Por Jaime Castro Ramírez
Las sociedades que históricamente han sabido interpretar y valorar el significado político que representa vivir en un sistema democrático, han luchado por mantenerlo como garantía de independencia institucional, económica y social. En medio de los defectos que pueda tener la democracia, es sin duda la mejor alternativa de organización política para mantener la vigencia de un Estado de derecho, pues es de su esencia el respeto a los derechos y libertades individuales que son fundamentos esenciales de la sociedad.
El patrimonio político de la democracia hay que defenderlo con convicción de patria para hacerlo invulnerable a las tentaciones de intrusos que pintan atrevidas fantasías de engaño para tratar de seducir a la voluntad popular hacia rumbos de impredecibles consecuencias para la vida cotidiana de los pueblos.
El rumbo de Colombia
El ejercicio democrático del 25 de mayo de 2014 en las urnas, al cual se apresta Colombia para elegir nuevo presidente de la república, debe ser asumido por los colombianos con mucha responsabilidad patriótica, pues se observa preocupación en el horizonte respecto al rumbo que eventualmente pueda tomar el país en su orientación política, dada la cercanía que el actual gobierno Santos ha demostrado con el triángulo de identidad ideológica comunista: Venezuela, cuba y FARC. Vale aplicar el aforismo: “Dime con quién andas y te diré quién eres”. Más aún cuando estos tres actores hacen parte de la escena central de la llamada negociación de paz para Colombia.
Existen otras opciones presidenciales, diferentes a la reelección, que garantizarán para el país la tranquilidad que le ha sido histórica en materia democrática. En Colombia no se puede permitir acercarse siquiera a este tipo de aventuras políticas radicalmente opuestas a su tradición de libertad y de derechos. País que llega a ese perverso escenario político de naturaleza socialista-comunista, primero construye su propia desgracia económica y social, que es lo único que produce, y en segundo lugar, lo peor es que puede convertirse en un tiquete sin regreso. Esto lo que indica obviamente es que la voluntad ciudadana debe prevenir una experiencia tal a través de su mandato en las urnas que es único y soberano.
Además, un país no se puede gobernar a punta de bandazos inconsistentes como le ha ocurrido al presidente Santos con proyectos claves para la nación que los convirtió en fracasos por falta de autoridad y por tratar de darle gusto a todo el mundo, tales como las llamadas reformas a la educación, a la justicia y a la salud.
Lo primero que tiene que tener un gobernante es porte de gobernante y autoridad para crear credibilidad, con lo cual origina el camino para la gobernabilidad.
La reelección del presidente Santos se ve seriamente amenazada según las últimas mediciones de opinión que han hecho los encuestadores, pues siempre estuvo estancado en la favorabilidad de voto, mientras que sus competidores avanzaban hasta el punto de alcanzarlo y ponerlo en opción de perdedor.
Es tal la preocupación de la campaña reeleccionista por la posible derrota en las urnas, que a falta de ideas, han recurrido entonces a bajos instintos de sucia campaña electoral a través de montajes de acusaciones para conspirar en forma desleal contra la fuerza legítima del contendor, conducta que desconcierta a la ciudadanía por ese tipo de maniobras indignas, y que incluso puede devolvérsele en contra al candidato-presidente, pues la gente entiende el sentido perverso que persigue.
AL MARGEN: El séquito político de Santos: Gustavo Petro, Ernesto Samper, César Gaviria, las FARC, Piedad Córdoba que anunció públicamente su voto por Santos.
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