Por @AdasOz
Las elecciones regionales se aproximan y el panorama político cada día se pone más tenso. Por supuesto, Bogotá no puede ser la excepción dado que la alcaldía de la capital es el segundo cargo público más importante del país. Así las cosas, aquí no solo se juega el futuro de Bogotá sino también el de Colombia. Por eso es importante que los que podemos votar entendamos que tenemos una responsabilidad enorme, no solo sobre las administraciones regionales sino sobre el rumbo que pueda tomar el país. Mi invitación es a dejar la pereza a un lado y salir a votar y por primera vez, evitar que el absentismo y los cálculos políticos elijan por nosotros.
Bogotá lleva más de diez años en pésimas manos, las del Polo Democrático Alternativo y los Progresistas, que son harina del mismo costal. Durante todo este tiempo, la capital perdió el norte y la cara amable que de una u otra forma heredamos de las administraciones de Peñalosa y Mockus. De esa cultura ciudadana hecha realidad hace ya muchos años que buscaba que los bogotanos cambiaran el individualismo que tanto los caracteriza por un pensamiento colectivo que los condujera a actuar pensando no solo en sí mismos sino en los demás, ya no queda nada. Y esa Bogotá organizada, limpia, amable y con un proyecto de desarrollo a largo plazo como el de cualquier capital de mundo que nos dejó Peñalosa, también se esfumó.
El populismo y la corrupción rampantes acabaron con ese sueño bogotano. Por esta razón, los capitalinos tienen que reaccionar y salir masivamente, de una vez por todas, a exigir un cambio castigando al partido responsable. Es el momento de pensar en qué ciudad se quiere vivir. Ojalá ese cambio de gobernante sea positivo para la ciudad y venga acompañado de un propósito personal de cambio en el que prime la voluntad de colaborar antes que el individualismo.
Muchos tienden a culpar a la gente que viene de afuera porque no tienen sentido de pertenencia, pero yo me pregunto (y les pregunto): ¿Quiénes son los que tienen que tener ese sentido de pertenencia? ¿Quiénes son los que deben dar ejemplo? ¿Los que han vivido aquí desde siempre o los que apenas llegan? El hecho de que Colombia sea un país centralizado y que en Bogotá haya más oportunidades de negocio, y por ende, más oportunidades laborales, no quiere decir que la gente que viene de otras partes del país sean los que traen el caos. Si bien es cierto que el crecimiento de la capital se ha desbordado y la ciudad se ha vuelto prácticamente incontrolable, también es cuestión de sus propios ciudadanos dar ejemplo y si los que vienen no lo ven, pues no tienen más remedio que adaptarse al caótico comportamiento cuasi selvático que aquí impera.
En Bogotá la ley del más fuerte se impone. Todo el mundo quiere ser el primero en todo, menos en civismo y educación. Todos parecen ir con prisa, especialmente en los trancones que es cuando menos rápido pueden ir y más paciencia y colaboración se necesitan para ayudar a todos a salir de ahí más rápido. Se ve gente en su carro atascada en una bocacalle esperando a que alguno de los que van por la avenida les dé paso cuando lo más sencillo es ir dejando pasar de uno en uno.
Por mucho que se usen las direccionales, la gente parece no entender para qué sirven. O bien el carro que viene atrás acelera para impedir el cambio de carril solicitado o sencillamente no se cede el paso, no vaya a resultar que alguien pasa primero. Entonces se puede permanecer un tiempo largo antes de poder hacer la maniobra. Sacar el brazo por la ventana a veces tampoco funciona. Qué difícil es la gente en Bogotá. Y ni qué decir de los que van cerrando indiscriminadamente a todo el que se les atraviese, especialmente esos que van en camionetas grandes pretendiendo mostrar su gran “poderío” en las calles.
¿Por qué cuando se intenta promover el uso de la bicicleta y habiendo ciclorrutas para permitir su tránsito todavía se ven ciclistas andando en las calles? ¿Quién los controla? Déjenme adivinar: nadie. Así podría quedarme largas horas hablando de las innumerables muestras de “civismo” y “educación” de los bogotanos, pero no hay tiempo ni espacio.
La falta de autoridad y la anarquía se han tomado la ciudad y por eso estoy convencida de que el cambio empieza desde la voluntad individual de hacer el bien colectivo. En conclusión, el cambio que necesita Bogotá no solo está en manos del próximo alcalde que la administre sino del propósito de cada uno de nosotros por mejorar cambiando la actitud. Quizás eso nos ayude a tomar conciencia y a construir el sentido de pertenencia perdido.
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