Por Jaime Castro Ramírez
La sinceridad es una virtud escasa en muchas mentalidades, pero que exalta a quien actúa sin disfrazar su pensamiento y reconoce cualquier evento propio de su responsabilidad que afecte en alguna forma intereses ajenos. Tal reconocimiento puede tener dos connotaciones de diferente significado en cuanto a su trascendencia, pues puede implicar equivocación de buena fe, o culpabilidad directa. Independientemente de su impacto en cuanto al grado de afectación, caracteriza favorablemente la intención sincera de voluntad para exponer las condiciones de forma, modo, tiempo y lugar de ocurrencia de los eventos que comprometen al responsable, y que de por sí requieren un discernimiento de análisis para distinguir la incidencia entre su causa y efecto. En síntesis, se podría afirmar que la sinceridad es la expresión que concluye en la honestidad de criterio.
El expresidente Uribe habló sobre el criterio de su sucesor Santos
En una entrevista que le concedió el expresidente Uribe al periódico El Espectador el 24 de febrero de 2015, y refiriéndose al talante de su sucesor Juan Manuel Santos, dijo lo siguiente: “Yo soy un batallador, por todos los rincones de Colombia le dimos un marco de confianza como ministro (a Santos), contribuimos eficazmente a su elección como presidente. Simplemente nos engañó y el culpable soy yo, que cayó en ese engaño”. Y concluyó agregando: “Engañó a nueve millones de colombianos que lo elegimos hace cinco años”. Lo anterior lo justificó diciendo: “Lo grave del presidente Santos es que se comprometió hace cinco años a continuar la política de seguridad, de inversión, y la política social, y hoy tenemos un país nuevamente inseguro, una inversión con vacilaciones, con dudas, una política social con entredichos, una economía que ha perdido fortaleza con signos de debilitarse”.
Hay que abonarle a Uribe su valentía sincera, quizás tardía, en reconocer que su apoyo a la elección de Santos como presidente de la república terminó siendo infortunada desde el punto de vista de que su sucesor no cumplió lo prometido en la campaña de 2010, y que por lo tanto engañó al pueblo. Solamente habría que agregar que Uribe por prudencia no dijo que Santos se valió del prestigio de su gobierno para hacerse elegir utilizando la malicia para luego engañar a quienes lo elegimos. Lo real es que Santos no tenía ninguna posibilidad de ser presidente de la república si no acudía a utilizar, como efectivamente ‘utilizó’ el prestigio de su antecesor.
Sin embargo, en un elemental análisis habría que complementar lo dicho por Uribe en el sentido de que él fue más allá de la realidad al hacer una especie de confesión considerándose ‘culpable’ del engaño de Santos a los colombianos (se podría llamar confesión de engañado), y lo justo sería plantearlo en el escenario de haberse ‘equivocado’ de buena fe. La culpabilidad implica premeditación ante la ejecución de un hecho perverso, y aquí lo que en su momento se observó en la intención del entonces presidente Uribe de apoyar políticamente esa candidatura presidencial fue un acto de fe que derivó en confianza en lo que Santos prometía, de tal manera que bien se podría invertir el sentido de la prueba de culpabilidad acudiendo a la lógica de que el verdadero culpable es Santos como autor del grave engaño a que sometió al país.
Se puede llegar entonces al argumento concluyente de que una ambición política expresada maliciosamente no puede convertir a alguien en gobernante de un pueblo engañado y sin que se haga acreedor al reproche de sus conciudadanos.
2 comentarios:
"Hay que abonarle a Uribe su valentía sincera..."
¿de que habla?
que descomposición tan brava la de éstos amantes de Uribe; peor de aquellos que lo odian !
Al amigo Anónimo un saludo. Su pregunta tiene respuesta clara en el texto que se supone Ud leyó. Cuando alguien reconoce haberse equivocado en sus actos, eso tiene un nombre:'sinceridad'. Calificar de "descomposición" el libre análisis que conlleva a la libertad de expresión, es una desafortunada forma de negar tal derecho. Con todo respeto hay que decir que los debates se pueden hacer utilizando el lenguaje apropiado para expresar las ideas.
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