Uno de los frentes en que el narcoterrorismo y sus socios urbanos libra ahora la batalla contra la democracia es el de la explotación de las víctimas: en una tarea de inversión increíble, desmesurada; en una muestra de cinismo que parece sacada de un cómic infantil o de una telenovela mala, los empresarios de la muerte se han convertido en portavoces de sus víctimas.
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