Por Jaime Castro Ramírez
En la democracia representativa se requiere de sensatez y ponderación en las decisiones políticas, pues quien toma tales decisiones actúa en representación del pueblo que lo eligió, valga decir, en nombre de la sociedad que le confirió tal poder. La responsabilidad del gobernante es entonces de mayúsculas proporciones si se trata de actuar en nombre y representación de tantas voluntades ciudadanas que le han encomendado la custodia del mayor legado de organización social, y también de organización política del Estado, que es la democracia.
Lo que la democracia colombiana no puede hacer
Existen circunstancias desafortunadas para los pueblos democráticos. El 5 de Abril de 2013 estaba planeada una reunión de embajadores en el Consejo Permanente de la OEA en Washington, y en ese escenario estaba también previsto que hablaría el presidente de la república de Paraguay, Federico Franco. Pues resulta que al llegar al recinto se encontró con una especie de saboteo propiciado por el gobierno de Venezuela cuyo resultado fue varias sillas vacías, y en consecuencia le tocó hablar ante un disminuido auditorio.
Lo grave para Colombia es que su gobierno se haya prestado a tomar la infortunada decisión de participar de dicho saboteo a una democracia. Primero que todo habría que recordarle al gobierno de Colombia que Paraguay es un país democrático respetable, que exige respeto, como debe ser en Colombia…
Antecedentes
El presidente Federico Franco en visita a España y participando en un foro en Madrid, dio unas declaraciones donde se refirió en forma vehemente, y en defensa de su patria, a Hugo Chávez, expresando que el exmandatario venezolano le hizo mucho daño a Paraguay protegiendo a guerrilleros del ‘Ejército paraguayo del pueblo’, y en tal condición lo responsabilizó de la violencia convertida en muertes y secuestros que ese grupo ilegal ha causado en su país.
Ante esta manifestación legítima de Franco en protesta por la injerencia de Chávez en asuntos internos de Paraguay que desestabiliza su democracia (obligación de un presidente de la república cumplir el juramento de defender la patria, la soberanía nacional y la democracia), el gobierno de Venezuela solicitó a los países de UNASUR y la CELAC que no asistieran a la exposición que el presidente Franco haría ante la OEA, lo cual generó las ausencias de los embajadores. Allí se reflejó también el talante del gobierno colombiano y su ‘nueva diplomacia’ participando en esa vergonzosa confabulación antidemocrática; pero peor aún, cumpliendo órdenes dictatoriales. En este caso se confirma por parte del gobierno colombiano una política que determina sus actos en función de ‘afinidades electivas’ perversas, pues Santos no fue elegido para compatibilizar la política colombiana con el chavismo, ni con el socialismo del siglo XXI. Goethe no hubiera sido un buen maestro de ‘afinidades electivas’ políticas, y menos de esta índole.
Este episodio dista mucho de la grande diplomacia que históricamente Colombia se preciaba de tener como bandera de presentación en el escenario internacional; pues por el contrario, para los demócratas lo que genera esta clase de actuación es una imagen de fisonomía diplomática repulsiva.
Qué infortunada coincidencia que a Colombia le haya ocurrido algo semejante respecto al mismo personaje Chávez que protegía en territorio venezolano y patrocinaba a los grupos ilegales colombianos, contribuyendo a la desestabilización de nuestro país y su democracia. Bueno, hay que decir que la diferencia sustancial con Paraguay es que el gobierno colombiano ‘actual’ aceptó ese grave irrespeto a nuestra patria con sumisión, indiferencia, debilidad, y rayando en la complicidad.
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