Si algo es definitivamente el fracaso más rotundo de una sociedad es la absoluta incapacidad de sus miembros de hacer frente a los hechos reales. Por eso la mayor amenaza para la Colombia del futuro es la certeza de muchos ingenuos y muchos frívolos de que la guerrilla es un fenómeno delincuencial que no obedece a sectores sociales poderosos y a un programa muy definido de esclavización de la gente humilde. El bando terrorista, la minoría que cuando se hurga un poco en sus características es exactamente la misma casta que oprime al país desde el siglo XVI, está feliz de desentenderse de cualquier responsabilidad, de que se negocie el conflicto como una cosa ajena que ella contribuye a arreglar. Y el país necesita darse cuenta de la magnitud de la amenaza, pues en realidad la mística del terrorismo sigue predominando aun entre los supuestos desmovilizados. Ayer salía un antiguo dirigente del M-19 en El Tiempo proclamando la elevada intención de los crímenes que cometieron en su día, y ciertamente los corazones bondadosos de la blogosfera colombiana no dirán nada: curiosamente promueven a ese partido o al que creó las FARC y las sigue aplaudiendo, representado hoy en día por el gran Cagadi.
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