Por @AdasOz
La pésima administración de
Gustavo Petro sigue pasándole factura a Bogotá y continúa estando en el ojo del
huracán de los organismos de control. Esta vez se trata del grave perjuicio que
le ha generado a la empresa Transmilenio S.A. la decisión de reducir las
tarifas, pese a que un estudio que la misma alcaldía contrató, recomendó no
hacerlo.
Como todo buen populista,
Petro toma decisiones con hambre y sed de votos, basándose en sus propios
intereses en lugar de velar por los de la comunidad que dice representar. El
estudio claramente advertía que las tarifas debían permanecer en el precio en
el que se encontraban, descartaban la propuesta del alcalde no sólo por ser
insostenible sino porque la medida podría ir contra la misma ley. Pese a esto,
el nefasto decreto se puso en marcha y a día de hoy ha generado un hueco fiscal de 46 mil millones de pesos.
La lógica y el éxito de todo
negocio es generar utilidades, las cuales se determinan por medio de una
sencilla operación matemática que consiste en restar los gastos y los costos de
los ingresos. Por lo tanto, una empresa que sea capaz de generar utilidades,
mantenerlas e incrementarlas en el transcurso del tiempo, es exitosa, eficiente
y autosuficiente. El caso contrario sucede cuando, luego de presentar una
tendencia constante en las utilidades, de repente éstas comienzan a decrecer
también de manera constante, como resultado de una mala decisión gerencial. Y
es precisamente lo que sucede con Transmilenio luego de haber entrado en
vigencia el Decreto Distrital 356 de 2012, convirtiendo a la empresa de
transporte masivo en una entidad ineficiente y por ende, poco rentable.
Recordemos que desde que
Petro fue elegido alcalde de Bogotá, se ha empeñado en hacerle la guerra a Transmilenio. Primero fueron las violentas asonadas contra los articulados y las estaciones (ver video), generándole al sistema millonarias pérdidas, y luego de forma menos escandalosa, reduciendo las tarifas para los usuarios.
Señores lectores, los subsidios no caen de los árboles ni se obtienen
por generación espontánea. Ni el Estado más rico con la economía más fuerte del
mundo podría sostener un esquema económico basado en subsidios por tiempo
prolongado, ya que tarde o temprano la economía se vendría a pique. Esos
subsidios en realidad surgen del dinero de los contribuyentes que podrían
estar destinados a mejorar la malla vial de la ciudad, a la construcción de
infraestructura, mejora o adecuación del espacio público, entre muchas otras
cosas que forman parte de una larga lista de pendientes en la capital.
Las preguntas que me hago son
las siguientes: ¿hasta cuándo vamos a tolerar los capitalinos estas pésimas administraciones?
¿Cuándo será que los bogotanos empezamos a pensar en el tipo de ciudad que
queremos y que nos merecemos y empezamos a exigir para que eso se cumpla? ¿Cuándo dejaremos de pensar en derrotar a alguien en las urnas y empezamos a construir
ciudad y cultura?
Estoy empezando a pensar que los bogotanos no sólo nos merecemos la caótica ciudad que hemos creado sino que también merecemos administraciones como la de Petro y las dos que lo precedieron.
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