Finalmente llegó el día y los resultados electorales arrojaron alguna sorpresa. La principal fue el relativo fracaso de los grupos manifiestamente afines a las FARC: en 2006 el PDA obtuvo 10 senadores, en 2010, 8; en 2014, 5. La Alianza Verde obtuvo 5 senadores que compensan el retroceso del PDA. Es decir, a pesar de la legitimación continua del gobierno y los medios y de la abundancia de recursos que genera la benevolencia del gobierno con las industrias de sus socios armados, no consiguieron ningún avance.
Más curioso fue el triunfo del PSUN, partido que sencillamente no tiene partidarios. Yo no recuerdo a nadie en las redes sociales que lo defienda. Se queda uno pensando si los activistas de la llamada izquierda eran conscientes de que trabajaban para la compra de votos de la mafia gobernante cuando emprendían las campañas de acoso a Uribe y por el voto en blanco (que finalmente atrajo a muchos, pero sobre todo influyó en la altísima abstención).
Los resultados del uribismo son agridulces: por un lado estuvieron en la franja alta de las previsiones (había quien calculaba que obtendría 12 senadores), por el otro no consiguieron ser el primer partido, que claramente son en términos de opinión popular. Es obvio que el resultado electoral deja ver el éxito de las marrullerías de Santos y el prevaricato de la alta burocracia del CNE y la Registraduría, pero también de los errores cometidos desde 2010: se quejan de que la U engañara a los votantes haciéndoles creer que era el partido de Uribe, olvidando gracias a la mala fe típica que durante tres años estuvieran proclamando exactamente eso, que la U era el partido de Uribe.
Se abre ahora la campaña por las presidenciales y las FARC se "estrenan" de su pausa electoral, claramente observada para favorecer a Santos, matando a cuatro militares. ¿Será posible ganarle a las campañas de persecución de los medios, el poder judicial y los activistas comunistas de las redes sociales? La respuesta es la de siempre: sería posible si no se tratara de Uribe y Zuluaga y sus asesores y acompañantes.
El votante se verá expuesto a la propaganda pacifista, reforzada con los crímenes en regiones apartadas, que sirven para inducir sutilmente miedo (en 2002, tras la masacre de Bojayá, Óscar Collazos salió a advertir de lo que le esperaba a Colombia si se elegía "la guerra", cosa que reprodujeron miles de activistas en las aulas y cafeterías). Presentarán a Santos como el hombre de la "paz" y buscarán descalificar a la oposición como opción por la "guerra". Ya lo han hecho durante todo el gobierno de Santos.
El votante se verá expuesto a la propaganda pacifista, reforzada con los crímenes en regiones apartadas, que sirven para inducir sutilmente miedo (en 2002, tras la masacre de Bojayá, Óscar Collazos salió a advertir de lo que le esperaba a Colombia si se elegía "la guerra", cosa que reprodujeron miles de activistas en las aulas y cafeterías). Presentarán a Santos como el hombre de la "paz" y buscarán descalificar a la oposición como opción por la "guerra". Ya lo han hecho durante todo el gobierno de Santos.
La respuesta de Uribe y Zuluaga ha sido huir de ese retrato declarando que "no serán obstáculo para la paz" y que "son amigos de negociar con los terroristas", reacción miserable que en aras de complacer al público al que la prensa engaña, reproduce esa atroz falacia legitimadora del crimen.
Como ya he explicado muchas veces, el resultado es que el votante no tiene opción de escoger entre la paz y la guerra porque ambos candidatos son entusiastas de la paz y finalmente no acude a votar o se ve identificado en las políticas positivas de Peñalosa (candidato de la Marcha Patriótica) o en la identidad conservadora de Marta Lucía Ramírez, tan amiga de la paz que lleva de candidato a la vicepresidencia al comisionado de Paz del Caguán.
Zuluaga ya tiene muchos handicaps, no es un hombre apuesto ni particularmente simpático ni su personalidad es llamativa, si encima se dedica a inscribirse entre los pacifistas será simplemente un candidato de segunda que no animará a muchos que sí votarían por Uribe. Los términos de su campaña son de una torpeza y una vulgaridad lamentables: mientras que caen asesinados casi cada día varios colombianos, él propone "consolidar la paz", para lo que ofrece "educación", como si el país estuviera en medio de unas circunstancias tranquilas (es lo que busca hacer creer la propaganda del régimen) y pudiera optar por un candidato que fuera a traer mejoras en determinados ámbitos.
Colombia es hoy una república bolivariana en la que se dan los primeros pasos del chavismo: multiplicación de la nómina estatal, despilfarro de recursos en propaganda del régimen, destrucción de la división de poderes, desmoralización sistemática de la fuerza pública, persecución de la oposición... Si no se denuncia eso, si no se explica que la "paz" es sólo el ascenso de los terroristas y la conversión de los crímenes en la fuente del derecho no sólo se estará obrando contra la moral y contra el propio papel en la historia, sino que se estará ayudando a ganar las elecciones a Santos.
Prácticamente todos los uribistas se indignan cuando uno señala eso, los únicos que le ven defectos a Zuluaga son los que lamentan que el candidato no sea Francisco Santos (que se atribuía la paternidad de los diálogos de La Habana) y después se han vuelto entusiastas de la candidata conservadora, pero obrando así se pegan un tiro en el pie: la fe ciega en el líder no se puede transferir a otro, y el resultado es que legitiman lo que hace Santos.
¿Es posible ganar la presidencia? Tal vez lo fuera denunciando la negociación de La Habana como un crimen de lesa democracia. Lo que pasa es que Uribe y Zuluaga no lo harán, y por eso fracasarán. Nadie podría asegurar que ganaran deslegitimando la negociación y exigiendo que se cancelara, lo que sí se puede asegurar es que no haciéndolo perderán. Es lo que ocurrirá.
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