El profesor Unrat o el final de un tirano es el título de una novela de 1905 cuyo autor es Heinrich Mann, el hermano mayor del Premio Nobel Thomas Mann. Una versión cinematográfica de esta novela, El Ángel Azul, de 1930, sería el comienzo de la carrera de la mítica actriz Marlene Dietrich.
La obra trata de un profesor de secundaria de una ciudad de provincias al que todos odian por su perversidad en el trato con los estudiantes. Su apellido es Raat, pero lo deformaron en Unrat, palabra que quiere decir "basura". Tratando de perseguir a un alumno que se ha convertido en su enemigo, termina enredado con una bailarina de cabaret y perdiendo su puesto, su prestigio y su patrimonio, entregado a la "vida airada", hasta que termina en la cárcel.
El rumbo de la izquierda
Esa idea del tirano que ante su fracaso se vuelve el agente de la corrupción ilustra perfectamente el rumbo que la izquierda ha tomado en las últimas décadas en los países iberoamericanos y en el sur de Europa, en parte por efecto del sesentayochismo (aunque se dice que la contracultura era una estratagema comunista desarrollada por los herederos de la Escuela de Fráncfort), en parte por la necesidad de destruir las tradiciones para implantar su proyecto.
Hacia 1970, la izquierda colombiana se identificaba con el discurso de Camilo Torres, un sacerdote célibe y dedicado a movilizar al "pueblo" para acabar con la desigualdad y con el régimen "oligárquico". O con el del Che Guevara, un aventurero romántico de la clase alta argentina que había luchado en Cuba para imponer un régimen comunista, supuestamente humanitario y equitativo. Eso mismo se podría decir de toda la izquierda en Hispanoamérica, Brasil y el sur de Europa. El guerrillero que pasa hambre y se juega la vida para implantar el paraíso sin clases, o para dirigir a la sociedad (que era de lo que se trataba) guarda muy poca relación con el hombre vestido de mujer y maquillado cuya existencia se resume en el afán de relación sexual.
El rumbo de la izquierda
Esa idea del tirano que ante su fracaso se vuelve el agente de la corrupción ilustra perfectamente el rumbo que la izquierda ha tomado en las últimas décadas en los países iberoamericanos y en el sur de Europa, en parte por efecto del sesentayochismo (aunque se dice que la contracultura era una estratagema comunista desarrollada por los herederos de la Escuela de Fráncfort), en parte por la necesidad de destruir las tradiciones para implantar su proyecto.
Hacia 1970, la izquierda colombiana se identificaba con el discurso de Camilo Torres, un sacerdote célibe y dedicado a movilizar al "pueblo" para acabar con la desigualdad y con el régimen "oligárquico". O con el del Che Guevara, un aventurero romántico de la clase alta argentina que había luchado en Cuba para imponer un régimen comunista, supuestamente humanitario y equitativo. Eso mismo se podría decir de toda la izquierda en Hispanoamérica, Brasil y el sur de Europa. El guerrillero que pasa hambre y se juega la vida para implantar el paraíso sin clases, o para dirigir a la sociedad (que era de lo que se trataba) guarda muy poca relación con el hombre vestido de mujer y maquillado cuya existencia se resume en el afán de relación sexual.
La izquierda era también un fenómeno identitario: las personas de izquierda despreciaban el consumismo, tanto en su aspecto de culto del lujo como en el de hedonismo. El hombre que se convertía en máquina de matar guardaba una mística que lo comprometía con la historia y con el programa de construcción de una nueva sociedad en que soñaba, rechazando todo lo que el mundo burgués les ofrecía a los filisteos. Si la ignorancia no fuera tan generalizada, se vería fácilmente el plagio de modelos románticos, como el de Los bandidos, de Friedrich Schiller.
Y la tradición comunista es una tradición de formidable represión: homosexuales perseguidos, encarcelados y sometidos a crueles tratamientos psiquiátricos en Rusia hasta el final del régimen, así como en todos los demás países comunistas, incluida Cuba. En este país, cuya oligarquía es la principal fábrica de directrices para las mafias que ahora mandan en toda Sudamérica, las penas por consumir cualquier droga prohibida son altísimas todavía.
Pero a partir de la caída del comunismo esa izquierda ha asumido el hedonismo y el consumismo más disolventes como banderas a fin de atraer a infinidad de agraviados con los cuales formar mayorías para tomar el poder: a la primera reivindicación de los grupos étnicos excluidos (que servía para fomentar la deslealtad al Estado y la extinción de los derechos individuales) y de las mujeres, se añadió la diversidad sexual y la afición a las drogas prohibidas.
El punto actual ya es extremo: en Bogotá se organizan actos en los que un travestido ejecuta una danza sensual delante de niños de corta edad en un acto promovido por entidades públicas, el alcalde de Bogotá explica que un centro de atención a personas de la calle sirve para "fumarse un bareto", cualquier crítica a la creciente permisividad sobre el aborto es oscurantismo y en general se alienta a los jóvenes a emborracharse y ampliar los límites de su experiencia sexual.
La revolución abandonó sus rigideces para convertirse en el sueño de felicidad automática derivada del fin de la represión y el acceso gratuito a todos los bienes, sólo gracias a la adhesión a la izquierda.
El partido del recreo
No es concebible la superstición sin la ignorancia. Mejor dicho, son lo mismo: alguien que dijera como Sócrates que sabe que no sabe (es el sentido de la famosa frase) estaría abierto a aprender y lo haría fácilmente. Pero el ignorante está seguro de que sabe algo y lo que cree saber es falso: un obstáculo poderoso para el verdadero conocimiento. Eso es la superstición. Las ideítas que la propaganda ("educación") imbuye en los niños de toda Iberoamérica conduce a olvidar el origen de los bienes que consumen, de modo que el smartphone que usan parece algo natural, como las islas o los árboles, y no el producto del trabajo de alguien que no es precisamente un rebelde justiciero hispanoamericano.
Esa versión de la superstición creacionista encaja perfectamente en el mito que explota la izquierda para tomar el poder o mantenerse en él: el placer es otro bien del que los capitalistas o los estadounidenses o los "reaccionarios" despojan a los jóvenes, que sólo tienen que vociferar y perseguir a quien convenga para acceder a él. La vida regalada y francamente suntuosa que se permiten los contratistas del Distrito (o de la Fiscalía), los profesores universitarios, los jueces, los periodistas y en general diversos sectores de clases acomodadas en Bogotá (literalmente, la clientela de los terroristas), parece algo que pronto tendrán todos gracias a la buena voluntad de la izquierda (siendo que en todo el país reina la miseria precisamente por ese despilfarro en parásitos).
De modo que el joven colombiano tiene que escoger entre lo grato, divertido, estimulante y liberador que promete la izquierda, y la dificultad, el esfuerzo, el tedio, la complejidad y la contención que parecen ser las obsesiones de la derecha. De ese nivel intelectual y moral son todas las opciones: sólo es necesario exhibir algo de buen corazón persiguiendo a los taurinos, a los que piensan poner hoteles y a los que quieren extraer productos mineros dentro de la ley. Ah, claro, y a los curas y uribistas.
El encanto de lo blandoMiguel de Unamuno decía que "en el dolor nos hacemos y en el placer nos gastamos", y esta idea debería iluminar la discusión sobre el sentido del placer: el hedonismo como objetivo central de la vida lleva en sí la renuncia a toda superación, pues el "placer" se convierte sólo en la búsqueda de estímulos sensuales. Por ejemplo, la agonía de un ciclista escalando un largo puerto de montaña y dejando atrás a los rivales no es lo que el rebelde justiciero agraviado por el despojo que sufrió por la moral judeocristiana concibe como placer.
Si el comunismo de Lenin con su ascetismo y su culto de la historia fue funesto, el neocomunismo de las mediocres burocracias hispánicas es sencillamente disolvente, como se ha demostrado en Venezuela. La corrupción política es casi un aspecto secundario, pero nadie puede esperar en serio que una gente dedicada a disfrutar de cuanta liberación se le aparezca va a idolatrar el erario. De hecho, ¿qué clase de imbéciles creen que los privilegios de los afiliados de la CUT no son corrupción política?
A estas alturas no se puede, salvo desde opciones religiosas que nadie tiene por qué observar, condenar la inclinación homosexual. El esfuerzo por corregir a la sociedad con la ideología de género, el uso de los recursos públicos para su propaganda, las rentas millonarias que obtienen los homosexuales profesionales bien relacionados con la izquierda, la búsqueda de apoyos políticos con caricias y la "inversión" en vividores que se lucran del agravio son crímenes, y en el contexto colombiano crímenes complementarios del genocidio comunista.
Y la tradición comunista es una tradición de formidable represión: homosexuales perseguidos, encarcelados y sometidos a crueles tratamientos psiquiátricos en Rusia hasta el final del régimen, así como en todos los demás países comunistas, incluida Cuba. En este país, cuya oligarquía es la principal fábrica de directrices para las mafias que ahora mandan en toda Sudamérica, las penas por consumir cualquier droga prohibida son altísimas todavía.
Pero a partir de la caída del comunismo esa izquierda ha asumido el hedonismo y el consumismo más disolventes como banderas a fin de atraer a infinidad de agraviados con los cuales formar mayorías para tomar el poder: a la primera reivindicación de los grupos étnicos excluidos (que servía para fomentar la deslealtad al Estado y la extinción de los derechos individuales) y de las mujeres, se añadió la diversidad sexual y la afición a las drogas prohibidas.
El punto actual ya es extremo: en Bogotá se organizan actos en los que un travestido ejecuta una danza sensual delante de niños de corta edad en un acto promovido por entidades públicas, el alcalde de Bogotá explica que un centro de atención a personas de la calle sirve para "fumarse un bareto", cualquier crítica a la creciente permisividad sobre el aborto es oscurantismo y en general se alienta a los jóvenes a emborracharse y ampliar los límites de su experiencia sexual.
La revolución abandonó sus rigideces para convertirse en el sueño de felicidad automática derivada del fin de la represión y el acceso gratuito a todos los bienes, sólo gracias a la adhesión a la izquierda.
El partido del recreo
No es concebible la superstición sin la ignorancia. Mejor dicho, son lo mismo: alguien que dijera como Sócrates que sabe que no sabe (es el sentido de la famosa frase) estaría abierto a aprender y lo haría fácilmente. Pero el ignorante está seguro de que sabe algo y lo que cree saber es falso: un obstáculo poderoso para el verdadero conocimiento. Eso es la superstición. Las ideítas que la propaganda ("educación") imbuye en los niños de toda Iberoamérica conduce a olvidar el origen de los bienes que consumen, de modo que el smartphone que usan parece algo natural, como las islas o los árboles, y no el producto del trabajo de alguien que no es precisamente un rebelde justiciero hispanoamericano.
Esa versión de la superstición creacionista encaja perfectamente en el mito que explota la izquierda para tomar el poder o mantenerse en él: el placer es otro bien del que los capitalistas o los estadounidenses o los "reaccionarios" despojan a los jóvenes, que sólo tienen que vociferar y perseguir a quien convenga para acceder a él. La vida regalada y francamente suntuosa que se permiten los contratistas del Distrito (o de la Fiscalía), los profesores universitarios, los jueces, los periodistas y en general diversos sectores de clases acomodadas en Bogotá (literalmente, la clientela de los terroristas), parece algo que pronto tendrán todos gracias a la buena voluntad de la izquierda (siendo que en todo el país reina la miseria precisamente por ese despilfarro en parásitos).
De modo que el joven colombiano tiene que escoger entre lo grato, divertido, estimulante y liberador que promete la izquierda, y la dificultad, el esfuerzo, el tedio, la complejidad y la contención que parecen ser las obsesiones de la derecha. De ese nivel intelectual y moral son todas las opciones: sólo es necesario exhibir algo de buen corazón persiguiendo a los taurinos, a los que piensan poner hoteles y a los que quieren extraer productos mineros dentro de la ley. Ah, claro, y a los curas y uribistas.
El encanto de lo blandoMiguel de Unamuno decía que "en el dolor nos hacemos y en el placer nos gastamos", y esta idea debería iluminar la discusión sobre el sentido del placer: el hedonismo como objetivo central de la vida lleva en sí la renuncia a toda superación, pues el "placer" se convierte sólo en la búsqueda de estímulos sensuales. Por ejemplo, la agonía de un ciclista escalando un largo puerto de montaña y dejando atrás a los rivales no es lo que el rebelde justiciero agraviado por el despojo que sufrió por la moral judeocristiana concibe como placer.
Si el comunismo de Lenin con su ascetismo y su culto de la historia fue funesto, el neocomunismo de las mediocres burocracias hispánicas es sencillamente disolvente, como se ha demostrado en Venezuela. La corrupción política es casi un aspecto secundario, pero nadie puede esperar en serio que una gente dedicada a disfrutar de cuanta liberación se le aparezca va a idolatrar el erario. De hecho, ¿qué clase de imbéciles creen que los privilegios de los afiliados de la CUT no son corrupción política?
A estas alturas no se puede, salvo desde opciones religiosas que nadie tiene por qué observar, condenar la inclinación homosexual. El esfuerzo por corregir a la sociedad con la ideología de género, el uso de los recursos públicos para su propaganda, las rentas millonarias que obtienen los homosexuales profesionales bien relacionados con la izquierda, la búsqueda de apoyos políticos con caricias y la "inversión" en vividores que se lucran del agravio son crímenes, y en el contexto colombiano crímenes complementarios del genocidio comunista.
Lo mismo se puede decir de las drogas: la idea de que el Estado puede castigar a alguien por ingerir lo que le da la gana es odiosa para cualquiera que se tome en serio la libertad, pero cuando Carlos Gaviria escribía ponencias en defensa de la "dosis personal" no lo hacía (como cree Alberto Carrasquilla) por amor a las libertades sino porque su corporación (la burocracia que expandió su dominio gracias a los asesinatos de los años ochenta en la Constitución de 1991) necesitaba combatir la cultura tradicional y la influencia de la Iglesia católica.
Como tema de la educación, la promoción del hedonismo sólo conduce a la degradación constante de las víctimas: todo lo que en esta vida se puede considerar superación es lo que ofrece dificultad y requiere esfuerzo y disciplina. La idea de que en la antigua Grecia la "homosexualidad" era aceptada y bien considerada llega a los oídos de gente joven que fácilmente cree que los griegos antiguos eran gente como ellos. Para empezar, esa idea de "homosexual" no existía para ellos. Los hombres de clases altas que yacían con jovencitos no rechazaban el comercio con mujeres ni dejaban de engendrar hijos. La institución de "tutoría" se llamaba "pederastia" (con un sentido distinto al que tiene el término actualmente) y comportaba una responsabilidad educativa. Esos hombres no eran propiamente viciosos del contacto sexual (como los que divulgaron el sida en Estados Unidos o el protagonista de la película Taxi zum Klo) sino respetables ciudadanos esforzados y serios.
Las sociedades se sostienen por la virtud: bien con la templanza de la Antigüedad o con la castidad de muchos siglos de cristianismo, las sociedades que sobrevivieron y se impusieron fueron aquellas que no se gastaron en el libertinaje. De hecho, esta palabra no tiene en su origen una relación directa con la libertad. Sólo que al esclavo que accedía a los derechos de los ciudadanos se lo llamaba "liberto", y la persona que se echaba a perder en las tabernas y burdeles se parecía a un liberto, lo que da "libertino".
Las sociedades se sostienen por la virtud: bien con la templanza de la Antigüedad o con la castidad de muchos siglos de cristianismo, las sociedades que sobrevivieron y se impusieron fueron aquellas que no se gastaron en el libertinaje. De hecho, esta palabra no tiene en su origen una relación directa con la libertad. Sólo que al esclavo que accedía a los derechos de los ciudadanos se lo llamaba "liberto", y la persona que se echaba a perder en las tabernas y burdeles se parecía a un liberto, lo que da "libertino".
Una sociedad como la colombiana necesita asimilarse al mundo moderno: tras el libertinaje pagado con recursos públicos de que disfrutan las clientelas de los terroristas con diversos pretextos, está sólo el viejo orden esclavista. ¿Alguien se ha detenido a pensar en cuántas personas se dedican al servicio doméstico en Colombia y cuántas lo hacen en Alemania? La fiesta perpetua de la liberación de la moral judeocristiana no es para esas personas sino para los jóvenes que van a la universidad a aprender la lucha, es decir, la rapiña.
1 comentario:
Gran artículo, gracias.
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