19 may 2014

¿La palabra?

Por Juan González

Conforme se acerca la fecha de la primera vuelta, la campaña de los pacificadores ha arreciado. Los argumentos a favor de la claudicación son muchos y de origen diverso, pero esporádicamente se encuentran intentos para compendiarlos todos. Acá va otra perla de la prosa pacifista, escrita para convencernos de que ahora la paz es posible gracias a que Santos tiene buenos modales.

La civilidad en la palabra

Por Laura Gil

Colombia bien podría beneficiarse de la renovación. Pero este no es el momento. Hoy toca elegir entre el retorno de la práctica de la tierra arrasada y la política de la reconciliación, la paz y las víctimas. En un enfrentamiento de esta naturaleza, no queda más remedio que tomar partido. Está en juego el alma del país. No se trata de elegir un presidente para el cuatrienio sino un modo de vida nacional para las próximas décadas. El 25 de mayo optaremos por una retórica, un estilo, un discurso. El ser nacional se expresa en palabras y estas no son de poca monta. No lo son porque ellas reflejan una manera de ver el mundo.

En medio de la guerra, el gobierno de Santos valoró el potencial de la palabra para hacer política. A diferencia del caso Pastrana, esta vez nos encontramos ante la probabilidad, y no la simple posibilidad, de la firma de un acuerdo de paz con las Farc.
Se debe reconocer que la señora es astuta. ¿A qué se refiere con la “práctica de la tierra arrasada”? Sin mencionar nombres, a nadie le queda duda que se está quejando del gobierno anterior, durante el cual se redujo drásticamente el tamaño y el poder de las FARC en esas “tierras arrasadas”. Pero no deja de llamar la atención la alternativa a la que nos enfrenta: ¿Quién se opondrá a la “política de la reconciliación, la paz y las víctimas”? Solo los neofascistas que quieren sabotear el proceso de “paz”.

Tampoco le faltan agallas ni pretensiones. ¿Cómo se podría elegir “un modo de vida nacional para las próximas décadas”? Seguramente escogiendo un presidente proclive a las formas de gobierno que hoy imperan en Cuba y en Venezuela; uno como el que declaró a Chávez su “nuevo mejor amigo” y que se alió con un antiguo líder de una banda de asesinos que había sido premiado en otra negociación de “paz” (nótese la coincidencia del defensor de Petro en lo de la “tierra arrasada”). El mismo individuo que prometió una cosa siendo candidato e hizo otra siendo presidente. A Gil le importa la civilidad de la palabra pero su valor y su contenido. Como ya se ha dicho muchísimas veces aquí, el delito consiste en no usar zapatos caros y no expresarse con buenos modales. Estos son los “demócratas moderados” que venden la claudicación del Estado como una situación equivalente a la “paz”.
Está claro: la negociación todavía encontrará escollos y, ni más ni menos, el principal, el de la justicia transicional; el acuerdo todavía se demora; el pacto tendrá costos y solo será un inicio de paz y, además, parcial y pendiente de construcción diaria. Pero un acuerdo de paz está tan cerca hoy como nunca lo ha estado en 50 años. ¿Lo echaremos por la borda?
Este tipo de afirmaciones es frecuente entre quienes defienden la negociación de La Habana: todos están de acuerdo en que las “causas objetivas del ‘conflicto’” seguirán presentes aun cuando se firme el acuerdo (casi sin importar lo que incluya, a juzgar por los “avances” que han publicitado como grandes logros), y al mismo tiempo promueven la negociación como la única alternativa que nos puede sacar de la “guerra”.

Desde luego, la negociación es la “cuota inicial de la paz”. Claro, es como la señorita amenazada por un violador: puede ponerle fin al ‘conflicto’ desnudándose sin forcejear. La cuota inicial de la “paz” es esa primera violación y la “paz” en todo furor se conseguirá cuando el violador redacte la Constitución y el código penal.
Los resultados de la mesa de La Habana son producto del pasado –las lecciones aprendidas del Caguán y las ganancias militares del uribismo–. ¿Desandaremos el recorrido caminado con un salto al vacío del ayer? Más allá de las falencias en la implementación de la reparación, la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras nos brindó un dividendo inmediato en el reconocimiento de las víctimas del conflicto.

“La institucionalidad nos sigue defraudando, pero la Ley 1448 me liberó”, dijo una víctima de violencia sexual. Así de importantes pueden resultar las palabras. ¿Se puede, entonces, correr el riesgo de volver a una época en la que el mismo conflicto y, de ahí sus víctimas, fueron negados?
Es raro que no mencione el “exitoso” caso de las negociaciones de los años ochenta, que produjo exactamente el tipo de “paz” que nos quieren vender ahora. Lo del “dividendo” daría risa si no fuera tan espantoso. Claro que le dio un dividendo incalculable al bando León Valencia: ahora son ellos quienes representan a las víctimas, analizan el conflicto, dan clases de moral y escriben la “memoria histórica del país”. Esto es Colombia.

En el dialecto de estos hampones, negar el ‘conflicto’ es enfrentar a los asesinos que se quieren tomar el poder y reducir el número de asesinatos es lo mismo que negar las víctimas. Los guerrilleros son menos cínicos que esta señora.
Acertados están quienes advierten que la reconciliación va más allá de los rifles. Está también en el discurso y no todas las palabras valen porque ellas también deben dejar de disparar. Todos tenemos cabida, desde el Partido Comunista hasta la derecha más dura del Centro Democrático, y la reconciliación también pasa por las fuerzas políticas. Aquí no hay más que diálogo de sordos. Alguna manera debemos encontrar de llevar los extremos a un terreno de civilidad que aún no dominan. No tenemos futuro de reconciliación sin Uribe y sus seguidores, así como tampoco lo habrá sin la Marcha Patriótica.
Ahora resulta que opinar es lo mismo que disparar. No en vano el Fiscal ya notificó a la “ultraderecha”. Claro que “la reconciliación va más allá de los rifles” (supongo que habrá querido decir “del silencio de los rifles” o alguna cosa parecida (la prosa de los ideólogos de las FARC es muy poco original)). De nuevo, según estos señores, solo obtendremos una “paz” real y duradera cuando vivamos como en Cuba.

Los sobreentendidos no paran ahí. La señora es optimista y quiere un país en el que todos quepamos. Sería necesario preguntarle si es que alguien persigue a los militantes del Partido Comunista de la misma manera que el fiscal acusa de neofascistas a quienes se opongan a la “paz”.
La política, el arte de la persuasión, se manifiesta en una conversación sobre concepciones encontradas del bien común; la civilidad, en la capacidad de no agredir aun cuando uno es agredido.

Para algunos, la civilidad en el discurso público está sobrevaluada. Pero no se trata de buenos modales, sino de la búsqueda del bien común mediante una dialéctica discursiva, que se ahoga entre la polarización, el maniqueísmo y el insulto

¿Queremos un país con espacio solo para unos mientras los demás terminan arrinconados, señalados, vilipendiados y hasta acusados? O, ¿uno para todos, incluso para ambos extremos políticos?

La democracia deliberativa se construye mediante la confrontación de las ideas en la conversación y algunos todavía deben aprender a hacerlo.
La democracia deliberativa a la que hace referencia Gil no se diferencia en mayor cosa de la ”democracia participativa y protagónica” de los chavistas. Ni más ni menos, el Trust Münzenberg que se impondría gracias a los acuerdos que ella promueve.
Este Gobierno está en deuda, pero nos devolvió la civilidad en la palabra y, con ello, nos entregó la esperanza de la paz, la reparación de las víctimas y un camino incierto pero ya esbozado de reconciliación.
Eso era lo que faltaba: la esperanza de la “paz” llegó gracias a la “civilidad en la palabra” de Santos. Que haya engañado a sus electores es irrelevante: los de su bando tienen buenos modales y nos pueden mostrar el camino moderado. Es necesario atemperar a los indios brutos y pendencieros que creen que las instituciones no deben ser negociadas con asesinos de niños.

Nota: Tuve el infortunio de oír a Héctor Riveros refiriéndose en bluradio al atentado con niños bomba en Tumaco. Lamento no poder seguir la recomendación de Gil acerca de la “civilidad de la palabra”: Riveros es un malnacido en toda regla. Según ese señor, el episodio es una razón más para negociar con las FARC.

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