Catorce años de violaciones sistemáticas a las leyes venezolanas es lo que dejó la biografía de Hugo Chávez. Para él la ley no era más que un instrumento que debía ser usado según la conveniencia de su proyecto totalitario, y del proceso “revolucionario” que llamó “Socialismo del Siglo XXI” como plataforma para reemplazar la democracia por un sistema comunista, auspiciado y asesorado directamente por los hermanos Castro.
Con el secretismo ordenado por el régimen cubano, es casi
imposible asegurar cuál fue la fecha exacta de la muerte de Chávez. Sus
colaboradores temiendo no estar preparados para garantizar el continuismo del
régimen, decidieron ocultar a Venezuela y al mundo la verdadera condición
física del mandatario durante más de dos meses. La razón más obvia para esta
actitud es el temor a perder el poder y sobre todo tener que ceder a un
gobierno que restablezca la democracia y la división de poderes, otorgando al
judicial la autonomía para poder iniciar inminentes investigaciones penales que
terminarían enviando a la cárcel a la mayoría de los más cercanos al dictador.
Escándalos como el de PDVAL (miles de toneladas de alimentos
importados podridos en los muelles al usar los contenedores durante meses para cobrar varias veces los mismos trámites de importación), la inseguridad desatada que
desde el inicio del régimen ha dejado alrededor de doscientos mil muertos entre
guerras de pandillas, atracos, secuestros y otras modalidades delictivas, el
escándalo de Makled que dio un vistazo a la profunda infiltración del
narcotráfico en el gobierno y en las fuerzas armadas, o el apoyo demostrado a
la narcoguerrilla colombiana, son solo breves menciones del enorme expediente
judicial que los chavistas necesitan desaparecer a toda costa.
Pero independientemente de si algún día se llegara a
satisfacer un sentimiento de justicia o no en Venezuela, lo más preocupante es
el legado social que dejó el régimen tras 14 años de adoctrinamiento intensivo,
especialmente en las masas populares que para 1999 no tenían prácticamente una
cultura política.
El odio de clases, el resentimiento social, la división
entre familias y comunidades, y sobre todo la profundización de la idiosincrasia
asistencialista basada en un Estado paternalista que mediante el suministro de
subsidios y auxilios a las comunidades más pobres, logró mantener un apoyo
electoral para el dictador con el fin de perpetuarlo en el poder bajo el
disfraz de las elecciones democráticas.
Es difícil predecir lo que le espera a la Venezuela post
Chávez. Probablemente funcionen las células armadas extremistas que el régimen
ha venido preparando para disuadir a la oposición de aspirar seriamente al
relevo del poder, o probablemente los chavistas más comprometidos en los delitos
más serios decidan huir a tiempo y entregar el poder a la democracia. En todo
caso resultará bastante difícil ver a Venezuela como un país listo para asumir
un proceso de modernización social, industrial y económica que lo lleve a
recuperar la relevancia regional perdida en las últimas décadas.
Con solo ver el programa opositor que presentó Henrique
Capriles en las elecciones pasadas, el único que ha logrado sacar una votación
considerable detrás de Chávez, podemos entender que en Venezuela no tiene
ninguna oportunidad de triunfo electoral ni de ejecución un programa
económicamente liberal y austero que enseñe a los venezolanos a incrementar la
productividad y diversificar la economía para fundamentar un país sostenible y
próspero. De hecho el único candidato que tenía una idea bastante cercana a eso
fue Diego Arria, que no pudo ni con las primarias de la MUD. Está claro que el
venezolano seguirá conformándose durante muchos años más con cualquier programa
asistencialista que le garantice una renta o una economía controlada en la
medida en que la torpeza o habilidad del gobierno de turno pueda mantenerla
viable a corto o mediano plazo. Sobre todo porque en cierta medida todos los venezolanos reciben una migaja del robusto sistema de subsidios, llegando al punto de tener Venezuela el más deshonroso monumento a la burocracia impositiva: el subsidio a la gasolina que representa al mismo tiempo un mínimo respiro para el bolsillo del pobre que anda en motocicleta y un jugoso botín para el rico propietario de grandes vehículos derrochadores de combustible.
El chavismo no ha sido más que el extremismo frustrado de
las viejas políticas de la llamada “IV República”, y el venezolano está
culturalmente condicionado para asimilar que es allí donde debe moverse,
solamente con cierta variación en la intensidad de las políticas
asistencialistas según la persona se considere chavista o antichavista. En
todos estos años, la mayor diferencia que he podido notar entre el chavista y
el opositor es la afición por el estilo vulgar y grotesco del malandro
uniformado y altanero chavista versus el desagrado y cierta vergüenza por dicho estilo en el antichavista.
Pero los opositores que realmente están comprometidos con una concepción
radicalmente diferente de lo que debería ser una Venezuela moderna, de libre
mercado y amplias libertades, conforman una minoría bastante pequeña y sin
ninguna opción de poder.
Para evaluar el papel de Chávez en la historia venezolana y
calificar su paso por el poder, no me queda duda de que mientras disfrutó de
bastantes años de la mayor bonanza petrolera que ha tenido el país en su
historia, en cambio se convirtió en el catalizador de los peores vicios
culturales del venezolano: la pereza, el conformismo, el resentimiento social,
la xenofobia. Encontrar en el empresario, en el rico, en el blanco, en el
extranjero, un chivo expiatorio para justificar su propio fracaso y su
incomprensión del rol ciudadano en el mundo moderno, fue la mayor enseñanza que
dejó el tiranuelo para la historia de su país.
Un triste legado para un pueblo que nunca pudo autodefinirsede una forma profunda y sólida, y que se debatió entre la simpleza de decir al
extranjero “no hago un coño y qué, si para eso tengo el real del petróleo, para
pagar sirvientas y obreros extranjeros” y el suspiro por imitar el estilo de
vida del primer mundo sin adoptar esa cultura desde su raíz. Ahora solo le
queda al venezolano vivir con la escasez de productos tan básicos como el papel
higiénico y la harina de maíz, toda una caricatura tropical de lo que alguna
vez llegaron a llamar la “Venezuela Saudita” para devenir en la “Palestina
Latinoamericana“, un país sin industria, controlado por Cuba y gobernado por
una clase política llena de criminales, corruptos e ineptos. Un país donde es
muy difícil para el ciudadano conseguir un empleo, y mucho más difícil crear una empresa sin
acudir al arrodillamiento ante el PSUV y sus funcionarios caprichosos y
déspotas, mientras debe cuidar en las calles sus pocas pertenencias para no
caer víctima de las balas de un revolucionario convencido de la redistribución
de la riqueza, pistola en mano. Un “hombre nuevo” del Socialismo del Siglo XXI.
2 comentarios:
No me quiero imaginar la lora de la prensa con la muerte de Castro. Seguro van a proponer que lo canonicen.
muy completo tu ANALISIS, yo sumaria que ante semejante mal ejemplo, Dios ampare a Venezuela y el continente, de las milicias Bolivarianas, surgira una guerrilla en el vecino pais.
Solo imagina el complemento entre el GNT-FAR y los nuevos camaradas, Dios nos ayude.
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