Juan Manuel Santos fue elegido por más de 9 millones
de colombianos, más por el hecho de creer en su promesa de darle continuidad a
las políticas de su predecesor, que por haberlo identificado como un líder
político comprometido con la prosperidad de nuestro país. Quizás desde mucho
antes de posesionarse como presidente de Colombia él ya contaba con un plan
secreto en el que, de hacerse realidad su sueño de llegar a la Casa de Nariño
como primer mandatario, gobernaría con, por y para las FARC y el
castro-chavismo sin importarle dejar a millones de colombianos a merced del
crimen organizado internacional.
Resulta alarmante ver cómo pasa el tiempo mientras las
FARC avanzan sobre una Colombia entregada a la claudicación, se fortalecen, se
reagrupan, se rearman y trafican cocaína, mientras gracias a la complicidad de
la Unidad Nacional, perverso engendro de Santos, sus principales cabecillas
dirigen nuestro país por el sendero del fracaso. Mientras más concesiones
hay para estos bandidos y entre más se acerca la época de elecciones, que éstas
a su vez coinciden con una posible reelección del presidente, los ataques
terroristas y su largo etcétera de crímenes brutales aumentan para presionar a
la población civil para que nos rindamos y supliquemos por una solución rápida
al “conflicto”.
“Denles lo que quieran, incluso curules en el Congreso
sin haber tenido votación popular, con tal de que dejen de matar o de
perseguir, vacunar y secuestrar campesinos y terratenientes”, dicen
cómplicemente los más entusiastas a sabiendas de que este proceso tendrá a
futuro un costo enorme para el país, especialmente en vidas humanas. ¿O acaso
alguien duda de la relación directa que existe entre el cogobierno y el
incremento de los atentados terroristas y otros crímenes?
El secretismo y la intriga son dos estrategias muy
comunes entre los comunistas, ya que éstas suelen darles buenos resultados para
conseguir sus objetivos. Así, tal cual, ha manejado Santos el proceso de
negociación con los terroristas y es muy probable que de ahí haya surgido la “brillante”
idea de ayudarlos a fugar hacia Cuba, además de quererlos proteger, por
supuesto. Estando en Cuba la posibilidad de que se filtre información a los
medios es remota, condición perfecta para entregarles el país sin que nadie se
inmute ni mucho menos proteste ante semejante infamia.
Pero la indignación de saberlos fugados de la siempre cuestionada
justicia colombiana no llega solo hasta ahí. Si en Colombia hubiera respeto por
la ley y la justicia, de seguro las FARC jamás hubiesen llegado a hacer el daño
que han hecho a lo largo de todos estos años, y mucho menos hubiesen perdurado
por más de medio siglo atemorizando a los ciudadanos y sumiendo al país en el
atraso en que se encuentra. Lo más lógico es que estos bandidos pasen de la
selva a un estrado judicial, y luego de la sentencia, vayan a la cárcel por
representar un peligro para la sociedad y para que paguen por todos y cada
uno de los delitos que han cometido durante todas estas décadas. Sin embargo,
Colombia es sui generis y sucede todo lo contrario. Aquí los terroristas son
tratados como “eminencias” que ahora viven con todo tipo de lujos a los que
solo Fidel Castro, su familia y otros pocos han podido conocer en Cuba.
Resulta irónico que en una isla como Cuba, que en
pleno siglo XXI viven como en el siglo pasado, los terroristas colombianos de
línea marxista-leninista se den los lujos que escasamente un cubano pudiera
soñar tener. Allí los cabecillas de las FARC viven y son tratados como reyes y lo peor, como si
fueran merecedores de ese trato especial. Bueno, fue el régimen del castrismo
el que financió y promovió la creación del grupo terrorista en Colombia, así
que para éste, las FARC son sus niños consentidos y como tal deben ser
tratados. La complicidad y el cinismo de Santos repugnan, pero más fastidia el
silencio cómplice de los medios y de los entusiastas ante tremenda desfachatez
mientras aquí en Colombia las FARC continúan arremetiendo y cada vez con más
fortaleza, contra la población civil y la fuerza pública.
La otra cara de la moneda la encontramos en nuestros
militares, quienes mientras exponen sus vidas por defender a los ciudadanos
contra los bandidos, se mueren literalmente de hambre porque no les envían comida desde hace más de una semana. Resulta difícil creer que fuese Santos quien
dirigiera con tanto éxito al ejército antes de ser presidente y ahora los
mantenga bajo las más precarias condiciones imaginables, es decir,
prácticamente en el abandono. No sólo los deja morir de hambre sino que a los
soldados caídos en combate los deja tirados por más de tres días, tal como se
explica en este artículo. ¡Qué mal paga el presidente a quienes le sirven! Es
posible que algunos altos mandos del ejército hayan sucumbido ante el soborno
que Santos acostumbra, pero en lo que respecta a la tropa, la tiene muy descuidada.
¡Nuestros soldados no le importan!
La humillación al ejército colombianos no cesa, y si acaso
que alguien pensó que lo del sargento García fue un caso aislado, téngalo por
seguro de que se equivoca. El mismo proceso de paz lo plantea como tal, ya que
el propósito de las FARC y del castro-chavismo es destruir la institución para
ellos luego okuparlo. Santos solo se
dedica a complacer y proteger a las FARC, así que ya nos queda claro de qué
fuerzas armadas es jefe.
Al presidente Santos quiero decirle que no basta con
mandar a su propio hijo al ejército para mostrar su interés en la institución y
compromiso con la seguridad de los colombianos, pues todos sabemos que esa fue
otra de las muchas movidas estratégicas que utilizó para mejorar su imagen. Qué
bajo cae al usar a su propio hijo de pretexto para sus oscuros planes, y qué
mal ejemplo como padre le está dando. Muchos sabemos que el lancero Santos tampoco
se empapa de la vida militar, que tiene lujos y tratos especiales como ningún
soldado y que es custodiado por las fuerzas especiales del ejército, cuya labor
dista mucho de cuidar lanceritos mimados de papi. Pero mientras el hijo de
Santos duerme tranquilo en el Valle de los Lanceros, los hijos de muchas madres
y padres hoy se mueren de hambre en Ituango.
Bajo estas condiciones se desarrolla la claudicación
de Colombia y es ahora o nunca que debemos impedir la reelección de Juan Manuel
Santos y oponernos con seriedad a la claudicación.
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