No faltará el que se pregunte cómo es que después de doce años de alcaldías de la misma banda de crimen organizado parece de lo más probable que en las elecciones de octubre vuelvan a ganar. ¿Quién tiene alguna duda de que los grupos del Polo Democrático, Progresistas, Marcha Patriótica, Alianza Verde y quién sabe cuántos nombres más forman parte de un mismo conglomerado con las FARC y el ELN y cobran los crímenes de esas bandas? Es obvio que habrá quien lo dude, pero ¿en qué nivel empiezan a aparecer esa clase de personas? No ciertamente en el de los militantes adultos, que por uno u otro medio conocerán la historia del Partido Comunista y de Carlos Romero, ni siquiera entre los votantes mayores de treinta años, que habrán tenido ocasión de conocer la disposición persistente de esos grupos a proteger los intereses de los terroristas.
¿Cómo operan esos mecanismos de complicidad en los diversos niveles? De entrada hay que descartar la idea de que la mera ideología o el mero adoctrinamiento escolar bastan para que alguien se ponga de parte de los asesinos. Puede que entre los estratos bajos los "ideales" de igualdad y "justicia social" tengan un papel decisivo en la actitud de los militantes y votantes al conseguir movilizar los resortes de resentimiento y agravio, pero ¿no se preguntarán cómo es que mayoritariamente las clases acomodadas bogotanas son entusiastas de la paz y partidarias del socialismo? En esos niveles bajos opera una mecánica curiosa, la complementación del servilismo y el resentimiento, del anhelo de ascenso social y la sumisión a la jerarquía: en la medida en que la persona comparta las opiniones y actitudes de los intelectuales se acerca a ese ansiado estrato, se hace distinguida y noble, y se aleja de la multitud de la que quiere desprenderse, a la que se aprende a despreciar gracias a la educación, que cada vez más es sobre todo la inducción de opiniones absurdas que hinchan la vanidad de sus víctimas, que las consideran más elevadas por provenir de sus superiores sociales y les atribuyen misterios esotéricos en la medida en que se apartan del sentido común. (Esa complementación del servilismo y el resentimiento opera de forma idéntica en la tropa rústica, que también sueña con integrarse a la pléyade de intelectuales, a menudo extranjeros, que dirigen las bandas.)
Pero una persona pasa por muchas experiencias y recibe muchas opiniones, si al cabo de mucho tiempo sigue aplaudiendo a los asesinos es porque ha encontrado algún tipo de beneficio económico en esa adhesión. Por algún canal se le ha ofrecido integrarse entre los favorecidos por la justicia social, bien porque a través de influencias se le adorna el futuro con el fruto de la educación (diplomas), bien porque esas mismas influencias le abren el camino a un puesto público.
¿Cómo operan esos mecanismos de complicidad en los diversos niveles? De entrada hay que descartar la idea de que la mera ideología o el mero adoctrinamiento escolar bastan para que alguien se ponga de parte de los asesinos. Puede que entre los estratos bajos los "ideales" de igualdad y "justicia social" tengan un papel decisivo en la actitud de los militantes y votantes al conseguir movilizar los resortes de resentimiento y agravio, pero ¿no se preguntarán cómo es que mayoritariamente las clases acomodadas bogotanas son entusiastas de la paz y partidarias del socialismo? En esos niveles bajos opera una mecánica curiosa, la complementación del servilismo y el resentimiento, del anhelo de ascenso social y la sumisión a la jerarquía: en la medida en que la persona comparta las opiniones y actitudes de los intelectuales se acerca a ese ansiado estrato, se hace distinguida y noble, y se aleja de la multitud de la que quiere desprenderse, a la que se aprende a despreciar gracias a la educación, que cada vez más es sobre todo la inducción de opiniones absurdas que hinchan la vanidad de sus víctimas, que las consideran más elevadas por provenir de sus superiores sociales y les atribuyen misterios esotéricos en la medida en que se apartan del sentido común. (Esa complementación del servilismo y el resentimiento opera de forma idéntica en la tropa rústica, que también sueña con integrarse a la pléyade de intelectuales, a menudo extranjeros, que dirigen las bandas.)
Pero una persona pasa por muchas experiencias y recibe muchas opiniones, si al cabo de mucho tiempo sigue aplaudiendo a los asesinos es porque ha encontrado algún tipo de beneficio económico en esa adhesión. Por algún canal se le ha ofrecido integrarse entre los favorecidos por la justicia social, bien porque a través de influencias se le adorna el futuro con el fruto de la educación (diplomas), bien porque esas mismas influencias le abren el camino a un puesto público.
Los totalitarios tienen otra fuente importante de votos en la vieja "maquinaria" liberal, cuya actuación es la base del triunfo de Luis Eduardo Garzón en 2003 y de sus sucesores. Se trata de redes de influencias familiares y vecinales en las que a cambio de puestos en los que es posible aprovecharse de corruptelas o directamente de incentivos monetarios se lleva a votar a todos los parientes, inquilinos, vecinos, amigos y demás personas de zonas humildes controladas por los jefes locales. La afinidad de esos grupos de votantes con la izquierda revolucionaria es un destino fatal por algo que explicaré más adelante.
Pero ni los votos comprados ni los de socialistas convencidos bastarían para asegurarles el triunfo a unos administradores pésimos, corruptos y claramente asociados con bandas de asesinos. La clientela que más cuenta es otra, no sólo por su número sino sobre todo por su significación social. Puede que en las urnas no sume una mayoría de votos, pero sí define la corriente hegemónica y atrae los votos de personas menos "enteradas" a la hora de votar.
Pero ni los votos comprados ni los de socialistas convencidos bastarían para asegurarles el triunfo a unos administradores pésimos, corruptos y claramente asociados con bandas de asesinos. La clientela que más cuenta es otra, no sólo por su número sino sobre todo por su significación social. Puede que en las urnas no sume una mayoría de votos, pero sí define la corriente hegemónica y atrae los votos de personas menos "enteradas" a la hora de votar.
Me refiero a los empleados públicos, el peso de cuyos sindicatos, controlados por el Partido Comunista, es mayor que el de las FARC tanto en lo que sustraen al país en términos económicos cuanto en lo que cuentan a la hora de las decisiones políticas. ¿Cuántas personas que reciben sueldos o pensiones estatales viven en Bogotá y cuántas en el resto del país? ¿Qué porcentaje del PIB se gasta en esas personas?
Entender eso no sólo basta para conocer las causas de que haya guerrillas y se busque obstinadamente la paz con ellas, sino también la esencia de la sociedad colombiana y la continuidad de un mismo orden y una forma de vida desde la época colonial hasta la actualidad.
A un ex magistrado, ex congresista o ex rector de sesenta años que cobra 40 salarios mínimos como pensión formal (si se excluye al 20% más rico, formado mayoritariamente por empleados estatales, la mayoría de los colombianos no alcanzan a ganar el salario mínimo) y tiene otros ingresos bien por asesorías o por el ejercicio de actividades en las que saca provecho de los contactos de su anterior etapa, le interesa la paz y la negociación que da lugar a un gasto público mayor y diferente del que saldría del simple ejercicio de la democracia. Ya ocurrió después de 1991, cuando en una década se multiplicó por 19 ese gasto y la desigualdad aumentó 10 puntos del coeficiente de Gini. Es decir, esa clase de personas y sus afines son los "autores intelectuales" del genocidio comunista y sus principales usufructuarios. De no ser por el poder e influencia de esa minoría rica, predominantemente bogotana, a todo el mundo le parecería monstruoso que se cambiaran las leyes para complacer a quienes las violan.
Pero no son los pocos miles de afortunados que detraen 40 salarios mínimos o más, sino muchos cientos de miles a los que diversas instituciones públicas les pagan más de cuatro salarios mínimos (excluyendo, claro está, a los pensionados de empresas privadas). En la inmensa mayoría de los casos, el "trabajo" de esas personas consiste simplemente en sostener ese orden de despojo que los beneficia, bien como propagandistas en los centros de "educación", bien como sicarios en la Fiscalía y los juzgados, bien como tuiteros en todas las instituciones distritales o como parásitos de todo tipo en instituciones que en últimas sólo existen para proveerles rentas a sus beneficiarios.
A un ex magistrado, ex congresista o ex rector de sesenta años que cobra 40 salarios mínimos como pensión formal (si se excluye al 20% más rico, formado mayoritariamente por empleados estatales, la mayoría de los colombianos no alcanzan a ganar el salario mínimo) y tiene otros ingresos bien por asesorías o por el ejercicio de actividades en las que saca provecho de los contactos de su anterior etapa, le interesa la paz y la negociación que da lugar a un gasto público mayor y diferente del que saldría del simple ejercicio de la democracia. Ya ocurrió después de 1991, cuando en una década se multiplicó por 19 ese gasto y la desigualdad aumentó 10 puntos del coeficiente de Gini. Es decir, esa clase de personas y sus afines son los "autores intelectuales" del genocidio comunista y sus principales usufructuarios. De no ser por el poder e influencia de esa minoría rica, predominantemente bogotana, a todo el mundo le parecería monstruoso que se cambiaran las leyes para complacer a quienes las violan.
Pero no son los pocos miles de afortunados que detraen 40 salarios mínimos o más, sino muchos cientos de miles a los que diversas instituciones públicas les pagan más de cuatro salarios mínimos (excluyendo, claro está, a los pensionados de empresas privadas). En la inmensa mayoría de los casos, el "trabajo" de esas personas consiste simplemente en sostener ese orden de despojo que los beneficia, bien como propagandistas en los centros de "educación", bien como sicarios en la Fiscalía y los juzgados, bien como tuiteros en todas las instituciones distritales o como parásitos de todo tipo en instituciones que en últimas sólo existen para proveerles rentas a sus beneficiarios.
Entre esos beneficiarios del genocidio pagado por el erario no pueden faltar los periodistas, cuyas "empresas" viven de la pauta pública y otros favores del gobierno, como los que se conocieron con el "carrusel de la paz".
Ésa es la base social del terrorismo y de la paz, que es sólo el cobro de los crímenes terroristas. Lejos de "cambiar" nada, simplemente refuerzan un viejo orden en el que los amos se lo quedan todo. Los ingresos fabulosos que ha tenido Colombia en las últimas décadas por la exportación de productos energéticos (la única que importa), se han gastado en complacer a ese público voraz. La guerrilla, que es búsqueda de la paz porque sin crímenes no habría nada que acordar, sólo está para reforzar ese orden y ésa es la causa de que los clanes oligárquicos siempre la hayan promovido.
No tiene misterio: lo primero que necesita el que quiera plantearse "pensar" es desechar el fetichismo de las palabras. Si se entendiera que un joven lleno de talento y ambición se propondría emular a Beethoven o a Fleming y que el que quiere cambiar el mundo a punta de vociferaciones e intimidaciones sólo busca una renta pública, palabras como revolución, socialismo, etc. no tendrían ningún encanto sino que serían lo propio de los parásitos y aventureros. Pero ese encanto es irresistible para las multitudes por su indigencia moral: todos saben que salir de la miseria colectivamente sólo es posible trabajando duro, cosa que no se antoja tan fácil como despojar a otros, lo cual nunca ha generado prosperidad más que a minorías, cosa que no se entiende por la falta de conocimientos históricos (ningún país ha prosperado gracias al comunismo). La superstición complementa la bajeza y así ese anhelo de justicia social promovido por los que se lo roban todo no encuentra rechazo entre la mayoría.
Por esos intereses sin remedio es muy improbable que en Bogotá gane una propuesta que quiera realmente resolver los problemas de la ciudad: la casta hegemónica de parásitos prefiere el trancón perpetuo a la ausencia de idealistas justicieros como Petro o Clara López, con los que ven garantizados sus privilegios, que REQUIEREN la paz.
Para eso es para lo que matan.
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