Por Jaime Castro Ramírez
Según el diccionario, la incompatibilidad se define como la diferencia esencial que hace que no puedan asociarse dos cosas. En este escenario aparece la incompatibilidad de criterio cuando se expresan dos puntos de vista disímiles por su misma naturaleza, es decir, que sus significados contradicen filosóficamente la razón de ser de lo que se quiere asociar para definir una conclusión común. Significa que tiene que haber afinidad conceptual en las ideas para que sean relacionables y que por su fuerza interpretativa puedan confluir en un mismo plano.
Jugar capital político ante una causa terrorista
El presidente Santos escribió en twitter lo siguiente: “Quienes quieren forzarme a acabar los diálogos de paz se equivocan. Persistiré así me juegue todo mi capital político”. Con todo respeto por esta opinión presidencial hay que decir que no es prudente, ni sensato, y mucho menos lógico correlacionar el sentido de estas dos expresiones verbales que conforman proposiciones desafiantes sometidas a juicio público.
Y en juicio público esta postura del presidente Santos pierde, pierde confianza pública, pues no se puede convertir en un falso dogma el hecho de que el proceso de negociación no tiene reversa, porque termina convirtiéndose en un grave error de consentimiento con las acciones terroristas de las Farc con las cuales tienen azotada a la población civil a través de la voladura de torres eléctricas y dejando a mucha gente sin este servicio, voladura de acueducto como ocurrió en Algeciras Huila, el derrame de petróleo a quebradas y ríos que igual deja a la población sin agua, además del gravísimo atentado contra el medio ambiente.
Ante estos hechos de terrorismo los colombianos quedamos perplejos al escuchar al presidente Santos decir: “Por eso es que queremos que se acabe esta guerra”. Primero que todo no es una guerra porque así se le llama es al enfrentamiento entre dos ejércitos regulares, y las Farc no es un ejército regular sino un grupo catalogado como terrorista por la comunidad internacional. Al llamarle a esto ‘guerra’, lo que hace Santos es otorgarle a las Farc categoría de beligerancia y estatus político, cuando lo que hacen es cometer acciones terroristas. Además con esta expresión presidencial de autoengaño se crea una perversa relación: ‘a mayor terrorismo mayor voluntad de de diálogo expresada por el presidente de los colombianos’. En consecuencia, las Farc se sienten dueños del proceso de paz y seguros de que no se interrumpirá a pesar de su embestida terrorista, pues lo que logra Santos con su equivocada frase es el efecto contrario, es decir, envalentonarlos criminalmente y que por lo tanto se sientan con una especie de licencia oficial para hacer terrorismo, pues así ellos saben que no corren ningún riesgo de tener que levantarse de la mesa de diálogo.
Es innegable que lo que hace falta es autoridad, la cual no se puede confundir con la tolerancia al crimen contra el pueblo y justificándolo con el incomprensible argumento de que “por eso es que queremos que se acabe esta guerra”, graduando esa tolerancia con el calificativo de que significa la paz. Esta falsa creencia no la acepta el pueblo colombiano.
No es cierto que se trate de forzar al presidente de la república a acabar los diálogos de paz, acusación que se hace bajo el falso argumento de ‘enemigos de la paz’, se trata es de una actitud sensata de advertir el camino equivocado por donde transitan esos diálogos en materia de excesivas concesiones a los adversarios del Estado de derecho. A esto no se le puede apostar un presunto capital político presidencial.
En la diplomacia existe la figura de ‘llamado de un embajador a consulta’ por eventuales inconvenientes entre naciones. En este caso de los graves problemas ocurridos con el terrorismo de las Farc en pleno periodo de diálogos de paz, por qué no recurrir a la figura de llamado a consulta de los plenipotenciarios negociadores del gobierno con la advertencia de regresar a la mesa cuando se pare por completo la violencia por parte de sus contertulios, con verificación internacional y nacional a través de la concentración de esas fuerzas en sitios específicos.
Bajo ningún punto de vista es aceptable la insensatez de negociar en medio de la violencia terrorista como presión de las Farc para conseguir del gobierno todas las concesiones exigidas. Es necesario que el Estado recupere su capacidad natural de negociación.
El presidente Santos debiera reflexionar y llegar a la conclusión de que esta forma permisiva de actuar le cierra su capacidad de maniobra y de liderazgo frente al proceso.
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