6 mar 2013

El Fin

Por Luis Diego.

Catorce años de violaciones sistemáticas a las leyes venezolanas es lo que dejó la biografía de Hugo Chávez. Para él la ley no era más que un instrumento que debía ser usado según la conveniencia de su proyecto totalitario, y del proceso “revolucionario” que llamó “Socialismo del Siglo XXI” como plataforma para reemplazar la democracia por un sistema comunista, auspiciado y asesorado directamente por los hermanos Castro.

Con el secretismo ordenado por el régimen cubano, es casi imposible asegurar cuál fue la fecha exacta de la muerte de Chávez. Sus colaboradores temiendo no estar preparados para garantizar el continuismo del régimen, decidieron ocultar a Venezuela y al mundo la verdadera condición física del mandatario durante más de dos meses. La razón más obvia para esta actitud es el temor a perder el poder y sobre todo tener que ceder a un gobierno que restablezca la democracia y la división de poderes, otorgando al judicial la autonomía para poder iniciar inminentes investigaciones penales que terminarían enviando a la cárcel a la mayoría de los más cercanos al dictador.

Escándalos como el de PDVAL (miles de toneladas de alimentos importados podridos en los muelles al usar los contenedores durante meses para cobrar varias veces los mismos trámites de importación), la inseguridad desatada que desde el inicio del régimen ha dejado alrededor de doscientos mil muertos entre guerras de pandillas, atracos, secuestros y otras modalidades delictivas, el escándalo de Makled que dio un vistazo a la profunda infiltración del narcotráfico en el gobierno y en las fuerzas armadas, o el apoyo demostrado a la narcoguerrilla colombiana, son solo breves menciones del enorme expediente judicial que los chavistas necesitan desaparecer a toda costa.

Pero independientemente de si algún día se llegara a satisfacer un sentimiento de justicia o no en Venezuela, lo más preocupante es el legado social que dejó el régimen tras 14 años de adoctrinamiento intensivo, especialmente en las masas populares que para 1999 no tenían prácticamente una cultura política.

El odio de clases, el resentimiento social, la división entre familias y comunidades, y sobre todo la profundización de la idiosincrasia asistencialista basada en un Estado paternalista que mediante el suministro de subsidios y auxilios a las comunidades más pobres, logró mantener un apoyo electoral para el dictador con el fin de perpetuarlo en el poder bajo el disfraz de las elecciones democráticas.

Es difícil predecir lo que le espera a la Venezuela post Chávez. Probablemente funcionen las células armadas extremistas que el régimen ha venido preparando para disuadir a la oposición de aspirar seriamente al relevo del poder, o probablemente los chavistas más comprometidos en los delitos más serios decidan huir a tiempo y entregar el poder a la democracia. En todo caso resultará bastante difícil ver a Venezuela como un país listo para asumir un proceso de modernización social, industrial y económica que lo lleve a recuperar la relevancia regional perdida en las últimas décadas.

Con solo ver el programa opositor que presentó Henrique Capriles en las elecciones pasadas, el único que ha logrado sacar una votación considerable detrás de Chávez, podemos entender que en Venezuela no tiene ninguna oportunidad de triunfo electoral ni de ejecución un programa económicamente liberal y austero que enseñe a los venezolanos a incrementar la productividad y diversificar la economía para fundamentar un país sostenible y próspero. De hecho el único candidato que tenía una idea bastante cercana a eso fue Diego Arria, que no pudo ni con las primarias de la MUD. Está claro que el venezolano seguirá conformándose durante muchos años más con cualquier programa asistencialista que le garantice una renta o una economía controlada en la medida en que la torpeza o habilidad del gobierno de turno pueda mantenerla viable a corto o mediano plazo. Sobre todo porque en cierta medida todos los venezolanos reciben una migaja del robusto sistema de subsidios, llegando al punto de tener Venezuela el más deshonroso monumento a la burocracia impositiva: el subsidio a la gasolina que representa al mismo tiempo un mínimo respiro para el bolsillo del pobre que anda en motocicleta y un jugoso botín para el rico propietario de grandes vehículos derrochadores de combustible.

El chavismo no ha sido más que el extremismo frustrado de las viejas políticas de la llamada “IV República”, y el venezolano está culturalmente condicionado para asimilar que es allí donde debe moverse, solamente con cierta variación en la intensidad de las políticas asistencialistas según la persona se considere chavista o antichavista. En todos estos años, la mayor diferencia que he podido notar entre el chavista y el opositor es la afición por el estilo vulgar y grotesco del malandro uniformado y altanero chavista versus el desagrado y cierta vergüenza por dicho estilo en el antichavista. Pero los opositores que realmente están comprometidos con una concepción radicalmente diferente de lo que debería ser una Venezuela moderna, de libre mercado y amplias libertades, conforman una minoría bastante pequeña y sin ninguna opción de poder.

Para evaluar el papel de Chávez en la historia venezolana y calificar su paso por el poder, no me queda duda de que mientras disfrutó de bastantes años de la mayor bonanza petrolera que ha tenido el país en su historia, en cambio se convirtió en el catalizador de los peores vicios culturales del venezolano: la pereza, el conformismo, el resentimiento social, la xenofobia. Encontrar en el empresario, en el rico, en el blanco, en el extranjero, un chivo expiatorio para justificar su propio fracaso y su incomprensión del rol ciudadano en el mundo moderno, fue la mayor enseñanza que dejó el tiranuelo para la historia de su país.

Un triste legado para un pueblo que nunca pudo autodefinirsede una forma profunda y sólida, y que se debatió entre la simpleza de decir al extranjero “no hago un coño y qué, si para eso tengo el real del petróleo, para pagar sirvientas y obreros extranjeros” y el suspiro por imitar el estilo de vida del primer mundo sin adoptar esa cultura desde su raíz. Ahora solo le queda al venezolano vivir con la escasez de productos tan básicos como el papel higiénico y la harina de maíz, toda una caricatura tropical de lo que alguna vez llegaron a llamar la “Venezuela Saudita” para devenir en la “Palestina Latinoamericana“, un país sin industria, controlado por Cuba y gobernado por una clase política llena de criminales, corruptos e ineptos. Un país donde es muy difícil para el ciudadano conseguir un empleo, y mucho más difícil crear una empresa sin acudir al arrodillamiento ante el PSUV y sus funcionarios caprichosos y déspotas, mientras debe cuidar en las calles sus pocas pertenencias para no caer víctima de las balas de un revolucionario convencido de la redistribución de la riqueza, pistola en mano. Un “hombre nuevo” del Socialismo del Siglo XXI.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No me quiero imaginar la lora de la prensa con la muerte de Castro. Seguro van a proponer que lo canonicen.

@nacion_activa dijo...

muy completo tu ANALISIS, yo sumaria que ante semejante mal ejemplo, Dios ampare a Venezuela y el continente, de las milicias Bolivarianas, surgira una guerrilla en el vecino pais.

Solo imagina el complemento entre el GNT-FAR y los nuevos camaradas, Dios nos ayude.