Tras más de una década vertiendo opiniones en foros, blogs y redes sociales, es inevitable sentir que uno se repite sin cesar, que todo lo que escriba ya lo decía hace muchos años y lo ha explicado de muchas maneras diferentes, y no obstante hay que repetirlo porque en ninguna parte aparece nadie que lo quiera refutar, a la vez que son poquísimos quienes lo comparten.
Lo que más repito porque más me parece importante y más difícil es de asimilar para los colombianos, es que las bandas terroristas no son más que fuerzas de choque de entidades diferentes, de redes de poder que en cierta medida vertebran la sociedad colombiana tradicional y definen al país.
Eso explica el interés de los descendientes de los altos dignatarios de la República Liberal y de sus populosas clientelas por conseguir que los gobiernos firmen la "paz" con las guerrillas, actuación que se emprende sin cesar, con presiones eternas de los mismos, desde hace más de treinta años, no desde el gobierno de Betancur sino ya desde la última etapa del de Turbay, con el previsible resultado de que cada negociación refuerza el poder de dichas bandas, que a finales de los setenta no tendrían más de un millar de hombres en armas.
Es decir, la guerrilla es parte de un bando de la sociedad, una facción dominante que siempre orienta el rumbo del Estado a punta de asesinatos y otros crímenes que fuerzan una negociación tras la que salen dotadas de más poder las clientelas de las mencionadas familias. Pero con un control tan efectivo, que la oposición que encuentran es dispersa, confusa, mezquina y sobre todo precaria e indolente en términos intelectuales.
Y como esa percepción es exacta para mí pero sorprendente para la inmensa mayoría de los colombianos, vuelvo a escribir fascinado con la ceguera ante la nueva fiebre de la "paz", que sólo es el efecto de una campaña de propaganda obsesiva de los medios que acompaña los asesinatos y extorsiones porque la persuasión eficaz es con palo y zanahoria.
Aparte, la fiebre tiene que ver con la caída de popularidad de Santos. Una presión obsesiva para convencer a la gente de que convertir a los asesinos en gobernantes y el supuesto alivio de suponer que por fin se va a acabar la violencia podrían recuperar la imagen del funesto presidente.
La violencia no se va a acabar por la sencilla razón de que el resultado de la negociación es la demostración de que "el crimen paga", como saben todos los colombianos sin que les interese hacer frente a esa fatalidad: tal como Angelino Garzón o Gustavo Petro llegaron a altas dignidades después de dirigir organizaciones de asesinos, Timochenko e Iván Márquez los sucederán y serán ejemplo para las nuevas hornadas de justicieros.
Pero sólo son los obreros de la industria de la muerte, en cuyas oficinas trabaja otra clase de gente que nunca es cuestionable para los colombianos, para quienes no importa la moralidad de lo que se hace sino la categoría del calzado que se puede comprar. Así se resume la moral del país. Por eso ¿cuántos entienden que un personaje como María Jimena Duzán es una criminal mucho más culpable que los pobres rústicos que obligan a alguien a estallar en una estación de policía con bombas pegadas a su cuerpo? Yo creo que se podrían contar con los dedos de una mano.
Es decir, nadie presta atención a esa dimensión del crimen, y hay que repetirlo, como lo expliqué antes. Esas personas de la gerencia de Murder Inc. empiezan en la universidad compitiendo por protagonismos y según su aptitud, su suerte o su determinación se relacionan con los miembros de las familias del poder. Después su vida pasa intrigando en cocteles, calumniando a quien les incomoda y siempre abriendo el camino a la negociación con que se obtiene el resultado de los asesinatos y demás crímenes que encargan.
Viven rodeados de lujos gracias a esas intrigas y a menudo consiguen que los pague directamente el Estado. La dama en cuestión fue cónsul en Barcelona gracias a la disposición de Pastrana de premiar a las FARC. Ocupaba una oficina en la calle más cara y lujosa de la ciudad y tenía hasta ¡agregada cultural!, que casualmente era una hija de Alfredo Molano, pues para eso son los crímenes, para conseguirle esa clase de puestos a la familia de los representantes bien situados.
De modo que el personaje es perfecto para hacer la propaganda del santismo, no en balde es columnista de una revista que reúne a lo mejor del país: el "colombiano por la paz" Vladdo, el proxeneta Samper Ospina, el asesino múltiple León Valencia, el dandi taurino Antonio Caballero, el socio de Pastor Perafán y multitud de columnistas en línea que son aún más audaces que los de planta.
Y como esa percepción es exacta para mí pero sorprendente para la inmensa mayoría de los colombianos, vuelvo a escribir fascinado con la ceguera ante la nueva fiebre de la "paz", que sólo es el efecto de una campaña de propaganda obsesiva de los medios que acompaña los asesinatos y extorsiones porque la persuasión eficaz es con palo y zanahoria.
Aparte, la fiebre tiene que ver con la caída de popularidad de Santos. Una presión obsesiva para convencer a la gente de que convertir a los asesinos en gobernantes y el supuesto alivio de suponer que por fin se va a acabar la violencia podrían recuperar la imagen del funesto presidente.
La violencia no se va a acabar por la sencilla razón de que el resultado de la negociación es la demostración de que "el crimen paga", como saben todos los colombianos sin que les interese hacer frente a esa fatalidad: tal como Angelino Garzón o Gustavo Petro llegaron a altas dignidades después de dirigir organizaciones de asesinos, Timochenko e Iván Márquez los sucederán y serán ejemplo para las nuevas hornadas de justicieros.
Pero sólo son los obreros de la industria de la muerte, en cuyas oficinas trabaja otra clase de gente que nunca es cuestionable para los colombianos, para quienes no importa la moralidad de lo que se hace sino la categoría del calzado que se puede comprar. Así se resume la moral del país. Por eso ¿cuántos entienden que un personaje como María Jimena Duzán es una criminal mucho más culpable que los pobres rústicos que obligan a alguien a estallar en una estación de policía con bombas pegadas a su cuerpo? Yo creo que se podrían contar con los dedos de una mano.
Es decir, nadie presta atención a esa dimensión del crimen, y hay que repetirlo, como lo expliqué antes. Esas personas de la gerencia de Murder Inc. empiezan en la universidad compitiendo por protagonismos y según su aptitud, su suerte o su determinación se relacionan con los miembros de las familias del poder. Después su vida pasa intrigando en cocteles, calumniando a quien les incomoda y siempre abriendo el camino a la negociación con que se obtiene el resultado de los asesinatos y demás crímenes que encargan.
Viven rodeados de lujos gracias a esas intrigas y a menudo consiguen que los pague directamente el Estado. La dama en cuestión fue cónsul en Barcelona gracias a la disposición de Pastrana de premiar a las FARC. Ocupaba una oficina en la calle más cara y lujosa de la ciudad y tenía hasta ¡agregada cultural!, que casualmente era una hija de Alfredo Molano, pues para eso son los crímenes, para conseguirle esa clase de puestos a la familia de los representantes bien situados.
De modo que el personaje es perfecto para hacer la propaganda del santismo, no en balde es columnista de una revista que reúne a lo mejor del país: el "colombiano por la paz" Vladdo, el proxeneta Samper Ospina, el asesino múltiple León Valencia, el dandi taurino Antonio Caballero, el socio de Pastor Perafán y multitud de columnistas en línea que son aún más audaces que los de planta.
"Por qué creo que la paz va a resultar"
Yo sé por qué: porque tiene el encargo de hacer propaganda a esa mentira monstruosa de llamar paz al acto de premiar los crímenes. ¿Va a resultar en términos de multiplicación del poder de su banda y de sus rentas? Por supuesto, sea que maten a diez mil este año o a medio millón, en todos los casos la expansión del poder terrorista y la exportación de cocaína han tenido una época dorada gracias a Santos.
Llegué a La Habana con el pesimismo que se refleja en las encuestas de opinión en torno al proceso de paz y me devolví cargada de un inusitado optimismo producto de lo que vi y escuché. Pero no solo me volví optimista. Llegué con la convicción de que en La Habana, al contrario del escepticismo que se respira en esos sondeos, va a haber paz.
Claro que va a haber paz y de hecho ya hay paz, sólo es imaginarse los tranquilos cálculos con que los lagartos que mandó Santos obtienen su parte de las toneladas de cocaína exportadas. Cualquiera que preste atención a la cantidad de bajas militares y civiles a manos de los terroristas de 2013 comparado con cualquiera de los últimos cinco años sabe que lo que llaman paz es sólo el retorno del poder terrorista. Pero en La Habana viven, como ella misma, rodeados de lujos y en amables conversaciones sobre negocios fabulosos.
Probablemente no habría llegado a esta conclusión si no hubiera logrado entrevistarme con las dos partes de la mesa, —es decir, con los delegados del gobierno y con los delegados de las Farc—, oportunidad que han tenido muy pocos periodistas. Esa posibilidad me permitió palpar una realidad muy diferente a la que se percibe en el país y echar abajo varias de las aseveraciones que se tienen por ciertas en Colombia en torno a lo que verdaderamente está sucediendo en La Habana.
Con toda certeza habría llegado a esa conclusión porque es su tarea, hacer propaganda de la negociación, tal como antes lo era concentrar el odio de los grupos parasitarios contra el gobierno de Uribe (¿nadie recuerda el "unanimismo", que era el clamor unánime de los medios terroristas contra la buena imagen de Uribe en las encuestas? ¿Y el dolor por los "falsos positivos"? La comparación entre ambos tipos de argumentos retrata a los colombianos como unas criaturas cuya inclusión en la humanidad es un abuso de la cortesía). "Las dos partes" son una misma parte pues el gobierno no fue elegido para premiar los crímenes sino para aplicar las leyes y los negociadores son sólo otros forajidos. ¿Alguien cree que tienen algún disgusto esos canallas?
Cuando llegué me asaltaban muchas dudas. La más grande era la de que me fuera a encontrar con unas FARC aferradas a sus inamovibles de antaño y a ese autismo que les impedía sintonizarse con el momento histórico que se les abría. Ese era el sabor que me había dejado un intercambio epistolar duro, pero directo que habíamos mantenido el año pasado Iván Márquez y yo. En ese cruce de cartas le pregunté si iban a reconocer a sus víctimas y no tuve respuesta. Di por sentado que las Farc seguían aferradas a la tesis cada vez más insostenible de que ellos no podían ser victimarios, porque se veían a sí mismos como víctimas de un terrorismo de Estado que los había impulsado a abrazar las armas.
¡Y maravillosamente los encontró razonables y respetables! Bueno, la respetabilidad es un sobreentendido: no es que usen personas bomba, mutilen a miles de niños y sigan matando soldados, sino que correspondan a las ridículas exigencias del público de esta asquerosa.
Por eso me sorprendió que Timochenko en la carta que le envió al presidente Santos la semana pasada, hubiera dado ese primer paso al anunciar que las Farc estaban dispuestas a “darle la cara a las víctimas”. Que yo recuerde, nunca antes las Farc habían reconocido que esta guerra infernal los había convertido de víctimas a victimarios y que sus atropellos habían causado un inmenso dolor en muchos colombianos que hasta hoy las repudian.
Típico: semejante gesto, en medio de la orgía de asesinatos, en medio de la infamia de su pretensión de destruir la democracia, dicen algo que le permite a esta propagandista ofrecerle buena conciencia a su público. Ya se avanzó, ya nos podemos reconciliar.
La carta desafortunadamente no tuvo el impacto que se merecía porque fue registrada como un acto de pugnacidad hacia Santos luego de que el presidente señaló a las Farc de despojadoras en una visita que hizo a San Vicente del Caguán. Eso dio pie para que en ciertos medios se dijera que el ambiente en La Habana estaba enrarecido y que el proceso pasaba por su peor momento, cosa que nunca sucedió. Si se lee cuidadosamente la carta, Timochenko hace dos anuncios muy importantes. El primero es que acepta por primera vez, desde que se iniciaron las negociaciones, que ha habido importantes avances en La Habana. El segundo, sin duda mucho más relevante, es que anuncia su disposición a “darle la cara las víctimas”.
Típico, de nuevo: la dulce experiencia de encontrar briznas de esperanza. El oficio de estos asesinos es mucho más despreciable que el de los rústicos que les proveen sus rentas.
Iván Márquez me confirmó esa misma aseveración en la entrevista que me concedió para SEMANA, en donde el jefe de la delegación de las Farc se atreve incluso a ir más lejos en los dos temas y revela que por un lado se han “construido dos o más cuartillas de acuerdos” con el gobierno y por el otro reconoce que en la guerra se cometen atropellos y propone una comisión para buscar a los soldados y policías que podrían haber muerto en cautiverio.
¡Van a buscar a los soldados y policías que han muerto en cautiverio! Hay que ver la nobleza de estos líderes para buscar la paz. No faltaría más sino la excelente noticia de que se han firmado quién sabe qué acuerdos que siempre son crímenes porque parten del supuesto de que un gobierno puede sentarse con una banda de asesinos a ver cómo se reparte el país con ellos.
El paso que han dado las Farc en materia del reconocimiento a sus víctimas es un avance mucho más importante que todas las cuartillas que se hayan podido escribir conjuntamente en el tema agrario entre el gobierno y las Farc. Con este anuncio me di cuenta, así para muchos sectores en el país nada de esto sea relevante, que esta guerrilla no es la misma del Caguán, ni de Tlaxcala; ni siquiera la misma que vimos en Oslo. El Iván Márquez que yo me encontré en La Habana no me habló como el guerrero que vimos en Noruega sino como un político. Y hay que reconocer, así nos cueste, que las Farc que están negociando en La Habana han empezado a entender que a la luz del derecho internacional ningún proceso de paz puede salir airoso si no se hace pensando en las víctimas.
Tras descubrir la esperanza, viene la ponderación: ¿cuál es el paso? Que ya no dicen que no han matado a nadie. Lo único más despreciable que semejante basura es la condición de la clase de gente que la cree. No son desalmados como esta asquerosa, que a fin de cuentas obtiene su fortuna y su protagonismo, sino cobardes y desalmados colombianos típicos que sueñan con ser como ella.
Y desde luego que los jefes de las FARC están pensando en las víctimas: en cuánto obtiene cada frente de extorsión, en cuántos soldados y policías matan, etc.
Es cierto que todavía hay muchas respuestas que nos deben las Farc: no nos han dicho la verdad sobre su responsabilidad en el atentado al Nogal, ni sobre su vinculación al narcotráfico, que todavía insisten en negar. Pero más allá de todas las verdades que nos deben, me vine con la impresión de que su decisión de abandonar las armas es irreversible y que han emprendido un viaje que no tiene vuelta atrás. “Ustedes creen que nosotros somos como las piedras, que no cambiamos, que no escuchamos y eso no es cierto”, me dijo Iván Márquez.
Claro que Iván Márquez piensa en abandonar las armas porque ya está en edad de jubilarse y debe de tener mucha envidia de su antiguo jefe Angelino Garzón, hoy vicepresidente, o de su antiguo émulo Gustavo Petro, hoy alcalde de Bogotá. Los crímenes seguirán porque ¿quién va a dejar un negocio como la cocaína o la extorsión? ¿A cuántos jefes de frente no los tentará tener a Iván Márquez trabajando por la paz como hizo el Partido Comunista cuando el ascenso de las FARC y el fracaso de la negociación de Betancur le complicó la cómoda tarea de dirigir los crímenes desde la legalidad? Los que van a dejar las armas hace tiempo que no las usan, ¿alguien se imagina un combate entre adolescentes e Iván Márquez?
Pero ¿cómo que "nos" deben? La trampa idiota de hacerse portavoz de la gente a la que manda matar es muestra del cinismo de ese asqueroso engendro de "periodista".
Me sorprendió también ver que en la delegación del gobierno no hay mayor signo de agotamiento a pesar de que muchos de ellos ya llevan un año en La Habana y de que a varios la tensión les ha ocasionado ciertos desarreglos en la salud, que intentan curar con jornadas de ejercicio vespertino luego de que se terminan las sesiones que van siempre de ocho de la mañana a dos de la tarde. Todos con los que hablé coincidieron en afirmar que las cosas iban mejor de lo que pensaban, así en público no lo digan y mantengan ese exagerado hermetismo que ha rodeado al proceso desde que comenzó.
La delegación del gobierno está feliz, es la forma de vida colombiana, coronar una carrera política o funcionarial con un encargo de alto nivel en el que es posible lucrarse copiosamente. ¿Quién les pidió que se reunieran a premiar los crímenes?
Pude darme cuenta también de algo que ha sido un elemento fundamental en todos los procesos de paz que han sido exitosos como el de Irlanda: las dos delegaciones han ido construyendo un respeto mutuo que no recuerdo haber visto ni en El Caguán ni en Tlaxcala. Eso de tener que verse cada semana las caras les ha permitido a las dos delegaciones ir creando un clima de confianza importante para disipar los más de 50 años de desconfianza que hay entre las Farc y el gobierno.
Claro, eso es lo principal, el respeto mutuo de unos lagartos despreciables y unos asesinos. Ese respeto mutuo ya estaba antes, como ocurre en todas las negociaciones entre mafiosos.
Pequeños detalles pueden convertirse en importantes en un proceso de paz si logran romper desconfianza. Por eso me pareció curioso que al jefe de la delegación del gobierno Humberto de la Calle, Iván Márquez le llame “doctor De la Calle” y que se refiera a él con una deferencia inusitada. “Es un hombre muy culto y respetable que conocí en Tlaxcala” me dijo Iván Márquez. Al alto comisionado para la paz Sergio Jaramillo, sin duda el hombre más duro y enigmático del gobierno en la mesa, encargado de ponerle presión a las Farc para que cumplan las fases que se acordaron, lo consideran un martirio puntilloso que han terminado por respetar. Luis Carlos Villegas ha empezado a cumplir un papel de pedagogo porque trae a la mesa toda suerte de cifras y de estudios sobre los indicativos del país, los cuales son confrontados con documentos presentados por las Farc, mientras que el general Mora, que habla poco, se ha ido convirtiendo en el personaje más respetado entre los delegados de las Farc.
Exacto: la medida justa de la respetabilidad de Humberto de La Calle es el juicio de Iván Márquez. La imagen del pedagogo con cifras para convencer a unos asesinos es un chiste indecente: las únicas cifras que pueden estar discutiendo esos canallas son las del negocio de la cocaína y la extorsión y las comisiones de los vendepatrias.
Sin embargo, esta frase que le logré sacar al alto comisionado para la paz, Sergio Jaramillo, me permitió medir realmente el ambiente que reina en la delegación de gobierno. “Estamos en esto para cerrar un acuerdo que conduzca a la terminación del conflicto. Y mientras ese acuerdo se construya a un ritmo razonable, que es lo que está pasando ahora, podrán hacer todo el ruido que quieran, aquí nos mantendremos optimistas. Los ingenuos son los que no ven las oportunidades en sus narices”.
Claro, ¿quién ha dicho que son ingenuos? Los funcionarios siempre tienen la tentación de aliarse con los criminales, no por ingenuos sino por sus rentas. Es exactamente el problema de cualquier oficio, cómo obtener rentas sin trabajar. En lugar de aplicar las leyes, se da poder a los asesinos y se hace uno su socio para lucrarse de eso. Fue lo que pasó con los gobiernos de Betancur, Barco, Gaviria, Samper y Pastrana. Cientos de funcionarios de origen "bipartidista" cuyas carreras pasaron a depender de la influencia que les pudieran aportar los terroristas, y que gracias a eso son hoy poderosos, como Juan Camilo Restrepo y muchísimos otros.
Otro hecho que me da muy buen pálpito es que el apoyo dado por los gobiernos de izquierda más importantes de la región al proceso de paz en La Habana se ha traducido en una invitación a que las Farc abandonen la lucha armada y entren a la política. Rafael Correa, presidente del Ecuador, ha dicho que este es el momento oportuno para que las Farc depongan las armas y que si “alguna vez las Farc quisieron lograr justicia social por medio de la lucha armada en Colombia, pues ese objetivo se perdió”. El propio Chávez en una de sus últimas declaraciones, el 5 de octubre de 2012, afirmó que su aspiración era “ver a las Farc sumándose a un proceso político sin armas” y el presidente de Bolivia, Evo Morales, dijo algo similar en diciembre del año pasado al indicar que las Farc “tienen que cambiar las balas por votos”.
Esto ya es el colmo de la desfachatez: ¡claro que los gobiernos que deben su poder a las FARC y sus industrias criminales, como el venezolano y el ecuatoriano, buscan que la banda quede impune y poderosa! El tanto a favor que se apunta esta asquerosa es sólo una muestra del desprecio que tiene que sentir por los lambones que la leen.
Una cosa es que los que no creemos en la lucha armada le digamos a las Farc que es hora de abandonar las armas y otra muy distinta es que se lo digan los presidentes de izquierda que ellos admiran y que sin embargo han llegado al poder por las urnas.
Pero ¿cómo que no cree en la lucha armada si está optimista porque los asesinatos, las mutilaciones, los secuestros y demás labores de la "lucha armada" permiten a esos canallas reunirse con sus émulos del gobierno? Tanta desfachatez describe a esta asquerosa como alguien mucho peor que los que ordenan los crímenes (los que los cometen son más bien otras víctimas).
Solo dos cosas pueden frenar la paz en La Habana. Y las dos no tienen que ver con lo que pase en la isla sino con lo que ocurre en Colombia. Una es el proceso electoral, como bien lo advirtió Enrique Santos Calderón cuando afirmó que el presidente tendría que reelegirse porque de lo contrario no habría garantías para que el proceso pudiera concluir felizmente. La otra, es que se firme la paz pero que el acuerdo no termine contando con el apoyo de los colombianos, como sucedió en Guatemala. Ese país se demoró tres años entre la firma del acuerdo y el referendo constitucional que se hizo con el propósito de que el pueblo ratificara el acuerdo de paz firmado. ¿Y saben qué pasó? Que solamente votó el 17 por ciento de la población y el referendo no pasó el umbral.
Tiene gracia que el hermano mayor de Santos, que es el verdadero jefe de las FARC y las demás bandas, pretenda usar el chantaje de la continuidad de la negociación para buscar la reelección de su hermano. Parece que por la caída de popularidad tendrán que apresurarse a firmar cualquier cosa este mismo año. Y respecto a la aprobación ciudadana, la conseguirán a punta de masacres, tal como hicieron para hacer aceptar la Constitución de 1991 a punta de carros bomba.
Para conjurar esos peligros al presidente Santos le va a tocar decidirse si se echa al hombro el proceso y lo defiende de cara a las elecciones o si lo mantiene escondido dándole el trato de proceso vergonzante como hasta ahora lo ha hecho. En La Habana, más que los actos de la guerra que se asumen como parte del marco de la negociación que se pactó, lo que más afecta son los bandazos sin explicación del presidente cada vez que se publica una encuesta adversa. Un día sale y dice que si el proceso de paz no avanza se levanta de la mesa y al otro le dice al periódico francés Le Figaro lo contrario. Por un lado le exige a las Farc que le den la cara a las víctimas, pero por el otro permite que el Estado desconozca a los desaparecidos del Palacio de Justicia.
Ahora es la presión a Santos para que ayude en todas las tramas terroristas: la infame persecución contra Plazas Vega, el artículo de este engendro y los asesinatos de la tropa son una misma tarea de la misma banda, que los colombianos no ven relacionados porque sólo miran la marca del calzado.
En este ir y venir se le ha olvidado recordarle a los colombianos las inmensas ventajas que se derivan de si se firma la paz en La Habana. Una Colombia con las Farc haciendo política le conviene a todos los colombianos, incluidos sus enemigos políticos. Y los más contentos si se firma la paz van a ser los grandes empresarios. Eso me lo recordó el propio Iván Márquez cuando me dijo que el país “había podido llegar al millón de barriles en diciembre, cifra que nunca había alcanzado, porque impusimos la tregua unilateral”. Cierto o mentira, la realidad es que un país sin las Farc poniendo bombas y asesinando a concejales es mejor que uno en constante guerra.
Eso es una amenaza directa: en todos los países se podría pensar en dar rentas elevadas a los asesinos y ladrones porque se ahorraría el gasto en policía. La monstruosidad de esa idea sólo muestra la monstruosidad que son los colombianos, seres capaces de dejarse seducir por "argumentos" semejantes. Y ya se ha hecho la paz muchas veces y el resultado lógico es que se multipliquen los crímenes: ¿por qué no va a reclutar el ELN a las "bacrim" para explotar el narcotráfico y buscar la paz? La negociación es el objeto de los asesinatos de las FARC, promoverla es formar parte del mismo negocio.
Si alguna certidumbre me dejó esa semana que estuve en La Habana es que lo que allí se está definiendo no es si las Farc van o no a dejar las armas, sino cómo y cuándo. Y en eso todavía no hay ningún acuerdo. Pero hasta en eso soy optimista porque si eso es lo que le falta al proceso, mi percepción es que los gestos que hasta ahora han dado las Farc al admitir que van a darle la cara a la víctimas y que no se levantarán hasta que no haya un acuerdo final de la mesa en La Habana son un muy buen augurio para cualquier posibilidad de acuerdos futuros. Pero además, una guerrilla que fue capaz de seguir adelante con las negociaciones de paz, luego de que Alfonso Cano su jefe máximo fue abatido por el Ejército, no creo que ya se vaya a parar de la mesa ni mucho menos que no esté en La Habana dispuesta a jugársela toda.
¡Claro que no se va a parar de la mesa! ¿Puede haber algo mejor para unos terroristas que obrar legalmente? La extorsión es un negocio que avanza. Los militares viven continuamente perseguidos por los jueces, la posibilidad de sobornar a los que no desistan de luchar es altísima. Lo fascinante es que semejantes mentiras tengan público. De lo que se trata es de que un gobierno desleal con sus votantes se alía con los criminales y se dedica a buscar la forma de gobernar aliado con ellos y de ayudarles a extorsionar, a matar soldados y a exportar cocaína. La negociación durará lo que le convenga a Santos, si puede usarla para la reelección se mantendrá, si se ve mucho descontento saldrán con su monstruosidad firmada unas semanas antes de que se otorgue el Nobel de la Paz, que le aseguraría la reelección. El problema es si por entonces Iván Márquez seguirá relacionado directamente con la exportación de cocaína o si se la dejará a los herederos.
Si Santos logra sacar adelante este proceso, le da la dignidad que amerita y consigue que se firme el acuerdo a mediados de este año, hasta yo, que no voté por él, pondría mi voto para que fuera reelecto.
Se dice "reelegido", como corregido, elegido, colegido, regido, etc. Estos intelectuales sólo lo son en un medio miserable y mezquino en el que los asesinos se defienden con sofismas tan toscos como los de esta asquerosa y encuentran quien les crea. Todo lo que importa de la llamada "paz", que es el hecho de que al negociar las leyes con bandas criminales se suprime la democracia y se convierten los asesinatos, mutilaciones y secuestros en fuente de derecho, resulta sobreentendido, como en toda la propaganda criminal de este gobierno.
Si Santos consigue hacer tragar a los colombianos su alianza con los asesinos esta asquerosa será embajadora, por lo menos, y podrá intrigar con ropa más cara con sus amigos asesinos para repartirse el país.
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