Por Jaime Castro Ramírez
Si gobernar es ejercer el poder que el pueblo confiere a
través del ejercicio de la política, es entonces absolutamente legítimo que el
gobierno también actúe bajo unos lineamientos de control político que le exijan el
cumplimiento de los compromisos del programa de gobierno, en concordancia con
la razonabilidad democrática de sus actos. Tal es la razón por la cual existe
en Colombia el amparo constitucional a la figura de la oposición política.
Un gobierno sin oposición puede desviarse hacia los límites
riesgosos del autoritarismo. Peor escenario no puede haber que aquel donde el
‘debate’ serio de las ideas pasa a un segundo plano, es decir que se transforma
en simple apariencia de debate, aunque al final prevalece la imposición del
criterio del gobierno.
Lo que hace políticamente
el actual gobierno de Colombia
En las elecciones presidenciales de mayo de 2010, Juan Manuel
Santos Calderón fue elegido por el partido de la ‘U’. Fueron perdedores: El Partido Liberal, el Partido Conservador, el Partido Verde, y el partido Polo
Democrático. La lógica política diría que estos partidos perdedores de las
elecciones debieron haber conformado el bloque de oposición en el congreso de
la república durante el periodo constitucional 2010-2014.
Pues resulta que desde el primer momento el presidente electo
se dedicó a ofrecer prebendas burocráticas, y lo que luego en términos de
dinero su ministro de hacienda Juan Carlos Echeverri denominó “mermelada para
todos”, para seducir a estos partidos a conformar una tal “Mesa de Unidad
Nacional”, que no tenía otro fin que neutralizar a la oposición política y
crear un sistema de UNANIMISMO para conseguir la aprobación de todos los
proyectos que enviara al congreso de la república.
Con la única excepción del Polo Democrático (que es plena
minoría en el Congreso), los demás se plegaron ante la oferta presidencial y
abandonaron el importante criterio político de hacer oposición.
Consecuencias perversas
La política genera compromiso social para quienes reciben un mandato del pueblo en las
urnas. De tal manera que, comprar conciencias y vender criterios, deslegitima
tal mandato y pervierte los principios de la política decente.
La “Unidad Nacional” no es cosa distinta a una ‘componenda
política’ donde la aplanadora aprueba lo que sea, a cambio de la llamativa
combinación burocracia-mermelada. En consecuencia, los proyectos que el
gobierno lleva al congreso de la república no se someten a debates políticos
serios, justamente por falta del recurso constitucional de la oposición
política, y la demora de tales proyectos es solo mientras se someten a
votación, pues la aprobación está garantizada, sin importar la calidad del
contenido.
Por citar únicamente unos tres ejemplos, está el caso de la
reforma tributaria de 2012 que fue aprobada en menos de tres meses (presentada
Oct. 4 – aprobada Dic. 26) con suficiente número de errores; y qué decir del
terrible fiasco aprobado que llamaron “Reforma a la justicia” y que el gobierno
ante el reproche generalizado, se vio obligado a solicitarle al Congreso que
anulara ese esperpento (después de aprobada esa reforma constitucional); y en
tercer lugar se puede mencionar lo que el gobierno llamó “Marco jurídico para
la paz”, y que otros llamaron “Marco jurídico para la impunidad”, de lo cual se
van a aprovechar las FARC en Cuba para exigir, eso, la impunidad total por sus
crímenes, pero además tener que decir que las FARC no tienen culpa por plantear
tal exigencia, pues simplemente se acogen a lo aprobado legalmente por la “Mesa
de Unidad Nacional” en el Congreso de la República.
Hay que reiterar que un gobierno sin oposición, que hace
aprobar ‘cualquier cosa’, debilita la democracia y la institucionalidad.
La grandeza del verdadero pensamiento
político no se puede confundir con la pequeñez egoísta de intereses
individuales politiqueros.
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