Se están celebrando los cincuenta años de la publicación de Rayuela, la famosa novela de Julio Cortázar que "marcó toda una época" en la literatura en español. En la obra de ese autor esa época fue muy interesante porque marcó un cambio de rumbo hacia la identificación con cierta bohemia intelectual parisina que lo llevaría a participar en la rebelión de mayo de 1968 y a incurrir en diversas formas de legitimación del crimen en sus obras posteriores.
El Libro de Manuel fue publicado en 1974 y sin duda alentó a muchos de los miles de jóvenes que entonces se alistaban en los "Montoneros" y en el "Ejército Revolucionario del Pueblo", toda vez que los secuestros y asesinatos de banqueros resultaban sólo una corrección de la violencia que se ejercía a través del crédito, o de la negativa a proveerlo, según razonamientos muy socorridos por los comunistas y afines (como los jesuitas de la Teología de la Liberación) en todo el Tercer Mundo.
Pero en Rayuela se trataba de una especie de intelectual desadaptado que vive en el París del existencialismo en continuas búsquedas con su grupo multinacional, el "Club de la Serpiente", entre ingestas de drogas y recitales de jazz.
El ambiente descrito en la novela, la ciudad bohemia de finales de los años cincuenta, y el mismo grupo de intelectuales irreverentes y como "por encima" de los intereses y sueños de la gente ordinaria, hace recordar el "Grupo de Estudio de París", que es como se llamaba la entidad controlada por Saloth Sar, más conocido como Pol Pot, el creador de la guerrilla de los jemeres rojos, que llevaría a cabo el más atroz genocidio después de la Segunda Guerra Mundial, llevando a la muerte a más de una cuarta parte de la población de Camboya.
Hay una profunda relación entre la actitud de esos intelectuales y la materialización de sus sueños. También en Colombia la conjura terrorista empezó siendo una apuesta de patricios jóvenes y fantasiosos que en sus delirios de ingeniería social no vacilan en disponer de la vida o de los bienes de los demás, cuya vida les inspira un profundo desprecio (que no otro es el encanto que ofrecían las travesuras de Oliveira a los indigentes intelectualillos sudamericanos de su tiempo). Nadie debe creer que las atrocidades sólo las cometen los rústicos: el hermano de Carlos Pizarro es responsable de uno de los peores episodios: el de Tacueyó.
El segundo líder de los jemeres rojos era Khieu Samphan, cuyas dos hermanas se casaron con Pol Pot y con Ieng Sary, los otros dos dirigentes principales del movimiento. Todos ellos constituían la típica elite intelectual ajena al país que se puede encontrar en toda Hispanoamérica, más pretenciosa cuanto más atrasado y pobre sea el país, que era a fin de cuentas el caso de Camboya. El Club de la Serpiente de Rayuela es un modelo de esas elites. En Colombia esa clase de gente domina en especial el poder judicial y tiene sueños que en nada desmerecen de los de Pol Pot (como la genial idea de Rodolfo Arango, doctorado en Europa, de procesar y encarcelar a los causantes del "conflicto", que no son quienes ordenaron masacrar gente sino quienes dieron lugar con su codicia o antipatía a tales hechos).
Esa clase de damas con algún talento y relaciones con las elites de un país atrasado (como las esposas de Saloth Sar y Ieng Sary) son típicas de Colombia, y siempre me ha fascinado el contraste entre la monstruosidad de los crímenes que dirigen y el pretendido refinamiento que exhiben. He conocido a "princesas mamertas" de ese estilo de diferentes generaciones y puedo dar fe de que viven como ajenas a la violencia que promueven. Tal vez se creen sus propias mentiras, como las admiradoras de Piedad Córdoba.
El Libro de Manuel fue publicado en 1974 y sin duda alentó a muchos de los miles de jóvenes que entonces se alistaban en los "Montoneros" y en el "Ejército Revolucionario del Pueblo", toda vez que los secuestros y asesinatos de banqueros resultaban sólo una corrección de la violencia que se ejercía a través del crédito, o de la negativa a proveerlo, según razonamientos muy socorridos por los comunistas y afines (como los jesuitas de la Teología de la Liberación) en todo el Tercer Mundo.
Pero en Rayuela se trataba de una especie de intelectual desadaptado que vive en el París del existencialismo en continuas búsquedas con su grupo multinacional, el "Club de la Serpiente", entre ingestas de drogas y recitales de jazz.
El ambiente descrito en la novela, la ciudad bohemia de finales de los años cincuenta, y el mismo grupo de intelectuales irreverentes y como "por encima" de los intereses y sueños de la gente ordinaria, hace recordar el "Grupo de Estudio de París", que es como se llamaba la entidad controlada por Saloth Sar, más conocido como Pol Pot, el creador de la guerrilla de los jemeres rojos, que llevaría a cabo el más atroz genocidio después de la Segunda Guerra Mundial, llevando a la muerte a más de una cuarta parte de la población de Camboya.
Hay una profunda relación entre la actitud de esos intelectuales y la materialización de sus sueños. También en Colombia la conjura terrorista empezó siendo una apuesta de patricios jóvenes y fantasiosos que en sus delirios de ingeniería social no vacilan en disponer de la vida o de los bienes de los demás, cuya vida les inspira un profundo desprecio (que no otro es el encanto que ofrecían las travesuras de Oliveira a los indigentes intelectualillos sudamericanos de su tiempo). Nadie debe creer que las atrocidades sólo las cometen los rústicos: el hermano de Carlos Pizarro es responsable de uno de los peores episodios: el de Tacueyó.
El segundo líder de los jemeres rojos era Khieu Samphan, cuyas dos hermanas se casaron con Pol Pot y con Ieng Sary, los otros dos dirigentes principales del movimiento. Todos ellos constituían la típica elite intelectual ajena al país que se puede encontrar en toda Hispanoamérica, más pretenciosa cuanto más atrasado y pobre sea el país, que era a fin de cuentas el caso de Camboya. El Club de la Serpiente de Rayuela es un modelo de esas elites. En Colombia esa clase de gente domina en especial el poder judicial y tiene sueños que en nada desmerecen de los de Pol Pot (como la genial idea de Rodolfo Arango, doctorado en Europa, de procesar y encarcelar a los causantes del "conflicto", que no son quienes ordenaron masacrar gente sino quienes dieron lugar con su codicia o antipatía a tales hechos).
Esa clase de damas con algún talento y relaciones con las elites de un país atrasado (como las esposas de Saloth Sar y Ieng Sary) son típicas de Colombia, y siempre me ha fascinado el contraste entre la monstruosidad de los crímenes que dirigen y el pretendido refinamiento que exhiben. He conocido a "princesas mamertas" de ese estilo de diferentes generaciones y puedo dar fe de que viven como ajenas a la violencia que promueven. Tal vez se creen sus propias mentiras, como las admiradoras de Piedad Córdoba.
Esas elites no se enmiendan tras la derrota ni se arrepienten de sus crímenes. Ieng Sary, el concuñado de Pol Pot, fue detenido en 2007, treinta años después del genocidio, en una opulenta mansión que ocupaba en Phnom Penh, y se descubrió que tenía una cuenta con veinte millones de dólares en Hong Kong. Algún día se sabrá de qué modo los "académicos" que proveen falacias para las FARC y sus industrias de extorsión, tráfico de drogas y minería ilegal también acumulan grandes cantidades, una parte de las decenas de miles de millones de dólares, además de las que obtienen del Estado colombiano a través de las universidades.
(Bueno, la capacidad de hacer rentables esas cosas por parte de los teóricos del genocidio es fascinante: además de lo que le cobra a El Espectador por sus "reportajes", desvergonzada propaganda de las FARC, Alfredo Molano reconoce que viaja al Catatumbo por encargo de la Defensoría del Pueblo, para que haya idiotas que sigan creyendo que la guerrilla se enfrenta con el Estado, cuando sólo es una agencia ilegal que sirve a los dueños del Estado para despojar y oprimir a los demás: la esclavitud se refuerza periódicamente mediante la "paz".)
(Bueno, la capacidad de hacer rentables esas cosas por parte de los teóricos del genocidio es fascinante: además de lo que le cobra a El Espectador por sus "reportajes", desvergonzada propaganda de las FARC, Alfredo Molano reconoce que viaja al Catatumbo por encargo de la Defensoría del Pueblo, para que haya idiotas que sigan creyendo que la guerrilla se enfrenta con el Estado, cuando sólo es una agencia ilegal que sirve a los dueños del Estado para despojar y oprimir a los demás: la esclavitud se refuerza periódicamente mediante la "paz".)
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