Por Jaime Castro Ramírez
La honestidad conceptual (ni siquiera intelectual) es de importancia primaria para dar claridad y la consiguiente oportunidad de entendimiento de las ideas que se pretenden plantear. Lo contrario equivale a suplantar el pensamiento racional por simples imposturas que tergiversan el significado real, o por lo menos lo llevan al plano de la confusión, con lo cual los impostores (generalmente gobernantes), lo pueden utilizar también como herramienta para conjurar perversidades, o incurrir en engaños colectivos a través de planteamientos o promesas sin sentido práctico, que no consultan la realidad atribuible a una secuencia de hechos que afectan el devenir de la vida republicana.
En política, lo anterior constituye un escenario traducido en fantasías y fascinaciones que convergen en el tono de discursos oscuros premeditados y de tendencia populista engañosa.
La actuación del presidente Santos
En muchos pasajes de su labor como gobernante, ha sido por lo menos infortunada la actuación del presidente Juan Manuel Santos en la forma confusa de plantearle al país su filosofía de gobierno respecto a su ejecución, pues la mayoría del pueblo se ha sentido cuando menos engañado con sus promesas incumplidas, otras veces traicionado con sus actuaciones irregulares respecto a su obligación de cumplir su juramento constitucional para ejercer el cargo de presidente de la república.
El pueblo colombiano esperaba que en la negociación con las Farc, su gobernante hiciera valer y respetar la justicia, la dignidad del Estado de derecho, su institucionalidad, y el histórico modelo de país, a través de la suficiente autoridad que posee como presidente de la república. Sin embargo, el resultado que se observa es que el Estado perdió y los ganadores fueron las Farc, como bien lo han proclamado con suficiente razón sus dirigentes, pues ellos impusieron fácilmente las condiciones que quisieron al darse cuenta que estaban frente a un gobierno débil, lo que propició un escenario completamente desigual, pues los diferentes temas puestos en escena bien podrían haberse denominado con nombre único: ‘exigencias vs claudicación’, y en tales circunstancias las Farc consiguieron mucho más de lo que esperaban, y a cambio de muy poco.
Hay que aceptar que las Farc tienen razón de sentir el orgullo de triunfo que sienten, pues a ellos les asistía el derecho de exigir todo lo que quisieran, cosa distinta es que el presidente Santos se los haya concedido. El subsiguiente efecto para el país, o valga decir las consecuencias de tal claudicación, están aún por verse, a corto, mediano, y largo plazo.
En una entrevista que concedió el presidente Santos a la periodista Patricia Janiot de CNN, ante la insistencia en la pregunta que ella le hacía sobre la justicia (cárcel) aplicable a los criminales de delitos atroces, se observa en la respuesta cierta tendencia de favorecimiento hacia las Farc, pues insistió Santos en evadir contestar sobre su obligación de hacer valer la justicia, y al sentirse en cierta forma acorralado ante la objetividad con que la periodista lo presionaba por la respuesta, opta entonces por contestar vaguedades no desprovistas de cierto grado de cinismo, como decirle a la entrevistadora: “cómo se define una cárcel”, “qué quiere decir cárcel”, “qué es cárcel”, “usted cree que ellos van a entregar sus armas y simplemente a someterse”. Y por si faltaba algo de cinismo, acto seguido afirmó que “no habría impunidad…”
Es impensable para los ciudadanos oír hablar de tal manera a un presidente de la república, sin asomo de cómo apreciar su esfuerzo de cumplir la obligación constitucional de defender la patria.
El presidente Santos pasará a la historia con el grave precedente de haber sido el único gobernante capaz de desconocer un mandato del pueblo en las urnas, como ocurrió con el resultado del plebiscito del 2 de octubre de 2016. Al fin de cuentas, actuó como “le dio la gana”, exactamente con el mismo sentido que lo dijo para referirse a la pregunta de ese plebiscito: “el presidente tiene la facultad de redactar la pregunta que le de la gana”, y como no le gustó el resultado del mandato del pueblo, procedió de tal manera. Esto fue simplemente oficializar su talante dictatorial, pues en la filosofía política no se encuentra otra forma para calificar semejante actuación antidemocrática. Además, no es posible entender que el desconocimiento del mandato supremo del pueblo que negó lo que era un mal acuerdo para el país, esta grave impostura haya podido producir el contrasentido de la otorgación de un premio nobel.
El pueblo colombiano no puede aceptar estas imposturas presidenciales que parecen demasiado dicientes en detrimento de la causa republicana, y que por lo tanto preocupan significativamente al país y a su democracia, imposturas que marcarán una historia y un rumbo diferentes, y que por supuesto desdicen de lo que el país espera de su gobernante. Esto implica en primera instancia generar desconfianza para el pueblo, y la consecuencia conlleva a que el ciudadano se sienta desilusionado, y algo más: traicionado.
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