Por @ruiz_senior
Nunca he sido hincha de ningún equipo de fútbol. No entiendo esa pasión, no veo
qué satisfacción obtiene alguien de que su equipo gane, y cuando es cuestión de
nacionalismo o regionalismo, me parece algo funesto. El hecho de que Argentina
gane el mundial no quiere decir que no sea un triste país que pudo ser una gran
potencia y aun llegó a ser un centro de cultura y en el que hoy reinan la
pobreza, la corrupción, la mentira y hasta el narcotráfico, como en la mayor parte
de la región.
Señalo esto porque tratándose de ideologías políticas nada me resulta más
desagradable que la gente que cree que son equivalentes, que se puede ser
leninista o maoísta sin atribuirse de hecho una responsabilidad en los crímenes
de Lenin y Mao. Es curioso que casi todos los que muestran respeto por las
opiniones comunistas no dicen lo mismo si se trata de los partidarios de
Hitler. El comunismo fue aún más criminal que el nazismo, y sigue haciendo de
las suyas.
Esa equivalencia de las opiniones es lo que asoma en la contradicción
izquierda/derecha, conceptos cuyo significado parecen tener claro la mayoría de
los periodistas y políticos pero que vistos de cerca resultan falacias
escandalosas. El socialismo no es sólo una mala idea sino de hecho un crimen.
Si no lo pudiera definir como el mal tampoco gastaría energía en combatirlo, sería
como enemistarse con alguien que no aprecia los camarones o los quesos fuertes.
Ciertos valores heredados de la Antigüedad están de manera tácita en la base de
nuestra conciencia. Por ejemplo, la idea platónica del bien, la verdad y la
belleza como ideales supremos no la tienen todos en nuestro mundo como su
divisa, pero en cuanto piensan en ella la mayoría la suscribirían. Esa idea la
transmitió durante milenios la religión cristiana.
¿Qué podría ser «el bien»? Supongamos que deseamos que todo el mundo se libre
del sufrimiento o que cesen la crueldad y la humillación o que reine la
justicia y la gente sea libre. ¿En qué medida es el socialismo en sus distintas
versiones enemigo de ese «bien»? Habría que pensar en lo que significa
«socialismo», porque se mezclan dos nociones distintas en un típico engaño. Por
una parte está el ideal originario del cristianismo de la comunidad fraternal (cuando
Marx predica «de cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad» simplemente
cita los Hechos de los Apóstoles), por la otra, está el hecho real de la
expansión incesante del Estado, que no cesa en los países de Occidente a pesar
de que hace varias décadas que cayó el comunismo. Por lo general se tienta a
los incautos con el idilio igualitario para llevarlos a la esclavitud
estatista, como las prostitutas que llevan a los borrachos a sitios solitarios
donde sus cómplices los atracan.
El sufrimiento de millones de personas sólo tiene un remedio: la prosperidad,
gracias a la cual se pueden pagar servicios, tratamientos, etc. que lo
reduzcan. ¿Qué hace el socialismo al respecto? Siempre empobrece a las
sociedades, no hace falta pensar en Cuba o Venezuela, también España ha pagado
con los gobiernos de Zapatero y Sánchez el error de creerles a los socialistas.
Los países europeos regidos por gobiernos socialdemócratas han prosperado,
partiendo con mucha ventaja, mucho menos que aquellos de Asia en que hay
libertad.
Lo que hacen los socialistas en el poder es multiplicar el gasto «protegiendo» a los débiles, cosa que en la práctica siempre se traduce sólo en comprar clientelas y en generar un vasto parasitismo, exactamente lo que hizo Chávez. ¿Quién paga ese gasto? El conjunto de los ciudadanos, sobre todo los que trabajan. En todas partes donde el Estado crece surge una casta que somete al resto de la sociedad: esa dominación y ese despojo son lo contrario de lo que podríamos concebir como el bien. Los gobernantes no tienen otro interés que conservar sus puestos y para eso no vacilan en crear ruina y sufrimiento y en limitar las libertades ajenas, no sólo en el plano económico. Durante toda la etapa soviética los homosexuales eran encerrados en campos de concentración o sometidos a crueles tratamientos psiquiátricos, pero ahora los comunistas se dedican a «defenderlos», y la intromisión en la vida privada de la gente llega a tal punto que en España una secretaria de Estado anda criticando que las mujeres busquen placer en la penetración en lugar de estimularse ellas mismas. (Eso mismo ocurrirá en Colombia con el gobierno narcocomunista, ya lo verán, siempre aplican el mismo libreto.)
La escritora ruso-estadounidense Ayn Rand describió ese fenómeno con las imágenes de Atila y el chamán, el primero usa el miedo y el segundo la culpa para someter a los hombres. En el socialismo se encuentran ambos elementos atávicos, lo cual explica la unánime adhesión de las clases altas de Iberoamérica a ideales socialistas: su prosperidad no procede de lo que producen sino de lo que les quitan a los que producen, y para conservar el mando adoctrinan a los pobres —que abundan gracias a sus exacciones— en una mentalidad de saqueo. Heredan la aversión al trabajo de la época en que España era rica gracias al oro y la plata de América y la contagian al conjunto de la sociedad.
En contraste, en las sociedades abiertas en las que predomina el hombre productivo, la riqueza se obtiene proveyendo bienes y servicios a otros que los compran libremente.
Recientemente se discutió una moción de censura contra el gobierno español. Pedro Sánchez replicó con un larguísimo discurso que llevaba escrito en el que se jactaba de todo el dinero que gastaba en regalar pasajes de tren y bienes semejantes. ¿Quién paga eso? Los que ganan el salario mínimo no entienden de economía y no se dan cuenta de que todo lo que les regalan se lo quitan en impuestos que creen que no pagan. Les hacen creer que es algo que quitan a los ricos, alentando el resentimiento y la envidia, cosas que sólo pueden entenderse como formas de maldad. En el socialismo sólo se hacen ricos los que están cerca del poder político.
Ese engaño es increíblemente eficaz. En Francia hay una tremenda rebelión porque Macron retrasó la edad de jubilación de los 62 a los 64 años. Para formarse una idea de la cuestión baste pensar que los alemanes, mucho menos endeudados, se retiran a los 67. ¿Quién creen los que protestan que pagaría esas pensiones si no se retrasara la edad? Una persona de 35 años normalmente ya tiene a sus padres retirados, con lo que cuando exige más gasto público en realidad pide que le quiten dinero para beneficiar a otros. Pero ese sueño de vivir a costa de los demás es irresistible.
El Estado en manos de esa casta corrompe la educación, que se convierte en pura propaganda a costa de la posibilidad de la gente de aprender cualquier cosa cierta. La promoción automática, cada vez más generalizada, significa en la realidad la persecución contra los mejores y hasta la prohibición de aprender. En Cuba o en Venezuela, y en realidad también en Colombia, socialista plenamente desde 1991 pero ya marcada por esa ideología desde mucho antes, se gradúan millones de personas cuyos títulos no suelen servir para nada productivo, pero que militan en las ideas dominantes.
Ni el bien ni la verdad, tampoco la belleza. Un mundo de multitudes resentidas o de personas que apoyan a Francia Márquez porque creen que en el gobierno también deben estar los que dicen «helicóctero», o que las personas negras de por sí son feas es un mundo condenado a ser cada vez más chabacano. Defender la libertad en el sentido de la tradición liberal (no del partido de Ernesto Samper sino de las ideas de Adam Smith), defender la justicia contra los atropellos de los tiranos, es corresponder al viejo ideal platónico. Es hacer frente al mal que en cuanto puede oprime a la mayoría, hoy con las «identidades» del resentimiento, que sólo son métodos de captación mediante seducciones y mentiras para conducir a los engañados a aborrecer el capitalismo.
Lo que hacen los socialistas en el poder es multiplicar el gasto «protegiendo» a los débiles, cosa que en la práctica siempre se traduce sólo en comprar clientelas y en generar un vasto parasitismo, exactamente lo que hizo Chávez. ¿Quién paga ese gasto? El conjunto de los ciudadanos, sobre todo los que trabajan. En todas partes donde el Estado crece surge una casta que somete al resto de la sociedad: esa dominación y ese despojo son lo contrario de lo que podríamos concebir como el bien. Los gobernantes no tienen otro interés que conservar sus puestos y para eso no vacilan en crear ruina y sufrimiento y en limitar las libertades ajenas, no sólo en el plano económico. Durante toda la etapa soviética los homosexuales eran encerrados en campos de concentración o sometidos a crueles tratamientos psiquiátricos, pero ahora los comunistas se dedican a «defenderlos», y la intromisión en la vida privada de la gente llega a tal punto que en España una secretaria de Estado anda criticando que las mujeres busquen placer en la penetración en lugar de estimularse ellas mismas. (Eso mismo ocurrirá en Colombia con el gobierno narcocomunista, ya lo verán, siempre aplican el mismo libreto.)
La escritora ruso-estadounidense Ayn Rand describió ese fenómeno con las imágenes de Atila y el chamán, el primero usa el miedo y el segundo la culpa para someter a los hombres. En el socialismo se encuentran ambos elementos atávicos, lo cual explica la unánime adhesión de las clases altas de Iberoamérica a ideales socialistas: su prosperidad no procede de lo que producen sino de lo que les quitan a los que producen, y para conservar el mando adoctrinan a los pobres —que abundan gracias a sus exacciones— en una mentalidad de saqueo. Heredan la aversión al trabajo de la época en que España era rica gracias al oro y la plata de América y la contagian al conjunto de la sociedad.
En contraste, en las sociedades abiertas en las que predomina el hombre productivo, la riqueza se obtiene proveyendo bienes y servicios a otros que los compran libremente.
Recientemente se discutió una moción de censura contra el gobierno español. Pedro Sánchez replicó con un larguísimo discurso que llevaba escrito en el que se jactaba de todo el dinero que gastaba en regalar pasajes de tren y bienes semejantes. ¿Quién paga eso? Los que ganan el salario mínimo no entienden de economía y no se dan cuenta de que todo lo que les regalan se lo quitan en impuestos que creen que no pagan. Les hacen creer que es algo que quitan a los ricos, alentando el resentimiento y la envidia, cosas que sólo pueden entenderse como formas de maldad. En el socialismo sólo se hacen ricos los que están cerca del poder político.
Ese engaño es increíblemente eficaz. En Francia hay una tremenda rebelión porque Macron retrasó la edad de jubilación de los 62 a los 64 años. Para formarse una idea de la cuestión baste pensar que los alemanes, mucho menos endeudados, se retiran a los 67. ¿Quién creen los que protestan que pagaría esas pensiones si no se retrasara la edad? Una persona de 35 años normalmente ya tiene a sus padres retirados, con lo que cuando exige más gasto público en realidad pide que le quiten dinero para beneficiar a otros. Pero ese sueño de vivir a costa de los demás es irresistible.
El Estado en manos de esa casta corrompe la educación, que se convierte en pura propaganda a costa de la posibilidad de la gente de aprender cualquier cosa cierta. La promoción automática, cada vez más generalizada, significa en la realidad la persecución contra los mejores y hasta la prohibición de aprender. En Cuba o en Venezuela, y en realidad también en Colombia, socialista plenamente desde 1991 pero ya marcada por esa ideología desde mucho antes, se gradúan millones de personas cuyos títulos no suelen servir para nada productivo, pero que militan en las ideas dominantes.
Ni el bien ni la verdad, tampoco la belleza. Un mundo de multitudes resentidas o de personas que apoyan a Francia Márquez porque creen que en el gobierno también deben estar los que dicen «helicóctero», o que las personas negras de por sí son feas es un mundo condenado a ser cada vez más chabacano. Defender la libertad en el sentido de la tradición liberal (no del partido de Ernesto Samper sino de las ideas de Adam Smith), defender la justicia contra los atropellos de los tiranos, es corresponder al viejo ideal platónico. Es hacer frente al mal que en cuanto puede oprime a la mayoría, hoy con las «identidades» del resentimiento, que sólo son métodos de captación mediante seducciones y mentiras para conducir a los engañados a aborrecer el capitalismo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario