Últimamente arrecia la campaña de los liberalizadores de las drogas, ofreciendo la solución mágica y perfecta que acabaría con ese negocio como quien rompe un nudo gordiano. Claro que esa solución no va a llevarse a la práctica en este siglo, y todo el que se detenga a pensarlo lo entiende, pero ¡es tan eficaz para que Colombia se considere víctima del negocio que durante tanto tiempo ha albergado y tolerado! Tal vez para los países consumidores el fin de la prohibición tuviera ventajas, para Colombia no: los negocios que esperan para reemplazar el narcotráfico son aún más espantosos y puede que más rentables. Y sobre todo contarían con la misma benevolencia de quienes quieren aliarse con los narcotraficantes contra EE UU, de quienes, para usar una expresión famosa, entre la indignidad y la guerra escogen la indignidad, y tendrán la guerra durante mucho más tiempo. No es propiamente grato para mí volver sobre ese tema, pero a fuerza de callar se termina otorgando.
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