caramelo de la promiscuidad y la
singularidad, cosas que son más divertidas que el compromiso y el esfuerzo.
El que tenga alguna duda de que se trata del comunismo puede atender a las
actuaciones de los partidos y líderes comunistas, incluidos los cubanos, que
hasta hace poco encarcelaban a los gais. O fijarse en cómo cuando la propaganda
abortista o contra el cambio climático termina en una condena del capitalismo,
monstruo cuyo único remedio es la abolición de la propiedad, fenómeno que los
comunistas actuales no proponen porque les basta subir sin cesar los impuestos
para financiar su propaganda. O evaluar lo que realmente es la educación en
todo Occidente, porque nada es tan rentable para los totalitarios como contar
con el gremio de funcionarios docentes, a los que ponen a convencer a los niños
de «salir del armario» o de cambiarse de sexo.
¿Cómo resistir a esa embestida totalitaria? Los políticos y partidos que se
oponen a los comunistas obran en dos direcciones, por ejemplo respecto del
feminismo: por una parte el resorte conservador (que supone que el mundo estaba
bien hace unas décadas) y por la otra la galantería (apoyar el feminismo con
cierta condescendencia, en el fondo el mismo enfoque conservador). En ambos
casos se les hace un favor. También cuando la resistencia consiste en el móvil
religioso. Un personaje de Dostoyevski decía «Dios no existe, todo está permitido».
La verdad es que en Europa occidental las personas que realmente creen en Dios
son una minoría, y las que practican alguna religión distinta del islam son más
o menos tantas como las que se quieren cambiar de sexo. El retroceso de la
religión no se va a parar, al contrario. En Iberoamérica ocurrirá sin la menor
duda lo mismo.
El combate debe darse desde la racionalidad: explicando qué es el comunismo,
qué resultados tiene su implicación, de qué modo la destrucción de la familia o
la disolución de las costumbres favorece a esos tiranos y reivindicando la
libertad y el valor de la verdadera educación.
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