Por @ruiz_senior
Sin un sentido fijo de las palabras no es concebible ninguna verdad, y toda
concesión que se haga en este punto deja ver el triunfo de la propaganda. Las
palabras significan lo que dice el diccionario y no lo que a uno le puede
parecer. En esa confusión conceptual fue donde Petro encontró votos, gente que
no tiene fijos en la cabeza los sentidos de «comunismo», «Venezuela», «Palacio
de Justicia», «Pablo Escobar». Vamos a precisar algunos conceptos cual quijotes
lanzados a desfacer entuertos.
El áulico es el del palacio. Goethe era consejero áulico del duque de Weimar.
El doctor Behrens, de La montaña mágica,
era consejero áulico. Era una de las más altas dignidades. ¿Cómo llegó esta
palabra a significar en Colombia «vil adulador»? Puede ser que alguien
entendiera «favorito» y empezara a usarlo para denunciar los privilegios, y
otros supusieran que esos favoritos eran aduladores de un poderoso y
prefirieran denunciar el servilismo.
Más curiosa es la palabra pérfido,
que sólo quiere decir «desleal» pero que en todos los países de habla hispana
se asocia a un tipo de maldad especialmente ponzoñosa.
Muy de Colombia, sobre todo de Bogotá, es el uso de la palabra tenaz. ¿De qué modo llegó a reemplazar a
«tremendo» y se vuelve muletilla de complicidad con una polisemia muy variada?
Un crimen es tenaz, una provocación, una trayectoria vital dura, la crueldad,
el peligro. La gente es tenaz en ese uso impropio. «Tenaz» significa
«perseverante».
La heterodoxia, por llamarla de algún modo, del lenguaje de los colombianos
tiene mucho que ver, como señalaba Octavio Paz respecto de toda Hispanoamérica,
con las costumbres de la Contrarreforma religiosa que empezó en el siglo XVI.
Nada estaba por encima de la Iglesia tal como después nada estaba por encima
del gobierno o del partido, de ahí viene la expresión Roma locuta, causa finita, «habló Roma, se acabó la discusión». En
los países en los que se venció a la Iglesia empezaron a primar la razón y el
conocimiento. En el ámbito del lenguaje, esa hegemonía del clero genera
sumisión y desapego a la verdad. La profesión de fe permitía encubrir lo que de
verdad se estaba pensando. De ahí viene esa convicción de que las palabras no
son importantes, no cuesta nada suscribir cualquier cosa, todos aceptan sin
desasosiego que «paz» es un nombre tolerable para «negociaciones de paz» y
depués para «premio del crimen» y «triunfo de los criminales».
En ese sentido, casi todas las palabras con que un colombiano se refiere a los
políticos y figuras públicas narcocomunistas son términos legitimadores que
ellos han impuesto y que los demás interpretan con un sentido restringido. Es
algo arraigado en la tradición, ya en el Himno nacional se llama «el bien» al
bando de los insurrectos desleales y sanguinarios de hace doscientos años.
Entre los términos que más confusión dejan ver está ese curioso insulto de
“guerrillero” que se usa para describir a Petro a raíz de una bizarra denuncia
del muy bizarro Roy Barreras. Un guerrillero es el que toma parte en una
guerrilla y ésta es una guerra pequeña, con frecuencia la que hace un bando
débil contra otro más fuerte. Es una forma de actividad bélica tan legítima
como todas las demás. Sólo que se ha admitido el término guerrilla para designar a las FARC, el ELN y el M-19 porque son un bando
más débil contra el ejército, pasando por alto su ilegitimidad —al ser
portadores de una ideología criminal y del anhelo de despojar a los ciudadanos
de sus libertades y la clase de actividades a las que se dedican—. Guerrilla es
lo que soñaba Camilo Torres. Las componendas de los Santos Calderón y los
Samper y los López y García Márquez con el narcotráfico y la industria del
secuestro no se pueden describir como guerrilla sino como organización criminal
o mafia. Decirle «guerrillero» al malhechor Petro es usar un término que lo
legitima. A las bandas de asesinos comunistas de los años cincuenta sólo los
llamaban guerrilleros sus copartidarios, para los demás eran bandoleros o
chusmeros.
Otro caso muy curioso es el de «héroe», que ha llegado a significar «policía o
soldado asesinado». En Colombia no hay héroes sino corruptos, pero si visten
uniforme la muerte los hace héroes. Tal vez unos policías más vigilantes y
eficientes sean vistos como los pobres hombres que son y no alcancen la
dignidad de héroes, que les habría correspondido si se hubieran dejado matar. Y
si algo hace falta para enfrentarse a la tiranía de estilo nicaragüense que
viene es héroes que denuncien sus crímenes y desarmen sus falacias, porque con
esos piropos a las víctimas y esos insultos a Petro, que son lo que quiere oír,
no se va muy lejos en la tarea de advertir a la gente de la necesidad de
resistir.
En definitiva, el narcocomunismo es la persistencia del viejo orden y la vieja
dominación. Las palabras significan lo que quieren los medios hegemónicos,
cuyos dueños son los dueños del país. Sin una clase de personas capaces de
sobreponerse a ese lenguaje es imposible esperar que se lo pueda vencer porque
sus presupuestos ideológicos son obviedades para todos debido a que lo aceptan
en el lenguaje, como ocurría con «paz». La mayor parte de los presupuestos
ideológicos del gobierno de Petro los comparten casi todos los que votaron por
otros candidatos, y el que lo dude puede pensar en cuántos están indignados con
la «acción de tutela», o con que los militares no puedan votar, o con que se
gaste una parte enorme del presupuesto en universidades en las que sólo se
preparan futuros militantes narcocomunistas. Ya dice el dicho que «lo malo de
la rosca es no estar en ella», lo malo de los funcionarios inútiles que se
pensionan antes de los cincuenta años y sólo tienen que firmar el cheque de la
nómina o a veces hacer propaganda del gobierno desde los computadores de alguna
entidad, es no contarse entre ellos. Y así esos tiranos aniquiladores que hoy
están en el poder tienen seguro el triunfo.
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