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— pablo robayo (@pablorobayov) September 14, 2012
Monólogo de Jaime Bayly, 30 de agosto.
Artículo del día:
ENTRE DERECHOS Y PRIVILEGIOS
Por @Jorge_maxPower
En realidad todo se puede reducir a dos tipos de
ideas: las de quienes intentan desesperadamente vivir de la renta sin
tener que trabajar, y las de quienes intentan trabajar y
producir con ahínco. En Colombia desafortunadamente los primeros son mayoría. Las razones
han sido discutidas en todo nivel y en general se prestan para todo debate,
pero lo que sí es claro es que la sociedad de los derechos, le ganó a la
sociedad de los privilegios.
Los
derechos son elementos con los que se nace, es decir, todo el mundo tan solo
por su condición de humano tiene derecho a un trato digno, a la seguridad, a no
ser víctima de delitos, y al libre desarrollo de su personalidad. Los derechos
humanos son indiscutibles y sin duda deben ser el centro del estado de derecho:
Garantizar antes que nada aquellos derechos a los que nos hemos hecho solamente por
haber nacido en la especie humana.
Nadie podría
argüir contra eso, salvo tal vez Hitler, Stalin, Castro, y demás déspotas como Chavéz,
Timochenko o Santos. Para estos personajes la vida humana es una herramienta
desechable en la medida en que los fines superiores se alcancen, fines
superiores de establecer precisamente el carácter secundario de los derechos
humanos en pro de un sistema político, una idea religiosa, un imaginario
colectivo, o en el caso colombiano una plutocracia cruel y descarada.
Sin
embargo, hay condiciones que se derivan del trabajo humano y que los
colombianos hemos asociado falsamente con derechos, eso sí con ayuda evidente de Fecode y demás personajes al servicio del Foro de Sao Paulo, otrora
Komintern. Sin embargo, estas ideas entran en tierra fértil: la extraña idea de
que todo debe llegar del cielo sin ningún esfuerzo, y de que una situación diferente es
un castigo divino por mal comportamiento es tan antiquísima como la republica,
el imperio español y la nación chibcha.
Hace
poco me llamo la atención la idea con la cual los estadounidenses abordan el tema de
manejar vehículos. Para ellos manejar es un privilegio que se gana, y durante
todo el proceso lo dejan muy claro: “Puede indicar bajo la gravedad del
juramento que su privilegio de conducir nunca ha sido revocado?” reza alguno de
los cuestionarios que los americanos llenan para conseguir su licencia de conducción.
Conducir, para la sociedad americana es un privilegio que se le regala a
quienes son capaces de conservarlo: Evidentemente quienes no lo son
enfrentan todo tipo de castigos, desde el pecuniario (vía multas o seguro de
accidentes) hasta la privación de la libertad.
Cuando
las personas tienen en la cabeza la idea de que las cosas son un privilegio luchan arduamente por conservarlo, por tenerlo y por ostentarlo, al
tiempo que la sociedad se muestra a sí misma como una elite que ha conseguido
un privilegio después de un trabajo que puede ser comprobado. Evidentemente el
concepto de privilegio hace que las personas que no lo alcanzan sufran un castigo de la sociedad.
Por el
contrario la cosmovisión que da ver las cosas como un derecho hace que nadie
luche ni valore lo que se le ofrece. Cuando los beneficios son derechos se
obtienen “porque usted me lo tiene que dar”, es decir la cosmovisión de los
derechos implica una tácita e imperativa existencia de un poder superior que
da. Es decir, no existe un derecho sin un receptor y un otorgador. Ver
absolutamente todo como un derecho es la forma más imperceptible y romántica de
ser un esclavo: Pues si tengo miles de derechos, estoy obligado a vivir de la
buena voluntad de quien me los quiera dar.
Eso es
lo que ocurre en Colombia, la aberrante idea de que todo hace parte de un
derecho divino que el estado debe otorgar genera un gran círculo viscoso que
termina con la producción, y garantiza la corrupción y la malversación de los
recursos. Quiero señalar un ejemplo: hace poco sostenía que para acabar con la
violencia en el fútbol y al mismo tiempo
hacer que el espectáculo sea competitivo a nivel internacional, entre otras
ideas, señalaba que la boleta para los estadios debía aumentar de precio
considerablemente. A mi juicio, una persona que pague medio salario mínimo
(como mínimo) para ir a ver un partido
de futbol es una persona que sabe cuánto esfuerzo le ha costado su boleta,
apreciará el espectáculo, exigirá calidad, y financiará desarrollo. Poco creo
que quien ha luchado arduamente para conseguir $400.000 pesos para ir al
estadio, decida usarlos para drogarse, emborracharse y repartir puñaladas.
Cuando señalé esto, alguien me replicó que esta medida no era justa ¡porque el
fútbol era un derecho de la gente!. Cuando el fútbol es un derecho, tal y como
lo es hoy, los hinchas les exigen a los clubes que les den las boletas, salen a
la calle a mendigar y robar para comprarlas, y una vez dentro cometen todo
tipo de actos contra la ley, al tiempo que el espectáculo es pobre, mediocre y
de pésima calidad.
No lo
dude, señor lector, lo mismo ocurre con la educación: concebirla como derecho
solo implica una selección adversa, es decir que todos aquellos que podrían producir
todo el conocimiento, toda la tecnología y todo el desarrollo, pasan a hacer
parte de una lista de espera en la que tienen que entrar todos los otros que “también
tienen derecho” y que hacen de la educación su fortín criminal: los
reclutadores de las Farc y el ELN han pasado décadas en la universidad, pero
como ejercen la fuerza de la protesta en relación con su “derecho a estudiar” son
prácticamente intocables. Yo me pregunto, ¿cuántos grandes talentos y cerebros
e ideas se hubieran podido generar en Colombia, si Alfonso Cano hubiera tenido
que competir su ingreso a la universidad nacional con su capacidad de
emprendimiento, de crear ciencia, y de generar conocimiento? Seguramente habría
quedado por fuera, porque el “derecho” a estudiar de Alfonso Cano, le arranco
la posibilidad a algún otro colombiano.
En un
escenario de recursos escasos, la educación como derecho hace que todos
compitan por el grito más duro de “tengo derecho a estudiar”, en vez de generar
una competencia entre cerebros creativos, ideas de desarrollo y tecnología. La
educación como derecho hace a los estudiantes, siempre tan valientes al
señalarse “anti-establecimiento”, asquerosamente dependientes del
establecimiento. La educación como derecho simplemente esclaviza a los estudiantes
a los caprichos del ejecutivo y de las clases que tienen el poder y garantiza una productividad marginal baja, de bajos salarios, que perpetúa
la pobreza.
Es irónico
preguntarle a los estudiantes por el dato de las 70 patentes que Colombia ha
registrado durante los últimos cincuenta años (mientras que en tan solo un mes Japón
produce poco mas de 200.000) Todos sin excepción culpan a la falta de recursos
y de inversión por parte del gobierno “es que el gobierno no invierte en la educación”
Dicen ellos, al tiempo que sin ningún asomo de darse cuenta de su incoherencia,
piden más educación y lanzan incendiarios discursos en los que llaman a abolir
el establecimiento.
Una
sociedad que compite por los privilegios es una sociedad productiva cuya
pregunta existencial es ¿cómo garantizamos que todos tengan las mismas
oportunidades y sigan las mismas reglas? Eso genera un circulo virtuoso de
justicia y de inversion productiva. Una que por el contrario compite por
derechos, es una sociedad improductiva cuya pregunta existencial es ¿cómo ampliamos
la cobertura para que todos tengan acceso? Esto crea una sociedad parasitaria,
un estado paternal que debe financiarse en el trabajo de la clase media, y
calidad de vida mediocre porque jamás el dinero alcanzara para dar a todos bienes de buena
calidad. Recuerdo las palabras del director de las aerolíneas súper baratas en
Colombia: “si, el servicio es una mierda, pero la mierda alcanza para todos”.
Esa es
la sociedad que impulsamos al entendernos como sujetos peleando por derechos en
medio de recursos limitados. Hora de cambiar, dejar de extender la mano para
recibir limosna es la única forma en la que solucionaremos estructuralmente la
crisis nacional.
Publicamos en Twitter: (@Ruiz_senior)
Vergüenza
Cuando la teoría de la evolución de Darwin se hizo popular fue mayúsculo el escándalo en todo el mundo, pues por obvio que nos resulte hoy, por entonces era una idea intolerable la de que el hombre pudiera ser un pariente de los monos. Un fabricante de licores catalán llegó a llamar a su aguardiente "Anís del Mono", y a poner a Darwin con cuerpo de mono en la etiqueta. Nietzsche dice en el Zaratustra que el superhombre se avergonzará del hombre como nosotros nos avergonzamos del mono.
Eso pasará con los colombianos del futuro respecto a los de esta época, que o serán delincuentes y parias en el mundo o sentirán como la mayor humillación ser hijos y nietos de la clase de gente que habita en Colombia hoy y que o es cómplice de los terroristas o es pasiva y dócil ante semejantes canallas, o, aún peor, es indiferente porque su condición moral, algo de lo que se avergonzarían los monos si pudieran entenderlo, les impide oponerse a la crueldad de los peores criminales de la historia del continente, y estar más bien prestos a servirles.
Ya se sabe que es como perder el tiempo insistirles. En ningún país del mundo en ninguna época sería alcalde alguien como Petro ni vicepresidente alguien como Angelino Garzón, cuyas carreras sencillamente consistieron en organizar asesinatos y secuestros, en intimidar e intrigar, en mentir y envilecer el lenguaje. Ni hablar de los nuevos amos a los que les abre el camino el régimen perverso de Juan Manuel Santos, al que la mayoría se arrodilla.
Los que hereden ese infierno difícilmente podrán sobreponerse a la humillación de provenir de los colombianos de estas generaciones, tal como la gente no se puede sobreponer a la desgracia de haber nacido del vientre de una prostituta (al menos un uno por ciento de las personas de Hispanoamérica tienen ese origen). De modo que ya lo saben: la humillación que les transmiten a sus descendientes de ser del país de los asesinos es el premio a su indolencia y frivolidad actuales.
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