12 dic 2012

Educar contra la corrupción


Por @Ruiz_senior

Me impresionó leer hace poco en Twitter a alguien que proponía educar a los jóvenes contra la corrupción. Parecía la ocurrencia de algún novelista que quisiera retratar la mentalidad colombiana. La idea es ¡tan expresiva! 

Por ejemplo, ¿qué es la corrupción? Es la noción perfecta para Colombia, un enemigo indefinible sobre el que cada cual tiene una idea que no necesita contrastar con nada. ¡Le parece tan claro lo que es! La noción generalizada es que todos los problemas del país son el resultado de la acción de los corruptos, a tal punto que según un "periodista" que tiene más de un millón de seguidores en Twitter se le da demasiada importancia al terrorismo.
Es un horizonte perfecto. ¿Alguien recuerda al primer partidario de la corrupción? Yo no puedo siquiera imaginármelo. Al contrario: cuanto más vocifera contra la corrupción más sospechoso es un candidato de estar pensando en enriquecerse ilícitamente en cuanto llegue al puesto. Cuanto más propensa es una persona a secundar las diatribas de Pirry o de Gustavo Bolívar, más probable es que votará por algún ladrón.

De modo que no queda otro remedio que atender al diccionario.
1. f. Acción y efecto de corromper. 2. f. Alteración o vicio en un libro o escrito. 3. f. Vicio o abuso introducido en las cosas no materiales. Corrupción de costumbres, de voces. 4. f. Der. En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores. 5. f. ant. diarrea.
Pero en honor a la verdad la misma palabra en su acepción 4 sufre de corrupción, en el sentido de la acepción 3. Llamar "corrupción" al hecho de que los funcionarios roben es corrupción del lenguaje, porque atendiendo al sentido de corromper (2. tr. Echar a perder, depravar, dañar, pudrir) habría que suponer que tales organizaciones o tales gestores fueron alguna vez decentes y correctos, cosa que no se puede creer. ¿O cómo creen que era la conducta de los funcionarios en la época colonial, cuando los cargos públicos se compraban?, ¿o en el siglo XIX, trastornado sin cesar por guerras de tinterillos que cometían cuanta atrocidad sea concebible para ocupar los cargos públicos, fuente única de las rentas interesantes?

En términos generales, la mayoría de la gente vive soñando con alguna solución mágica a la pobreza (el escritor venezolano Ibsen Martínez señalaba que el tránsito al bienestar gracias al amor era el argumento de TODAS las telenovelas de la región), de modo que los desfalcos de los funcionarios les generan una tremenda indignación por la envidia que despiertan. Si se comparara todo lo que se pierde por las corruptelas resultaría una parte ínfima de la cantidad que se paga en Colombia por pensiones que no se pagarían en los países ricos (por mencionar sólo una peculiaridad graciosa, no hablemos de los sueldos de los altos funcionarios o del gasto en "educación" "superior"), cosa que nunca ha generado descontento.

En la imaginación de la inmensa mayoría de los colombianos los "corruptos" son aquellos que favorecen a sus familiares y amigos para hacer negocios. La barrera entre el Estado, cuyos recursos son comunes, y las empresas, cuyos recursos son particulares, no le interesa prácticamente a ninguno: todos culpan de todo a los corruptos, pero, insisto, ¿es que no favorecerían si pudieran a sus parientes y amigos? La causa del atraso y la pobreza del país les parece a casi todos la exacción de los políticos ladrones, y a ninguno le preocupa que el país no exporte prácticamente nada que tenga valor añadido ni tenga ninguna empresa industrial destacada siquiera a nivel regional ni ciertamente desarrolle patentes ni nada parecido.

Es decir, la corrupción es la causa de todos los males, pero aquello que podría remediarla, que es la apertura de vías a la prosperidad privada productiva, no le interesa a nadie. Los males vienen a reducirse a que quienes pueden robar sean otros, en un círculo vicioso para el que no se ve salida, ni se desea ver: a fin de cuentas el odio a los corruptos sólo sirve para mejorar por un instante el amor propio del odiador, convertido de repente en adalid de la moralidad gracias a que no puede robar.

¡Pues la idea de la educación como remedio forma parte de la misma ideología y del mismo círculo vicioso! ¿Qué es lo que en Sudamérica se llama "educación"? La persona que supone que la corrupción se va a remediar si en los colegios se sueltan sermones contra las prácticas ilícitas parece olvidar que todos los políticos ladrones proceden de las "universidades" más prestigiosas y caras del país y son el paradigma de triunfadores salidos de esas universidades. Las corruptelas políticas no responden a la falta de educación sino que al parecer son su fruto.

¿Qué es educación? También parece que todo el mundo lo supiera, pero cuando uno está fuera del medio colombiano resulta fascinante la confusión. La educación no consiste, como se pensaría, en la transmisión de destrezas y conocimientos, sino sólo de opiniones y certificaciones oficiales de reconocimiento

Por ejemplo, en este cuadro se ve una evaluación entre niños de 4.º de primaria en 48 países, en la que Colombia ocupa el puesto 46. ¿Qué importa que no se aprenda nada, si de lo que se trata es de disfrutar de un derecho? Ese derecho consiste en que la persona que consigue disfrutarlo (no todos, pues los recursos comunes se gastan en financiarles el bienestar a los docentes y a los beneficiarios, una minoría de la población en el caso de las universidades) se puede llamar "profesional", "filólogo", "filósofo", etcétera. Ciertamente no hay ninguna filosofía ni ninguna filología, pensar en un filósofo colombiano es como pensar en un gato canino, una contradicción en los términos (el único que se aproximaba a esa noción, el ultramontano Gómez Dávila, no tenía estudios "superiores"), pero no faltaría más sino complicarse la vida con esas cosas.

¡La educación ofrece el remedio!: el filólogo, el antropólogo, el psicólogo, el sociólogo, el arqueólogo, el filósofo, el jurista, el periodista, el historiador, el literato, el graduado en artes plásticas, el cineasta, etcétera, no suelen hacer nada que tenga que ver con lo que han estudiado, pero ¡siempre se vuelven docentes universitarios! ¿Qué enseñan? Obvio, aquello que no pudieron aprender. Ya señalaba en una ocasión que los educandos colombianos tienen que leer clásicos en idiomas extranjeros y novelas de altísima complejidad intelectual mientras que sus profesores no pueden decir una frase completa sin grandes disparates gramaticales. ¿Quién les podría explicar que no se puede enseñar lo que no se sabe? Un profesor universitario me dijo hace varias décadas (yo era un adolescente) que una de las claves para enseñar era no saber.

Los robos de los funcionarios se dan en todos los países, y seguro que Colombia no figuraría como uno de los peores casos. El impacto de esas prácticas no depende del odio que sientan los ciudadanos ante los administradores pícaros, sino del peso del Estado en la economía, no cambia mucho el robo cometido en comisiones que el que se comete, mucho mayor, en pensiones y prebendas legales y públicas. Lo que hace especial a Colombia es la pasión por la educación.

Esas ideas sobre la educación son la base del chavismo, que ya era una ideología hegemónica cuando el hermano mayor de Santos impuso a través de su banda de asesinos la constitución de 1991. Casi todos los grandes criminales de la historia reciente en la región son hijos de maestras y no hacen más que aplicar la educación que sus madres impartían.

No hay, en fin, ningún ámbito de la vida sudamericana en el que reine la peor corrupción tanto como en el de la educación.

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