Por Jaime Castro Ramírez
El poder que ejerce un gobernante es conferido por la voluntad del pueblo que le otorga la facultad de representar dignamente los intereses de la república y su democracia, a través del ejercicio de su cargo como presidente de la república, y a quien le corresponde honrar el histórico patrimonio democrático de la institución presidencial.
La responsabilidad presidencial es entonces un factor que representa grande trascendencia en cuanto le corresponde mantener el equilibrio del país en todos sus órdenes, y para lograr esto existe un requisito esencial que es tener a su favor la voluntad del pueblo, pues es circunstancia necesaria e indispensable para lograr el apoyo popular en el día a día del cumplimiento de su gestión de gobierno. Un presidente con la voluntad popular en contra carga con el inri del rechazo ciudadano y de acercarse a la ilegitimidad de sus actos porque carecen de la aprobación primaria de quien le confirió el poder y por consiguiente le otorgó la facultad de gobernar - el pueblo.
La situación del presidente Juan Manuel Santos
Es verdaderamente lamentable para la dignidad de la Institución Presidencial, y para la Democracia Colombiana, ver que el presidente de la república sea rechazado por el pueblo a través de la manifestación colectiva vehemente del abucheo y rechifla en los escenarios públicos donde asiste para cumplir alguna diligencia propia de su cargo. Esto, a nivel nacional e internacional, desdice mucho de la autoridad y respetabilidad que debe tener quien representa a la sociedad colombiana desde el poder ejecutivo.
Esta nociva circunstancia de rechazo popular se la ganó motu proprio el mismo presidente Santos desde el primer día que ejerció como gobernante, y esto a consecuencia de sus reiterados engaños al pueblo: Primero desde la desafortunada estrategia de utilizar la popularidad del gobierno anterior para hacerse elegir en 2010, y de inmediato incumplió todo lo prometido de continuar con esas políticas por las cuales fue elegido, lo que significa que engañó a nueve millones de colombianos que lo eligieron atendiendo el guiño del mandatario anterior quien le endosó su capital político y luego se convirtió en el primer engañado. Bueno, bien lo decía Nietzsche en referencia a quienes no agradecen: “Las grandes deudas de gratitud no suscitan gratitud, sino encono y resentimiento”. Se podría agregar que es actitud propia de traidores. En segundo lugar, en el transcurso de sus dos periodos de gobierno son diversas las promesas incumplidas que han desmotivado al pueblo. En tercer lugar, y quizás lo más resonante, es que ha descuidado muchos frentes de gobierno por dedicarse a su obsesión de lo que ha llamado “proceso de paz”, de lo cual hay grande incertidumbre y demasiadas dudas sobre para dónde lleva al país como consecuencia de las concesiones que está haciendo a los enemigos de la democracia en materias de políticas de gobierno, e incluso en políticas de Estado.
Lo anterior a cambio de nada porque la contraparte no acepta concesiones: no van a reparar a las víctimas, dicen que no “dejan” las armas lo cual es un contrasentido hablando de paz, no piensan desmovilizarse, no piden perdón, no aceptan la justicia ante sus crímenes de lesa humanidad, etc. (lo cual no es paz), y esto dentro de lo poco que se sabe, lo que simplemente indica que las concesiones en lo que llaman “negociación” solo las hace una de las partes: el gobierno a nombre del Estado colombiano.
El país está muy temeroso de que como consecuencia de la paz, y en nombre de la paz, eventualmente sea llevado a convertirse en otra Venezuela a través de la grande presión que ejercen los fuertes vientos que soplan del socialismo del siglo XXI involucrado en dicho proceso de paz (a través de Cuba y Venezuela), socialismo que está desapareciendo en la región porque está siendo derrotado, pero Colombia pareciera dispuesta a acogerlo, y esto solo ocurriría si así lo decide el presidente Santos, y también por eso el pueblo está reaccionando en su contra.
En consecuencia, no se sabe todavía la verdadera trascendencia política, económica y social que con el nombre de ‘paz’ le signifique afrontar al país hacia futuro. Entonces, son grandes y muy preocupantes los motivos por los cuales el pueblo no quiere a su presidente.
Gobernar con el 50% de favorabilidad popular es de por sí mal registro porque implica tener la opinión dividida a favor y en contra, pero cuando las encuestas ubican al presidente Santos en un irrisorio 13% de favorabilidad ante sus gobernados, políticamente significa que se ha desaparecido literalmente la confianza en su gestión de gobierno. Ni qué decir entonces sobre dónde queda la gobernabilidad, dónde queda la legitimidad de sus actos ante la desaprobación popular, y específicamente la legitimidad de lo que apruebe en la negociación de paz.
1 comentario:
En mi opinión,la muerte política de Santos ya le llegó, ahora como él ve eso, entonces mira hacia una DICTADURA con el apoyo de los terroristas será otro El Salvador, Nicaragua,Venezuela.
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