Intereses de clase
La idea de que en el interior de todas las sociedades hay diversos grupos enfrentados por sus intereses colectivos no se le ocurrió a Marx para llevar a cabo su plan diabólico, sino que la tenían en cuenta otros pensadores, como Maquiavelo o Adam Smith.
Es importante tener eso en cuenta porque sin una atribución de intereses materiales a las opiniones y actuaciones políticas todo se queda en mera cháchara doctrinal trufada de moralina, teorías de conspiración y señalamientos morbosos.
¿Por qué las clases altas colombianas, sobre todo bogotanas, apoyan a las bandas terroristas y a sus redes urbanas? La pregunta es insólita, nadie se la hace, y de hecho los prosélitos totalitarios lo niegan, dado que fácilmente consideran "clases altas" sólo a los dueños de los bancos o a los propietarios de vastas extensiones rurales (aunque de hecho el Grupo Santodomingo y la Organización Sarmiento Angulo son promotores de esos sectores políticos, y el desplazamiento forzado dejó a las FARC como mayor propietaria de tierras, a través de testaferros).
Mejor dicho, ¿qué grupos sociales apoyaron a Santos y apoyan a los narcoterroristas? ¿Por qué los apoyan? La respuesta para mí es muy simple, diáfana. Pero ¿por qué no es algo que todos aceptan? Eso remite al problema de la indigencia intelectual de los sectores ideológicos y políticos que se les oponen. Tras la adhesión de los ricos al hampa narcoterrorista no ven "intereses de clase" sino mera insuficiencia intelectual, corrupción, inmoralidad y en últimas la mano siniestra de Satán. Satán no es necesariamente el de la mitología cristiana antigua, a menudo lo reemplazan Karl Marx con sus ideas o alias George Soros con sus complots.
Y como no pueden concebir el comunismo en Colombia, ni en la región, como un fenómeno dinámico, ligado a las oscilaciones de la historia y a los intereses económicos de grupos sociales, sencillamente les parece una infiltración ajena a las sociedades, que estaban bien hasta que llegó el virus funesto. Al negar el interés de clase como móvil de las tomas de partido de personas destacadas o talentosas, el catecúmeno encuentra una fuente inesperada de halago: ¡hete aquí que Camilo Torres o Enrique Santos resultan pobres tontos a su lado!
Recientes discusiones sobre la "acción de tutela" o sobre la reforma tributaria que intenta llevar a cabo el ministro Carrasquilla me convencen de que los contradictores del narcoterrorismo no sólo acusan indigencia intelectual sino también indigencia moral. Puesto que normalmente forman parte del 10% de colombianos más ricos (correspondiente a los que habitan viviendas de estrato 4-6), condenan a los terroristas pero agradecen su orden: la licencia para prescindir de la ley cuando conviene a los poderosos y el confort fiscal para los particulares. Ambas cosas endémicas de Colombia, como el prodigio de que un delito les reste penas a otros.
Es decir, sociológicamente forman parte de las clientelas del narcoterrorismo pero sus convicciones religiosas o ideológicas los llevan a oponerse. Un elemento importante de ese desgarramiento es la imposibilidad de entender que los medios de comunicación y sus dueños son parte de la conjura terrorista. El mal sólo es cosa de bandidos rudos y nerviosos, tipo Jojoy o Romaña, los que se alían con ellos son sólo gente que se equivoca, inocentes que yerran y sólo requieren la explicación del sabio de turno.
Mejor dicho, ¿qué grupos sociales apoyaron a Santos y apoyan a los narcoterroristas? ¿Por qué los apoyan? La respuesta para mí es muy simple, diáfana. Pero ¿por qué no es algo que todos aceptan? Eso remite al problema de la indigencia intelectual de los sectores ideológicos y políticos que se les oponen. Tras la adhesión de los ricos al hampa narcoterrorista no ven "intereses de clase" sino mera insuficiencia intelectual, corrupción, inmoralidad y en últimas la mano siniestra de Satán. Satán no es necesariamente el de la mitología cristiana antigua, a menudo lo reemplazan Karl Marx con sus ideas o alias George Soros con sus complots.
Y como no pueden concebir el comunismo en Colombia, ni en la región, como un fenómeno dinámico, ligado a las oscilaciones de la historia y a los intereses económicos de grupos sociales, sencillamente les parece una infiltración ajena a las sociedades, que estaban bien hasta que llegó el virus funesto. Al negar el interés de clase como móvil de las tomas de partido de personas destacadas o talentosas, el catecúmeno encuentra una fuente inesperada de halago: ¡hete aquí que Camilo Torres o Enrique Santos resultan pobres tontos a su lado!
Recientes discusiones sobre la "acción de tutela" o sobre la reforma tributaria que intenta llevar a cabo el ministro Carrasquilla me convencen de que los contradictores del narcoterrorismo no sólo acusan indigencia intelectual sino también indigencia moral. Puesto que normalmente forman parte del 10% de colombianos más ricos (correspondiente a los que habitan viviendas de estrato 4-6), condenan a los terroristas pero agradecen su orden: la licencia para prescindir de la ley cuando conviene a los poderosos y el confort fiscal para los particulares. Ambas cosas endémicas de Colombia, como el prodigio de que un delito les reste penas a otros.
Es decir, sociológicamente forman parte de las clientelas del narcoterrorismo pero sus convicciones religiosas o ideológicas los llevan a oponerse. Un elemento importante de ese desgarramiento es la imposibilidad de entender que los medios de comunicación y sus dueños son parte de la conjura terrorista. El mal sólo es cosa de bandidos rudos y nerviosos, tipo Jojoy o Romaña, los que se alían con ellos son sólo gente que se equivoca, inocentes que yerran y sólo requieren la explicación del sabio de turno.
La tradición revolucionaria
Si se tiene en cuenta ese elemento del "interés de clase" resulta muy diciente el origen de los movimientos comunistas en Hispanoamérica. Claro que siempre hubo inversión de recursos soviéticos y chinos, y personajes resentidos dispuestos a acoger ideologías rupturistas, pero para salir de la marginalidad el comunismo necesitó el apoyo de los jesuitas y de sectores importantes de las clases altas. Así ocurrió en Cuba, donde la rebelión contra Batista (antes aliado de los comunistas) se basó en los jóvenes patricios. Como ocurriría en las décadas siguientes en toda la región, amplios sectores sociales se pusieron de parte del nuevo régimen por el encanto de la retórica antiamericana. ¿En qué consistía ese encanto? Además del siempre rentable discurso nacionalista, en que el modelo de democracia liberal amenazaba el orden jerárquico tradicional. Octavio Paz señala que en el siglo XIX el antiamericanismo era un rasgo de los conservadores, y no hay que divagar mucho para llegar a ver a los mismos sectores sociales ilusionados con el modelo alternativo a la democracia liberal unas décadas después. Claro que en medio de su cambio, jesuitas incluidos, encontraron en el triunfante Reich de los mil años una esperanza que les permitiría golpear la hegemonía de los odiados británicos y yanquis.
¿Quiénes eran los enamorados de la Revolución cubana en los años sesenta en Colombia? En general, de forma más o menos unánime, los jóvenes que iban a la universidad y tenían interés por la literatura y el arte. Si se tiene en cuenta que en esos años más de la mitad de los colombianos eran analfabetos, va a resultar que las familias de esos jóvenes estaban a lo sumo en el 2% de mayor ingreso. La figura más importante de esa nueva variante revolucionaria fue el sacerdote patricio Camilo Torres, que fundó la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional con un grupo de descendientes de familias presidenciales.
En la década siguiente el protagonismo le correspondió al grupo de la revista Alternativa, cuyos líderes pusieron después a dos de sus hermanos menores en la presidencia. El M-19 también reclutó a su gente en las universidades, y obviamente también se trataba de personas de la clase más alta, como la escritora Laura Restrepo (que hace pocos años seguía declarando que un régimen como el de Cuba era lo que ellos querían).
El triunfo de esa banda gracias a la colaboración de la mafia de la cocaína condujo a la Constitución de 1991 (a los políticos renuentes se los persuadió a punta de amenazas y asesinatos, o de copiosos incentivos que aportaban los grandes carteles). Desde entonces el Estado colombiano está realmente en manos del G2 y el orden social jerárquico está asentado y reforzado. De ese modo ocurre el doble fenómeno de que los ricos se han vuelto comunistas a la vez que los comunistas se han vuelto ricos. En la Colombia de hoy la izquierda es lo mismo que la clase alta. Por una parte, los reaccionarios defensores del viejo orden han encontrado el recurso eficaz para congelar la jerarquía social, por el otro, los talentos sacerdotales encontraron el patrono perfecto en un Estado muy generoso con ellos. Los gobiernos de Gaviria y Samper fueron los responsables de instaurar ese orden. "Socialista" en la medida en que el gasto público se disparó pero nada "socialista" en el sentido que la gente entiende de igualdad social. Al terminar la década Colombia tenía más gente por debajo de la línea de pobreza y mucha más desigualdad que en 1990 (nada menos que diez puntos del coeficiente de Gini).
¿Quiénes eran los enamorados de la Revolución cubana en los años sesenta en Colombia? En general, de forma más o menos unánime, los jóvenes que iban a la universidad y tenían interés por la literatura y el arte. Si se tiene en cuenta que en esos años más de la mitad de los colombianos eran analfabetos, va a resultar que las familias de esos jóvenes estaban a lo sumo en el 2% de mayor ingreso. La figura más importante de esa nueva variante revolucionaria fue el sacerdote patricio Camilo Torres, que fundó la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional con un grupo de descendientes de familias presidenciales.
En la década siguiente el protagonismo le correspondió al grupo de la revista Alternativa, cuyos líderes pusieron después a dos de sus hermanos menores en la presidencia. El M-19 también reclutó a su gente en las universidades, y obviamente también se trataba de personas de la clase más alta, como la escritora Laura Restrepo (que hace pocos años seguía declarando que un régimen como el de Cuba era lo que ellos querían).
El triunfo de esa banda gracias a la colaboración de la mafia de la cocaína condujo a la Constitución de 1991 (a los políticos renuentes se los persuadió a punta de amenazas y asesinatos, o de copiosos incentivos que aportaban los grandes carteles). Desde entonces el Estado colombiano está realmente en manos del G2 y el orden social jerárquico está asentado y reforzado. De ese modo ocurre el doble fenómeno de que los ricos se han vuelto comunistas a la vez que los comunistas se han vuelto ricos. En la Colombia de hoy la izquierda es lo mismo que la clase alta. Por una parte, los reaccionarios defensores del viejo orden han encontrado el recurso eficaz para congelar la jerarquía social, por el otro, los talentos sacerdotales encontraron el patrono perfecto en un Estado muy generoso con ellos. Los gobiernos de Gaviria y Samper fueron los responsables de instaurar ese orden. "Socialista" en la medida en que el gasto público se disparó pero nada "socialista" en el sentido que la gente entiende de igualdad social. Al terminar la década Colombia tenía más gente por debajo de la línea de pobreza y mucha más desigualdad que en 1990 (nada menos que diez puntos del coeficiente de Gini).
Lo maravilloso es que haya derechistas que no ven la entera afinidad de los ricos con el narcoterrorismo. Esa ceguera, creo yo, tiene que ver con alguna clase de fanatismo y sectarismo que afecta a personas muy ignorantes y torpes. Baste ver la revista Semana. ¿Quién la lee? ¿Serán los perdedores y fracasados, valga el pleonasmo, llenos de resentimiento en sus tugurios? Me he dado cuenta de que se lo explican como "la culpa del emisor": como no pueden negar que la propaganda y la opinión de Semana sean mera legitimación del narcoterrorismo, resulta que eso ocurre por culpa del dueño o del editor, y los lectores son simples víctimas que reciben información incorrecta y se la creen.
Pero son también todos los demás medios escritos, y no sólo porque su principal fuente de ingresos sea el Estado, porque para eso habrían sido serviles cuando el presidente era Uribe, y eran tan defensores del terrorismo como ahora. En las televisiones ocurre que la gente tiene pocas alternativas a verlas, de modo que recibe la propaganda sin poderle oponer mucha resistencia.
De la Encomienda a la Nomenklatura
Pero son también todos los demás medios escritos, y no sólo porque su principal fuente de ingresos sea el Estado, porque para eso habrían sido serviles cuando el presidente era Uribe, y eran tan defensores del terrorismo como ahora. En las televisiones ocurre que la gente tiene pocas alternativas a verlas, de modo que recibe la propaganda sin poderle oponer mucha resistencia.
De la Encomienda a la Nomenklatura
La historia de Colombia desde la Conquista es simple, tediosa: alrededor del núcleo de poder se organiza la extracción de riquezas naturales y el reparto de las tierras, una vez que el oro acumulado por los aborígenes se había acabado. Ser juez, militar o clérigo eran las formas correctas de prosperar. Los descendientes de los primeros conquistadores y de los funcionarios de la Corona llegados después se las han arreglado siempre para mantener el control, pero la penetración cultural imperialista, es decir, la presión de los modelos de democracia liberal triunfantes en el resto del mundo, forzaron un desajuste entre el orden real y el que podía aparecer en las leyes escritas. Las guerras civiles del siglo XIX siempre se libraban por el control del Estado y de los cargos de poder.
Sólo ha cambiado la retórica, sobre todo porque la expansión del gasto público ha permitido garantizar ingresos agradables para todos los miembros de la casta superior. La condición es que el que quiera disfrutar de las mieles del poder, y de las pensiones a los cuarenta y cinco años, debe acompañar a la corriente hegemónica, no sólo la ideología que propaga Semana sino sobre todo la prevalencia de sus dueños.
Así se explica que los ricos paguen verdaderas fortunas para que sus hijos obtengan sus títulos en universidades en las que sólo se recita propaganda comunista. No es que ellos sueñen con la sociedad sin clases ni con el fin de la explotación del hombre por el hombre, sino que han comprobado que la prosperidad viene del presupuesto público, y en el presupuesto público mandan los narcoterroristas. Es una estrategia de adaptación cuyo núcleo es la relación personal (contactos) con los poderosos, para lo que hace falta la profesión de fe que les sirve de coartada a los dueños del país para su dominación y a los autores materiales de los crímenes para legitimarse.
Las conversaciones de paz gracias a las cuales se suprime la democracia (no otro es su sentido, pues en cuanto se reconoce a los poderes armados decidir sobre cualquier aspecto institucional se está despojando al ciudadano de a pie de ese derecho) son un recurso típico de esa dominación, pero antes de ellas hubo de todos modos movimiento estudiantil y sindicalismo estatal, que promovían y controlaban los mismos que organizaron las bandas terroristas. A punta de bochinche, violencia callejera e intimidación personal, que incluía obviamente a las guerrillas, consiguieron clientelizar a cientos de miles de funcionarios y crear empleos para los militantes universitarios, cuyo único conocimiento tenía que ver con la actividad revolucionaria.
Es decir, el discurso revolucionario y las teorías de Marx sirvieron para mantener un orden retrógrado de castas y parasitismo, todo ello engrasado con el dinero de la cocaína. Y el conjunto de los herederos de las castas superiores de la vieja sociedad se hicieron clientes de la bandas de asesinos. No hace falta que se trate de funcionarios, pueden ser proveedores de servicios emparentados de mil maneras con las clases acomodadas, formadas en su mayoría por funcionarios y otros beneficiarios del orden establecido (como los abogados o los profesores de universidades privadas). Todos ellos están dispuestos a aplaudir "la paz" por la que se legitiman y premian millones de crímenes atroces. Los conocen bien pero no están dispuestos a quedar en minoría ni menos a asimilarse a los finqueros o ganaderos o a la gente de las provincias rivales de la capital. La hegemonía del discurso narcoterrorista se refuerza con el reconocimiento internacional a sus propagandistas de más rango (como la promoción de Héctor Abad Faciolince por la red de Soros y antes de William Ospina por el dinero chavista), con el atractivo de las modelos a las que contratan, con los títulos de universidades estadounidenses de algunos ideólogos, con la persuasión continua en todo espacio de socialidad y con el humor de genios como Pirry o Samper Ospina.
Sólo ha cambiado la retórica, sobre todo porque la expansión del gasto público ha permitido garantizar ingresos agradables para todos los miembros de la casta superior. La condición es que el que quiera disfrutar de las mieles del poder, y de las pensiones a los cuarenta y cinco años, debe acompañar a la corriente hegemónica, no sólo la ideología que propaga Semana sino sobre todo la prevalencia de sus dueños.
Así se explica que los ricos paguen verdaderas fortunas para que sus hijos obtengan sus títulos en universidades en las que sólo se recita propaganda comunista. No es que ellos sueñen con la sociedad sin clases ni con el fin de la explotación del hombre por el hombre, sino que han comprobado que la prosperidad viene del presupuesto público, y en el presupuesto público mandan los narcoterroristas. Es una estrategia de adaptación cuyo núcleo es la relación personal (contactos) con los poderosos, para lo que hace falta la profesión de fe que les sirve de coartada a los dueños del país para su dominación y a los autores materiales de los crímenes para legitimarse.
Las conversaciones de paz gracias a las cuales se suprime la democracia (no otro es su sentido, pues en cuanto se reconoce a los poderes armados decidir sobre cualquier aspecto institucional se está despojando al ciudadano de a pie de ese derecho) son un recurso típico de esa dominación, pero antes de ellas hubo de todos modos movimiento estudiantil y sindicalismo estatal, que promovían y controlaban los mismos que organizaron las bandas terroristas. A punta de bochinche, violencia callejera e intimidación personal, que incluía obviamente a las guerrillas, consiguieron clientelizar a cientos de miles de funcionarios y crear empleos para los militantes universitarios, cuyo único conocimiento tenía que ver con la actividad revolucionaria.
Es decir, el discurso revolucionario y las teorías de Marx sirvieron para mantener un orden retrógrado de castas y parasitismo, todo ello engrasado con el dinero de la cocaína. Y el conjunto de los herederos de las castas superiores de la vieja sociedad se hicieron clientes de la bandas de asesinos. No hace falta que se trate de funcionarios, pueden ser proveedores de servicios emparentados de mil maneras con las clases acomodadas, formadas en su mayoría por funcionarios y otros beneficiarios del orden establecido (como los abogados o los profesores de universidades privadas). Todos ellos están dispuestos a aplaudir "la paz" por la que se legitiman y premian millones de crímenes atroces. Los conocen bien pero no están dispuestos a quedar en minoría ni menos a asimilarse a los finqueros o ganaderos o a la gente de las provincias rivales de la capital. La hegemonía del discurso narcoterrorista se refuerza con el reconocimiento internacional a sus propagandistas de más rango (como la promoción de Héctor Abad Faciolince por la red de Soros y antes de William Ospina por el dinero chavista), con el atractivo de las modelos a las que contratan, con los títulos de universidades estadounidenses de algunos ideólogos, con la persuasión continua en todo espacio de socialidad y con el humor de genios como Pirry o Samper Ospina.
Parasitism Corp.
El caso de la educación superior es característico de esa confluencia de intereses de los grupos de poder. La Constitución de 1991 aseguró un gasto elevado en esa clase de educación, es decir, una copiosa oferta de puestos bien pagados para los militantes marxistas que hicieron posible esa revolución, tanto en la legalidad como en la ilegalidad. Pero quedaba la cuestión de controlar las universidades privadas por parte de la corporación, en este caso, el gremio, que al igual que los sindicatos resulta controlado por el Partido Comunista, que es el que tiene los recursos tanto legales como ilegales, para dar las órdenes.
Para remediarlo se resolvió prohibirles el lucro, no tanto para perjudicar a sus dueños cuanto para salvar de pagar impuestos a unos negocios que podrían servir de mil maneras a la causa y formar a los futuros profesores de las universidades públicas. Los dueños aseguran la rentabilidad poniéndose sueldos millonarios o celebrando contratos muy favorables, y lo que se ahorra en impuestos se dedica a pagar a los profesores, estómagos agradecidos que no por casualidad en casi todas las universidades enseñan el odio a Uribe y hacen campaña por pensadores de la talla de Gustavo Petro.
Para remediarlo se resolvió prohibirles el lucro, no tanto para perjudicar a sus dueños cuanto para salvar de pagar impuestos a unos negocios que podrían servir de mil maneras a la causa y formar a los futuros profesores de las universidades públicas. Los dueños aseguran la rentabilidad poniéndose sueldos millonarios o celebrando contratos muy favorables, y lo que se ahorra en impuestos se dedica a pagar a los profesores, estómagos agradecidos que no por casualidad en casi todas las universidades enseñan el odio a Uribe y hacen campaña por pensadores de la talla de Gustavo Petro.
Es decir, la corporación dueña del país cuenta con recursos comunes para proveerles rentas a sus miembros y para reclutar a los más aptos del resto (es decir, del 90% de la población que conforma los estratos 1-3). La idea de que algunos de los pobres vayan a la universidad y así prosperen es tan absurda como si los hombres bajitos pagaran para que algunos de ellos se casaran con mujeres bonitas. El problema es que en el enunciado de las democracias liberales los recursos del Estado son de todos, pero en Colombia no es así, porque el Estado es el legado que los dominadores dejan a sus descendientes. Por eso a nadie se le ocurre que el gasto en universidades públicas y el que se ahorran en impuestos las privadas es un despojo que se comete contra él.
La sociedad esclavista se reproduce en sus falacias. En 1970 los revolucionarios adoctrinaban asesinos en las universidades y gracias a su éxito se pudieron pensionar jovencísimos, pero sus discípulos también pudieron "trabajar" divulgando las ideas de Tirofijo y ¡a su vez! preparar a la nueva generación de adoctrinadores. La "educación" garantiza la hegemonía del narcocomunismo en toda la sociedad, tal vez por aquello que decía Marx de que "la ideología dominante es la de la clase dominante", pero sobre todo porque ya son un número significativo de colombianos. Dicen que sólo en Bogotá hay más de un millón de titulados universitarios, casi todos ellos votantes de la consulta anticorrupción que sólo servía para señalar enemigos entre quienes podría incomodarlos en su parasitismo y en su afinidad cada vez más clara con los sociópatas de las FARC.
El turno de la derecha
Semejante orden social, claramente inicuo y paralizante, no tiene el menor rechazo en la sociedad colombiana. Los descontentos descubren que eso es "la izquierda", según la propaganda de los dominadores, y se entregan a un ensueño conservador en el que uno no sabe qué ven. La esclavitud nunca se ha ido, ¿cómo va a remediarla quien la aprecia?
Naturalmente, esos derechistas no ven ningún problema en que la universidad sea un despilfarro monstruoso de recursos de todos, sólo en que en lugar del catecismo se enseñen las letanías chavistas. Ni en que la ley sea papel mojado porque el funcionario poderoso puede pulverizar cualquier código o cualquier contrato invocando algún derecho fundamental vulnerado (los pretextos de tal protección servirían para una antología del humor); a fin de cuentas, sólo es la continuación del orden que añoran, en el que un funcionario bien situado podía sacar de la cárcel a cualquiera.
Esos conservadores no añoran la ley, que nunca ha imperado, sino su mundo perdido, que ya no volverá. Si alguien quiere pensar en un país plenamente humanizado debe empezar por entender que no se trata de izquierdas y derechas sino simplemente de los valores comunes de la humanidad civilizada, la igualdad ante la ley, los derechos humanos, la racionalidad económica (las propuestas del ministro Carrasquilla han encontrado el mismo rechazo entre los comunistas que entre los ultraconservadores)...
Si alguien quiere pensar en hacerle frente al orden de esclavitud tiene que saber que la masa de las clases altas seguirá dejándose dirigir por los cubanos y sus terminales políticas, como el Partido Verde, el Polo de Cepeda o la secta de Petro, que pronto cambiará de nombre. Y que ese grupo social es el enemigo de la inmensa mayoría de la población, a la que despojan con su parasitismo.
Hace falta un programa que atraiga a esas mayorías con propuestas efectivas, como cerrar las universidades públicas y someter a las privadas al régimen fiscal de cualquier empresa. Y que en todo los aspectos (pienso por ejemplo en la prohibición del voto militar, un atropello contra los derechos humanos que no tiene la menor resistencia en Colombia) se plantee asimilar a Colombia al mundo moderno. Puede que la derecha termine encontrando sus grandes afinidades con la izquierda, tal como los odiadores de Duque ya defienden a Petro y divulgan las obras de alias Matador.
Semejante orden social, claramente inicuo y paralizante, no tiene el menor rechazo en la sociedad colombiana. Los descontentos descubren que eso es "la izquierda", según la propaganda de los dominadores, y se entregan a un ensueño conservador en el que uno no sabe qué ven. La esclavitud nunca se ha ido, ¿cómo va a remediarla quien la aprecia?
Naturalmente, esos derechistas no ven ningún problema en que la universidad sea un despilfarro monstruoso de recursos de todos, sólo en que en lugar del catecismo se enseñen las letanías chavistas. Ni en que la ley sea papel mojado porque el funcionario poderoso puede pulverizar cualquier código o cualquier contrato invocando algún derecho fundamental vulnerado (los pretextos de tal protección servirían para una antología del humor); a fin de cuentas, sólo es la continuación del orden que añoran, en el que un funcionario bien situado podía sacar de la cárcel a cualquiera.
Esos conservadores no añoran la ley, que nunca ha imperado, sino su mundo perdido, que ya no volverá. Si alguien quiere pensar en un país plenamente humanizado debe empezar por entender que no se trata de izquierdas y derechas sino simplemente de los valores comunes de la humanidad civilizada, la igualdad ante la ley, los derechos humanos, la racionalidad económica (las propuestas del ministro Carrasquilla han encontrado el mismo rechazo entre los comunistas que entre los ultraconservadores)...
Si alguien quiere pensar en hacerle frente al orden de esclavitud tiene que saber que la masa de las clases altas seguirá dejándose dirigir por los cubanos y sus terminales políticas, como el Partido Verde, el Polo de Cepeda o la secta de Petro, que pronto cambiará de nombre. Y que ese grupo social es el enemigo de la inmensa mayoría de la población, a la que despojan con su parasitismo.
Hace falta un programa que atraiga a esas mayorías con propuestas efectivas, como cerrar las universidades públicas y someter a las privadas al régimen fiscal de cualquier empresa. Y que en todo los aspectos (pienso por ejemplo en la prohibición del voto militar, un atropello contra los derechos humanos que no tiene la menor resistencia en Colombia) se plantee asimilar a Colombia al mundo moderno. Puede que la derecha termine encontrando sus grandes afinidades con la izquierda, tal como los odiadores de Duque ya defienden a Petro y divulgan las obras de alias Matador.
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