2 abr 2013

Reelección, precio de la paz

Por Jaime Castro Ramírez

La avaricia de poder rompe los límites de la sensatez política. La suerte de los intereses democráticos de la república no puede depender del interés político individual de un gobernante. Lo que se observa en el ambiente del tema de la negociación de la paz es que el gobierno terminará cediendo más allá de esa sensatez política con tal de firmar un acuerdo que le signifique grandes réditos políticos, dentro de los cuales están, en primer término la reelección presidencial, y en segundo lugar fortalecer eso que se consiguió seguramente a través de intrigas y audacias secretas y que se llama ‘postulación’ al Premio Nobel de la Paz.

La realidad de la paz

Un estadista no pone en riesgo la vocación democrática de la república.

La sociedad tiene que ser la destinataria directa del beneficio de la paz, pero una paz de equilibrio social, es decir, sin rendición de los derechos políticos y democráticos, pues esto simplemente consigue la paz de los grandes titulares en los medios de comunicación, pero esta no es la paz avalada con su significado filosófico. En Colombia puede resultar un remedo de paz si no se atienden los principios básicos de sensatez en la negociación.

Hay que reiterar que firmar ‘lo que sea’, con tal de lograr una reelección presidencial, con esto no se logrará la pacificación del país, pero sí se le puede hacer un enorme daño a la democracia. Las voces que apoyan la paz en la forma que se está negociando lo hacen en sentido genérico (todo el mundo queremos la paz), pero estos apoyos incondicionales no tienen la reflexión de análisis objetivo sobre el costo político, económico, social, institucional, y democrático, que puede representar para el país.

Presidente reelegido en base a una paz producto de la claudicación

En este escenario sería válido tener en cuenta aquello de que “cría cuervos y te sacarán los ojos”. Las FARC con poder político concedido por el gobierno, además del poder económico que también les concederá en esas 9 millones de hectáreas de tierra convertidas en zonas de ‘reserva campesina’ con autonomía administrativa, es decir, en una especie de repúblicas independientes, donde por exigencia de las FARC no podrá ir el ejército colombiano, mas el gran poder económico que ya tienen, se convertirán en el Caín de su benefactor, o dicho de otra forma, Santos terminará siendo víctima de su propio invento, por varias razones:

1. Reelegido irá a gobernar un país debilitado geopolíticamente y también institucionalmente como consecuencia de las concesiones otorgadas.

2. Las FARC se sentirán autores intelectuales de la reelección presidencial y le pasarán factura al presidente. Pero además tendrán derecho a sentirse muy fuertes políticamente ante quien actuó con debilidad frente a sus exigencias. Así lo considerarán: Un presidente débil. Más aun cuando Santos presiona firma de la paz con plazo máximo en noviembre de 2013, lo que ‘coincide’ con el plazo que él tiene para definir si presenta su nombre como candidato a la reelección, es decir que quiere tener este hecho en sus manos como bandera electoral, coyuntura que entienden muy bien las FARC y que obviamente aprovecharán para exigirle más y más concesiones… Esto demuestra que es un grave error político convertir la paz en mecanismo para promover la candidatura de reelección presidencial.

3. Será circunstancia de complejidad gobernar el país dividido geográficamente entre “reservas campesinas socialistas” (porque allí mandarán las FARC), y el resto del territorio. Además, esto creará focos de violencia no controlable en la medida en que en esas zonas de reservas no habrá ejército ni policía que impongan el orden.

4. En el congreso de la república las FARC se convertirán en recalcitrantes opositores del gobierno a través de las curules que les regalará (salvo que en el acuerdo firmado quede estipulado que harán parte de la componenda política que llaman ‘unidad nacional’).

5. Venezuela se convertirá en firme defensor de los intereses logrados por las FARC en la negociación de paz y continuará prestándoles su línea de apoyo encubierto (lo que Santos llamó colaboración de Chávez con la paz, lo que no dijo fue si se trata de colaboración con Colombia y su democracia, o seguramente con los intereses de las FARC).

6. El régimen venezolano ya tendrá entonces a sus camaradas de las FARC instalados directamente en la política colombiana, quienes desde la legalidad pueden intentar tareas de desestabilización.

7. Cuba tal vez aspire a cobrar el favor de la sede de las negociaciones de paz en el sentido de que Colombia se convierta en socio de Venezuela para mantener la economía de la isla, aparte de la enorme cuenta de cobro en dólares que pasará para pago en efectivo por manutención y alojamiento de las delegaciones durante todo el tiempo de tales negociaciones.

8. Puede llegar el momento en que la sociedad colombiana sentirá la decepción producto de la claudicación y le pedirá cuentas a Santos, cuentas que no dará, o porque ya no esté en el poder y le importará poco o nada lo que los colombianos digan, o simplemente porque acuda a la más fácil, decir que se ‘equivocó de buena fe’ (solo que sí logró su beneficio personal).

9. La gobernabilidad se puede convertir entonces en una enorme dificultad.

En conclusión, el gobierno debiera entender que es preferible una paz equilibrada, negociada decentemente, con criterio político patriótico, que una paz forzada y signada por el entreguismo facilista como herramienta para ganarse una reelección, pues esta maniobra es un error proverbial que le puede significar que los cuervos le saquen los ojos al autor de las concesiones, y lo más grave, por su intermedio, al pueblo colombiano, pues puede ser el inicio de la ‘gestación del socialismo del siglo XXI’, de lo cual Santos parece no darse cuenta, o tal vez sí lo sabe, solo que Colombia estaría frente a un engaño a través de una complicidad histórica. Shakespeare decía: “Temer lo peor, con frecuencia lo evita”.

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