Por Jaime Castro Ramírez
La dinámica de un proceso serio de negociación de paz, obviamente debe conllevar a obtener resultados, y sin que haya lugar a dilaciones interminables en el tiempo, pues si se incurre en maniobras tendientes a alargar la negociación, esto solo consigue un desgaste innecesario y perjudicial para la energía aplicada a dicha causa, tanto en el gobierno, como en la insurgencia (perjudica a insurgentes no negociadores), y lo más complicado es que genera la pérdida de confianza en la población respecto a la eficacia del proceso.
Negociación de paz entre el gobierno colombiano y las Farc
Las Farc todavía creen en el método anacrónico de que la violencia puede operar como medio de cambio, y la siguen ejecutando a través de actos terroristas infames, incluso atentando hasta contra ambulancias que cumplen misiones médicas para salvar a pacientes con casos complicados de salud, pero resulta que tales pacientes ya no se salvan de la tragedia que implica el terrorismo que practican las Farc. Tampoco han entendido las Farc que el 99.9% de los colombianos rechazan sus acciones violentas y que por lo tanto la historia agotó por completo su ideología fundada en la violencia contra el pueblo.
Cuando hace dos años el gobierno inició los diálogos de paz, el presidente Santos le dijo a los colombianos que la solución al conflicto era cuestión de meses, incluso fijó un plazo hasta Noviembre de 2013, pero resulta que ya va a transcurrir un año más después de ese plazo, y ahora las Farc aseguran que apenas van en la mitad del proceso, y agregan que lo que ocurre es que se han creado falsas expectativas por parte del gobierno en cuanto al estado de la negociación y el tiempo requerido para terminarla.
Estrategia de las Farc
Respecto al alargamiento del tiempo para la negociación de la paz, a los dirigentes negociadores de las Farc lo que les debe preocupar no es el qué dirán los colombianos por la falta de resultados, sino el hecho de la incomodidad que la circunstancia de la negociación a término indefinido les pueda causar a sus combatientes, con la respectiva crítica por el privilegio político de sus jefes y la comodidad con que viven en el exterior, frente a la dificultad de la guerra que ellos afrontan con la fuerza pública.
Lo anterior constituye una de las razones por las cuales los negociadores de las Farc han solicitado inteligentemente (para ellos) y en forma reiterada al gobierno la estrategia de un ‘cese de hostilidades bilateral’, pues esta figura les garantizará dos cosas, por un lado, esa tranquilidad ante la crítica de sus subalternos, pero a la vez les da la largueza necesaria para mover los negocios de narcotráfico y de armas sin que la autoridad les ejerza ningún control, pues para el ejército de la república es fácilmente verificable el cese de hostilidades porque se concentrará en los cuarteles, pero las Farc quedarían sin quien les controle la posibilidad de ejercer ese tipo de actividades.
Las Farc tampoco parecen haberse dado cuenta de que una negociación prolongada eventualmente puede fracasar y dejarlos fuera del cambio histórico del cual tienen ahora quizás su última oportunidad, y dejarlos entonces expuestos a la derrota por partida doble: política y militar. Pero además, parece que no han entendido que también corren el riesgo de que esa prolongada negociación les pueda generar deserciones masivas de sus miembros combatientes.
El presidente Santos como primer responsable por parte del Estado en la negociación de paz, después del primer plazo que puso para la terminación del proceso y que resultó fallido, ahora parece haber perdido la autoridad para exigir que el ritmo de la negociación tiene que tener un plazo determinado, y no permitir que se convierta en un pulso indefinido por la magnitud de las exigencias que las Farc le hacen, las cuales le exigen cumplirlas, quizás como reciprocidad política por el apoyo electoral que ellos le dieron para su reelección. ¡Los colombianos observamos con preocupación esta compleja situación!
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