Por Jaime Castro Ramírez
La honestidad en la política consiste en ejercerla con el dinamismo propio de su filosofía, es decir, observando sus principios tutelares de buen juicio para que su finalidad, que es el poder, sea la expresión del compromiso de lealtad con la patria y la sociedad en su conjunto, además de que es exigencia constitucional para el gobernante. La no coincidencia con estos postulados altera sustancialmente la normalidad de gobierno, y el pueblo empieza a no sentirse representado por quien ejerce las riendas del poder, lo cual va generando una consecuencia que deteriora significativamente la relación gobernante-gobernado, y que consiste en la pérdida de confianza del segundo hacia el primero.
Colombia se ha expresado respecto a su gobernante
El gobierno de Juan Manuel Santos empezó en agosto de 2010 con una popularidad heredada de su antecesor del 84%, y fue heredada de su antecesor porque Santos se hizo elegir con esa bandera política que durante ocho años mantuvo su grado de aceptación popular entre el 70% y el 85%. Pues la realidad es que pasados apenas tres años del nuevo gobierno, Santos ha ido disminuyendo progresivamente la aceptación popular, hasta el punto que ha llegado en septiembre de 2013 al 21% de popularidad, después de anteriores mediciones que lo habían ido situando en retroceso hasta llegar a un 46% en la penúltima medición.
Significa que la teoría de Santos en el sentido de que el 21% de popularidad es el producto de una “tempestad y que después vendrá la calma”, refiriéndose a que este resultado obedece al paro agrario, pues resulta que antes ya había perdido 38 puntos al pasar del 84% al 46%, lo que expresa claramente que no es aceptado por el pueblo su estilo de gobierno, por lo demás contradictorio a lo prometido en campaña cuando para hacerse elegir prometió continuar con las políticas del anterior gobierno porque ese caudal electoral era el que lo podía elegir, pero tan pronto llegó al poder cambió de opinión y simplemente engañó a 9 millones de electores, y por supuesto a quien le hizo el guiño, le endosó los votos y le heredó el poder.
En políticas de gobierno no se puede fallar en materia grave porque se lesiona irremediablemente el patrimonio político del gobernante, que es precisamente la confianza pública. En este caso la confianza pública la empezó a perder Santos desde el primer día de su gobierno al iniciar una política totalmente contraria a lo que había prometido a sus electores. Esta clase de pérdida de confianza es irrecuperable, y equivale a la cuenta de cobro política que el pueblo le pasa a sus detractores políticos en quienes ha depositado su voluntad en las urnas y luego se siente traicionado.
No habrá reelección posible de Santos
La anterior descripción de la pérdida progresiva de la confianza pública hacia el presidente Santos hace que un simple análisis político concluya en que no será reelegido, pues el caudal electoral que lo eligió eran votos prestados que por supuesto ya no están con él por la razón expuesta, además de que la gestión de gobierno no tiene qué mostrar por la ineficacia en la ejecución, se cayó nuevamente la seguridad nacional, manejo ineficiente de la industria y de la economía en general a través de la revaluación de la moneda, las obras de infraestructura no funcionaron, problema social de desempleo (gobierno debiera publicar listado de nuevas empresas y número de empleos en cada una, donde dice que ha creado 2 millones de nuevos empleos), los paros reflejan el estado crítico en que anda el país, promesas y promesas no cumplidas, etc.
Como consecuencia de este deficitario balance de desempeño presidencial, se advierte entonces una peligrosa coyuntura donde el presidente ha dicho estar jugado por la paz (como único tema que le quedaría para mostrar), pues según él aspira a salvarse diciendo que firmó la paz. Sin embargo, el peligro está en que para lograrlo firme cualquier cosa con las FARC, es decir lo que a las FARC les convenga, que por supuesto no será propiamente lo que le convenga al Estado colombiano y a su democracia. Las FARC entienden perfectamente el sentido político de la coyuntura en que se encuentra Santos y tratarán de sacarle partido, como por ejemplo impunidad, poder político, zonas de reserva campesina, etc.
Es tal la soledad de resultados de gobierno en que se encuentra Santos que con el tema de la paz a decidido estigmatizar a quienes tienen reflexiones como las aquí planteadas, y para ello ha incurrido en el error de calificarlos como enemigos de la paz. La paz, señor presidente Santos, no tiene enemigos, lo que tiene es quiénes utilizan el raciocinio para distinguir entre una paz justa que la queremos todos los colombianos, y una paz mal diseñada y entreguista de las libertades republicanas, lo cual sería la antítesis de la paz.
La lógica política diría que un gobernante se reelige como un acto de reconocimiento por su calificado desempeño en el gobierno. En tal condición, el perfil de Santos como gobernante no cumple la exigencia descrita para aspirar a la reelección. Y menos si la confianza pública perdida es irrecuperable.
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