Por @ruiz_senior
Con ocasión de las elecciones de 2014 me desconcertó que un columnista crítico
con Santos y su proceso de paz lamentara que no se dejara esa cuestión fuera de
la disputa electoral. ¿Cómo podía hurtarse a los ciudadanos la cuestión
decisiva para el futuro del país? En todo caso, nadie le hizo caso, y el
aspirante a la reelección continuó con su curiosa propaganda, pura
intimidación, mientras que el supuesto adversario presentaba propuestas para consolidar la paz.
Pero desde cierta perspectiva ese anhelo tenía algún sentido: si Santos no
contara con la ventaja de la paz, tal vez se lo podría vencer. La mayoría
prefiere la paz. Para mí era un error obvio, pero es porque no vivo rodeado de
colombianos. ¿De qué serviría quedar como una minoría intransigente y «guerrerista»?
Eso era lo que querían los narcoterroristas y su socio Santos. De modo que no
se hizo oposición a la paz porque ¿dónde se iba a hacer más oposición que en
una elección presidencial consecutiva contra el segundo que lo intentaba desde
principios del siglo XX? Cuando finalmente se convocó el plebiscito, Uribe tuvo
que optar por el NO para no perder a sus partidarios más firmes, pero en cuanto
el acuerdo cayó, algo que quizá no esperaba, corrió a socorrerlo porque sólo se
oponía para seguirle mostrando a Santos que conservaba apoyos y porque,
lícitamente, suponía que la mayoría de los votos del 18 por ciento que optó por
el NO eran votos por él.
No hay una mayoría contra la paz y ése es un rasgo tremendo de la mentalidad de
los colombianos. Si se mira la historia de la humanidad habría que retroceder
al neolítico para encontrar legisladores cuya carrera incluía violar a muchos
niños y que ni siquiera resultaron vencedores en una guerra sino que
simplemente a la casta oligárquica le convenía premiarlos, y ahorrarse las
dificultades de aplicar la ley era una tentación irresistible para las gentes
de esa nación. La historia de Colombia desde los años setenta es la de la
búsqueda de la paz, pues Rojas Pinilla y el Frente Nacional habían reducido
drásticamente las guerrillas comunistas. Primero empezó Turbay, acosado por las
acusaciones de torturas en la BIM y las habladurías que lo relacionaban con la
corrupción y el narcotráfico. Siguió Betancur y tras él todos los gobiernos
hasta el de Uribe, cedieron cada vez más a las pretensiones de los criminales.
El triunfo de Uribe surgió de esa reacción ciudadana contra la tiranía del
hampa y sus desafueros. Parecía que las bandas narcoterroristas estaban
vencidas hacia 2010 y la disputa política ya no pasaba por ahí. Pero Uribe dejó
a Santos que volvió a la paz, erigiéndose en el jefe de los asesinos. Su
acuerdo fue reconocido por el uribismo y aplicado por el gobierno de Duque,
nadie debe sorprenderse de que Petro prometa más paz. La paz es lo mismo que
los crímenes, la renuncia a la ley. Es inevitable que haya asesinatos si los
asesinos tienen garantizado que obtendrán rédito de ellos. Colombia sólo está
en tránsito a ser como Venezuela, que está en tránsito a ser como Cuba. La
forma de conseguirlo es la paz.
La reciente masacre de nueve militares en el Catatumbo por el ELN dio lugar a
un «análisis» que divulga Acore, la
Asociación de Oficiales Retirados de las Fuerzas Militares, que agrupa
obviamente a los que han dirigido la lucha contra las guerrillas
narcocomunistas. Dicho documento es un canto a la paz. Si la asociación oficial
de los militares se permite algo así, ¿cómo será el resto del país?
El texto comienza afirmando que el ELN se equivoca cometiendo esas atrocidades,
como el atentado contra la Escuela General Santander, presuponiendo que los
jefes de la banda esperan llegar pronto a una negociación exitosa que les
brinde acceso a las mieles del poder. Pero eso no es así: cuanta más gente
maten, cuanto más miedo generen, mayor será su recompensa. Cuanto más se
mantengan lucrándose del narcotráfico, más podrán exigir a un gobierno. Queda
la impresión de que los líderes de los oficiales retirados tratan de orientar a
los jefes del ELN para que accedan a una jubilación relajada como la de los
afiliados de la asociación.
Ese documento increíble también pretende que el gobierno de Petro está
interesado en sacar adelante esa «reconciliación», cosa que no es cierta porque
sencillamente Petro es lo mismo que los jefes del ELN, un comunista que hace lo
que mandan desde Cuba, país cuyo régimen tiene poder en Colombia gracias a los
crímenes que le abren el camino a la paz y donde pudo haberse decidido la
masacre del Catatumbo. Las atrocidades convienen a los designios del gobierno y
del ELN porque ambos tienen el mismo fin, que es implantar el régimen
comunista, tal como tienen el mismo origen, que es el régimen cubano.
Se reprocha al ELN seguir con la lógica de «llegar fuerte a la mesa de
negociación», cosa que no se explica por qué no van a hacer: si no mataran
gente tampoco habría que negociar con ellos. Se atribuye esa lógica a una
posible división o al menos falta de cohesión en la banda, pero esos argumentos
tienen un fondo: los autores estiman que lo deseable es la negociación. ¿Son
cínicos o necios? ¿Es tan difícil ver que lo que alienta los crímenes es la
propuesta de negociación? Parece que los líderes de Acore quieren mostrarse
«constructivos» con el gobierno Petro, bien dispuestos hacia la paz.
Tras señalar que el gobierno no piensa desistir del proceso de paz, proponen
que se obligue al ELN a suscribir el Derecho Internacional Humanitario y que se
suspendan provisionalmente los diálogos. En resumen, aparte de algunos otros
reproches, el análisis de Acore pretende expresar una preocupación que los
lleva a afirmar: «… consideramos que la posición del gobierno debe
direccionarse a la evaluación seria y juiciosa de la continuidad de los
diálogos», y finalmente anuncian que seguirán vigilantes «para alertar o
contribuir con conceptos de valor en el diálogo nacional».
Ese apoyo a las negociaciones de paz por los oficiales retirados no es una
excepción, también el líder de los ganaderos y esposo de la senadora que
supuestamente encarnaba la oposición firme a Petro forma parte de una comisión
de diálogo con el ELN. Pero lo mismo pasa en todos los partidos, y si se
pensara en la proporción de ciudadanos partidarios de ser inflexibles en la
defensa de la ley y que reconocieran que la presidencia de Petro es
sencillamente el poder en manos de los terroristas, resultaría una minoría
irrisoria. Aunque ningún líder comunista consigue un gran respaldo popular,
como el que en su día tuvieron Fidel Castro o Hugo Chávez, la verdad es que no
hay resistencia a la tiranía porque ésta ya cuenta con una poblaciòn acobardada
y envilecida dispuesta a acomodarse.
2 comentarios:
la Paz, en Colombia, se reduce a pa$$$... simple, cada uno por su pedazo de torta.
Anónimo: no, el problema es que la gente aprueba que se premie a los criminales, nada que ver con que alguien haga negocio con eso. En ningún país de Europa, por ejemplo, se darían curules a asesinos, pero ¿cuántos colombianos se oponen a eso?
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