Por @Ruiz_senior
La última encuesta publicada sobre aceptación del gobierno y sus políticas muestra una notoria recuperación de la imagen del presidente Santos gracias a la promesa de la "paz". En esa percepción coinciden casi todos los comentaristas serios, en que a la gente la consiguieron ilusionar con el fin de la violencia. Y lo que ocurrió fue que se volvieron entusiastas del premio del crimen.
Si la política no tuviera las implicaciones morales que tiene, si fuera un puro juego de habilidad, habría que reconocerle grandes méritos al señor Santos. Acertó plenamente al apostar por una claudicación de los colombianos, lo que le permitió gobernar para los terroristas, poniendo así de su parte a los grandes poderes de la prensa, los sindicatos, las universidades, el progresismo internacional, incluido el gobierno estadounidense, los gobiernos de la región, etc. Y eso sin echarse en contra a la mayoría, que fácilmente terminó embaucada por otra ilusión de reposo al precio de someterse a quienes la secuestran y masacran.
Todavía hay gente que duda de que Colombia es otro régimen bolivariano, con una retórica más sinuosa y taimada, pero con absoluta obediencia a los estrategos cubanos. Pronto se desengañarán, también en las urnas en 2014, cuando los colombianos que prefieren el premio del crimen a la aplicación de las leyes serán mayoría.
Esa disposición de los colombianos es una de las cosas más misteriosas que puede haber para una persona que vive fuera, y bastaría para explicar el atraso, la miseria y la violencia. Es decir, para explicar la esencia de la cultura local. Parece que la Inquisición de la época colonial acostumbró a la gente a confundir la noción de culpa con la de castigo, de modo que si alguien es perseguido resulta culpable, como ocurrió con Andrés Felipe Arias, mientras que si alguien consigue librarse del castigo, por abrumadoras que sean las pruebas, resulta inocente, como el asesino múltiple Sigifredo López.
La desmoralización y ruina que vienen, similares a las de los demás países andinos, son la obra de esa mayoría, a la que Santos ha sabido complacer. Y es comprensible que la emigración sea muy dura para los descontentos, pero dentro de Colombia sólo habrá una opresión creciente y una orgía de sangre parecida a la que tendrá Venezuela cuando intente librarse del chavismo.
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