Por Jaime Castro Ramírez
Un proceso de reconciliación en un conflicto armado, en aras de buscar un ambiente de paz, requiere condiciones esenciales para su normal desarrollo, dentro de las cuales aparecen en primer plano, la verdad, la justicia y la reparación. La realidad es que si no hay verdad, pues consiguientemente no habrá justicia, y en consecuencia tampoco habrá reparación.
La pretendida paz frente a la verdad
Decir que en Colombia existen enemigos de la paz es solo un artificio de mala intención que constituye la primera afrenta contra la verdad. No existen enemigos de la paz, lo que existen son enemigos de la claudicación en contra de la verdadera paz para los colombianos. La política se entiende como el arte de ejercer el poder con sentido social y patriótico, de tal manera que bien se podría decir que la patria la defienden estadistas, y la entregan traidores.
Específicamente de parte de las Farc no existe la verdad porque lo primero que dicen es que ellos no son ‘victimarios’ sino que son ‘víctimas’. De este absurdo planteamiento solo se puede concluir en que el fracaso absoluto de la verdad en el proceso de paz es evidente. Esta negación de la verdad lo que persigue es la entrega del país para sus pretendidos fines, los cuales serán un exabrupto para el Estado de derecho y para su sistema democrático. A partir de este contrasentido, en adelante todo lo demás que se hable sobre la paz está viciado de un imperdonable cinismo por razón de la ausencia del valor esencial: la verdad. Bien se dice que lo que mal empieza, mal termina, luego, una ‘paz’ así, mal estructurada en su propia filosofía, puede terminar en desilusión total para los colombianos, en más violencia, y entonces se configuraría lo que coloquialmente se dice que ‘resultó peor el remedio que la enfermedad’.
La verdad sobre la paz que no se dice internacionalmente
El presidente de la república anduvo en una gira por el continente europeo pidiendo ‘ayuda’ (limosna para la paz), solicitando que estos países constituyan un fondo para financiar el supuesto posconflicto en Colombia. Pero resulta que al presidente también le faltó lo principal, decir la verdad, pues a estos gobiernos no les comunica lo que las Farc le están exigiendo que se negocie: la no entrega de las armas (utilizando la farsante expresión de ‘dejación’ de armas), impunidad por los crímenes de lesa humanidad, entrega de extensas zonas del territorio con la denominación de zonas de reserva campesina, la reestructuración del sistema económico y político, etc. Todo este expediente de exigencias lo que significa es el sometimiento del país, lo que por supuesto no significa paz.
Por principio de honestidad política no es prudente buscar apoyos ocultando realidades del proceso de paz, las cuales pueden trascender negativamente para el futuro político, económico y democrático de Colombia.
A la comunidad internacional hay que hablarle con sinceridad, con la absoluta verdad, pues de no ser así sería un engaño que posteriormente esos gobiernos tendrían todo el derecho a condenarlo acogiendo la lógica razón de que no podrían estar de acuerdo en patrocinar la posibilidad de una aventura que pueda significar el descalabro de una nación que ha sido libre y democrática por convicción histórica. Esta clase de aventuras las cobra la historia a los agentes causantes que utilicen el poder para generar consecuencias políticas, económicas y sociales adversas.
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