Se acercan las fiestas navideñas y se reducen las visitas a los blogs y el interés por la política, por eso se me ha ocurrido invitar a los lectores y amigos a reflexionar durante estos días sobre la situación y lo que espera a Colombia en el año que comienza, tal vez el momento crucial de la historia del país porque si se toma el rumbo del chavismo ya no habrá modo de volver atrás y la catástrofe será segura: el atraso asegurado para medio siglo, por lo menos, como le ha ocurrido a Cuba, que podría ser más rica y desarrollada que Florida.
La única esperanza de impedirlo sería un triunfo del candidato uribista, o de alguien del conservatismo que surgiera en los próximos meses y consiguiera la unidad con el uribismo. Lo que pasa es que en mi opinión ese triunfo es casi imposible porque hace falta otra disposición para hacer frente al poder que controla la máquina de propaganda y el presupuesto, con el que ceba clientelas sin cesar (sobre todo la decisiva, la de la "educación", a la que acaba de regalarle cinco billones) y cuenta con toda clase de ayudas, como ahora el mismo embajador de Estados Unidos.
Es decir, la posibilidad de sacar a Santos depende de una estrategia muy eficaz, y en mi opinión lo que hace el uribismo, sobre todo su candidato, está basado en unas cuentas que no funcionan, y que casi aseguran el triunfo de Santos. Voy a comentar algunos aspectos de esa aritmética dudosa.
1. La falsa suma de la paz
Ya comenté en otra parte el lenguaje equívoco del candidato Zuluaga sobre la paz, creo que este tuit del expresidente Uribe resume la actitud del uribismo en la actualidad respecto a la negociación: "Diálogo y paz sí. Con cese total de actividades criminales". El cuento es una enorme falacia, pero al menos no tan atroz como el lema anterior "Paz sin impunidad", que hace creer a la gente que las FARC se están rindiendo y los ciudadanos pueden optar por castigar o por perdonar a la banda, con el gracioso resultado de que Santos sale reforzadísimo, pues parece que todo lo que falta para terminar un conflicto tan largo es que esos reticentes acepten una amnistía y quieran perdonar (a los demás colombianos les parece de lo más agradable reconciliarse, incluso honroso, toda vez que las víctimas del terrorismo son otros, y de ese modo la tal "paz" resulta claramente una alianza con los criminales en busca de alguna ventaja).
Digo que ese cuento de "negociemos pero dejan de delinquir" es falaz porque bastaría empezar a negociar para que las FARC se extinguieran: todas sus fuentes de financiación son ilegales. Si Uribe les ofreció una Constituyente en 2006 y no aceptaron, ¿cómo esperan que ahora acepten? No, no esperan que acepten, sino que parece que se les tendiera una mano. (Pero en realidad bastaría que ganaran las elecciones para que empezaran a ser generosos y a ganarse así a la mayoría de los políticos y personajes de clase media que aplaudieron la negociación, y siempre habría buena disposición a reconocer los "gestos de paz" que ahora tanto echan de menos). La oferta por otra parte tiene el sentido de evitar la calificación de "guerreristas" por los medios y atraer a esa mayoría de colombianos que aceptan la "paz" negociada. Si se acepta que no hay enemigos a la derecha, es decir, que nadie puede quitarle al uribismo los votos de los opuestos a la negociación, el cálculo parece sensato porque ampliaría el espectro de población que podría votar por Zuluaga. Pero no lo es.
Ya en otra ocasión expliqué que al aceptar los diálogos para complacer a la mayoría en realidad se legitima el proceso. La suma de pacifistas e intransigentes no se da, sino que el perfil del partido y el candidato se desdibuja y el resultado es que los posibles votantes se abstienen. Si además se tiene en cuenta la presión de los medios por hacer invisible al rival del gobierno, sencillamente no se mejora nada con quitarles el pretexto "guerrerista", por no hablar de lo poco serio que parece proponer negociar con unos criminales que con toda certeza dirán que no si no pueden financiarse con sus negocios tradicionales. La estrechez de miras y la indigencia intelectual les impiden ver que SIEMPRE que se empieza a negociar con terroristas se termina cediendo porque se ha renunciado en lo esencial, por no hablar de las presiones de toda la conjura incrustada en el Estado y hegemónica entre las clases altas.
La única esperanza de impedirlo sería un triunfo del candidato uribista, o de alguien del conservatismo que surgiera en los próximos meses y consiguiera la unidad con el uribismo. Lo que pasa es que en mi opinión ese triunfo es casi imposible porque hace falta otra disposición para hacer frente al poder que controla la máquina de propaganda y el presupuesto, con el que ceba clientelas sin cesar (sobre todo la decisiva, la de la "educación", a la que acaba de regalarle cinco billones) y cuenta con toda clase de ayudas, como ahora el mismo embajador de Estados Unidos.
Es decir, la posibilidad de sacar a Santos depende de una estrategia muy eficaz, y en mi opinión lo que hace el uribismo, sobre todo su candidato, está basado en unas cuentas que no funcionan, y que casi aseguran el triunfo de Santos. Voy a comentar algunos aspectos de esa aritmética dudosa.
1. La falsa suma de la paz
Ya comenté en otra parte el lenguaje equívoco del candidato Zuluaga sobre la paz, creo que este tuit del expresidente Uribe resume la actitud del uribismo en la actualidad respecto a la negociación: "Diálogo y paz sí. Con cese total de actividades criminales". El cuento es una enorme falacia, pero al menos no tan atroz como el lema anterior "Paz sin impunidad", que hace creer a la gente que las FARC se están rindiendo y los ciudadanos pueden optar por castigar o por perdonar a la banda, con el gracioso resultado de que Santos sale reforzadísimo, pues parece que todo lo que falta para terminar un conflicto tan largo es que esos reticentes acepten una amnistía y quieran perdonar (a los demás colombianos les parece de lo más agradable reconciliarse, incluso honroso, toda vez que las víctimas del terrorismo son otros, y de ese modo la tal "paz" resulta claramente una alianza con los criminales en busca de alguna ventaja).
Digo que ese cuento de "negociemos pero dejan de delinquir" es falaz porque bastaría empezar a negociar para que las FARC se extinguieran: todas sus fuentes de financiación son ilegales. Si Uribe les ofreció una Constituyente en 2006 y no aceptaron, ¿cómo esperan que ahora acepten? No, no esperan que acepten, sino que parece que se les tendiera una mano. (Pero en realidad bastaría que ganaran las elecciones para que empezaran a ser generosos y a ganarse así a la mayoría de los políticos y personajes de clase media que aplaudieron la negociación, y siempre habría buena disposición a reconocer los "gestos de paz" que ahora tanto echan de menos). La oferta por otra parte tiene el sentido de evitar la calificación de "guerreristas" por los medios y atraer a esa mayoría de colombianos que aceptan la "paz" negociada. Si se acepta que no hay enemigos a la derecha, es decir, que nadie puede quitarle al uribismo los votos de los opuestos a la negociación, el cálculo parece sensato porque ampliaría el espectro de población que podría votar por Zuluaga. Pero no lo es.
Ya en otra ocasión expliqué que al aceptar los diálogos para complacer a la mayoría en realidad se legitima el proceso. La suma de pacifistas e intransigentes no se da, sino que el perfil del partido y el candidato se desdibuja y el resultado es que los posibles votantes se abstienen. Si además se tiene en cuenta la presión de los medios por hacer invisible al rival del gobierno, sencillamente no se mejora nada con quitarles el pretexto "guerrerista", por no hablar de lo poco serio que parece proponer negociar con unos criminales que con toda certeza dirán que no si no pueden financiarse con sus negocios tradicionales. La estrechez de miras y la indigencia intelectual les impiden ver que SIEMPRE que se empieza a negociar con terroristas se termina cediendo porque se ha renunciado en lo esencial, por no hablar de las presiones de toda la conjura incrustada en el Estado y hegemónica entre las clases altas.
Un motivo posible de esa disposición de Uribe y compañía es el hecho de haber propuesto negociar cuando era presidente y no querer parecer ahora buscando pretextos para oponerse. Puede que ahora tengan suficientes argumentos para justificar el cambio de opinión: sencillamente, la gente puede entender que de lo que se trata es de una alianza del gobierno con los aliados internacionales de las FARC gracias a la cual se pretende darles total impunidad y favorecer el lavado de las enormes fortunas que han obtenido delinquiendo. También la situación que vendrá después, de obvio predominio de los terroristas y sus socios, puede ser clara para millones de colombianos, pero no lo será si no hay quien se lo dice. Y es lo que ocurre efectivamente con esa actitud apaciguadora, que el uribismo contribuye a tapar las complicidades criminales de toda clase de personajes promovidos por los medios: parecen sólo un poco demasiado dispuestos a buscar la paz y no socios casi abiertos del crimen organizado.
No quieren hacer una cruzada contra una manguala criminal y el resultado de eso será la irrelevancia. La suma de votos de diversas opiniones, incluidos los que creen que se van a ahorrar disgustos premiando a los terroristas, es sólo una resta porque el candidato y el partido pierden nitidez en su discurso así como ocasiones de protagonismo y de cohesión de los seguidores.
2. La falsa suma de la diversidad
Ese mismo problema del discurso borroso se da cuando se piensa en la clase de personas que llevan como candidatos. Everth Bustamante no sólo es responsable del crimen del Palacio de Justicia como líder del M-19, por lo que fue condenado, sino que jamás ha pedido perdón ni menos ha dicho la verdad. Sencillamente, el uribismo parece querer hacer realidad el sueño de Jaime Bateman de un "sancocho a la colombiana" en el que quepan todos: del M19 es de donde nace el movimiento Firmes, cuyo líder más persistente en Antioquia fue José Obdulio Gaviria. La insistencia del CPPC en promover a los moiristas que se apartan de las FARC hace pensar en asociaciones muy extrañas.
Esa suma confusa es una resta: ¿con qué autoridad critican la impunidad de los asesinos de las FARC si no sólo han promovido la impunidad del M-19 sino que le hacen la carrera política a uno de sus jefes con más crímenes a sus espaldas? Esa buena disposición llevó a ese grupo a convertirse en el promotor de Francisco Santos, personaje que se describía como el padre de los diálogos de La Habana, y a perdonar mil ligerezas durante el gobierno de Uribe, como el nombramiento de un grupo de ideólogos del terrorismo y aun de asesinos jubilados en el Grupo de Memoria Histórica.
Lo que podría atraer a los votantes sería una actitud clara y ejemplar de enfrentamiento con todas las formas de criminalidad. Cuando los medios calumnian y a la vez "ningunean" a alguien, su única fuerza es la coherencia de su actitud. Si esa coherencia cede en todo momento a las componendas que cada politiquero imponga, sencillamente los votantes no verán el sentido de esa opción y se quedarán en casa o votarán por alguien que los seduzca con otros argumentos.
No quieren hacer una cruzada contra una manguala criminal y el resultado de eso será la irrelevancia. La suma de votos de diversas opiniones, incluidos los que creen que se van a ahorrar disgustos premiando a los terroristas, es sólo una resta porque el candidato y el partido pierden nitidez en su discurso así como ocasiones de protagonismo y de cohesión de los seguidores.
2. La falsa suma de la diversidad
Ese mismo problema del discurso borroso se da cuando se piensa en la clase de personas que llevan como candidatos. Everth Bustamante no sólo es responsable del crimen del Palacio de Justicia como líder del M-19, por lo que fue condenado, sino que jamás ha pedido perdón ni menos ha dicho la verdad. Sencillamente, el uribismo parece querer hacer realidad el sueño de Jaime Bateman de un "sancocho a la colombiana" en el que quepan todos: del M19 es de donde nace el movimiento Firmes, cuyo líder más persistente en Antioquia fue José Obdulio Gaviria. La insistencia del CPPC en promover a los moiristas que se apartan de las FARC hace pensar en asociaciones muy extrañas.
Esa suma confusa es una resta: ¿con qué autoridad critican la impunidad de los asesinos de las FARC si no sólo han promovido la impunidad del M-19 sino que le hacen la carrera política a uno de sus jefes con más crímenes a sus espaldas? Esa buena disposición llevó a ese grupo a convertirse en el promotor de Francisco Santos, personaje que se describía como el padre de los diálogos de La Habana, y a perdonar mil ligerezas durante el gobierno de Uribe, como el nombramiento de un grupo de ideólogos del terrorismo y aun de asesinos jubilados en el Grupo de Memoria Histórica.
Lo que podría atraer a los votantes sería una actitud clara y ejemplar de enfrentamiento con todas las formas de criminalidad. Cuando los medios calumnian y a la vez "ningunean" a alguien, su única fuerza es la coherencia de su actitud. Si esa coherencia cede en todo momento a las componendas que cada politiquero imponga, sencillamente los votantes no verán el sentido de esa opción y se quedarán en casa o votarán por alguien que los seduzca con otros argumentos.
3. La resta efectiva de la misa
Es verdad que la inmensa mayoría de los colombianos son católicos, pero eso no determina lo que harán en las urnas. Sin ir más lejos, el partido confesional nunca ha ganado unas elecciones desde 1926 sin que mediara la división del adversario. También cuando ganó Andrés Pastrana, después de que muchos políticos liberales se apartaran de Samper por el 8000 ("Gran Alianza por el Cambio" se llamaba la componenda).
Lo que pasa es que muchos de los políticos que se oponen al terrorismo son personas de ideología conservadora y a veces da la impresión de que esos valores les importan más que la resistencia a las FARC o que el propio triunfo electoral. Dada su percepción, esperan que muchos colombianos molestos por los cambios en las costumbres los apoyen, cosa que no mueve a votar a tantos pero que sí sirve para que los terroristas se presenten como adalides de las libertades y la modernidad.
Es decir, el bando de Santos es directa o indirectamente el de quienes reclutan, violan y mutilan a miles de menores de edad, pero los políticos y activistas conservadores están más interesados en azuzar la rabia contra los fumadores de marihuana que en explotar el rechazo a esos crímenes. El resultado de esa actuación es que los votantes jóvenes o acostumbrados a la vida alegre terminan asustados y votando por los amigos del terrorismo (característica es la obsesión de Petro por presentarse como el defensor de la "diferencia", retórica que al parecer les resulta muy útil para obtener votos de homosexuales, de usuarios de drogas, de acomplejados y raros y feos y deprimidos, etc.).
Es decir, se presentan como un partido de la misa contra el partido del recreo, con los resultados previsibles de éxito del crimen organizado, que resulta legitimado y puede hacer olvidar sus atrocidades sin límites. Ésa es la gracia que resulta de que no haya demócratas y liberales sino retrógrados con nostalgia de Torquemada y retrógrados con nostalgia de Lope de Aguirre.
Es verdad que la inmensa mayoría de los colombianos son católicos, pero eso no determina lo que harán en las urnas. Sin ir más lejos, el partido confesional nunca ha ganado unas elecciones desde 1926 sin que mediara la división del adversario. También cuando ganó Andrés Pastrana, después de que muchos políticos liberales se apartaran de Samper por el 8000 ("Gran Alianza por el Cambio" se llamaba la componenda).
Lo que pasa es que muchos de los políticos que se oponen al terrorismo son personas de ideología conservadora y a veces da la impresión de que esos valores les importan más que la resistencia a las FARC o que el propio triunfo electoral. Dada su percepción, esperan que muchos colombianos molestos por los cambios en las costumbres los apoyen, cosa que no mueve a votar a tantos pero que sí sirve para que los terroristas se presenten como adalides de las libertades y la modernidad.
Es decir, el bando de Santos es directa o indirectamente el de quienes reclutan, violan y mutilan a miles de menores de edad, pero los políticos y activistas conservadores están más interesados en azuzar la rabia contra los fumadores de marihuana que en explotar el rechazo a esos crímenes. El resultado de esa actuación es que los votantes jóvenes o acostumbrados a la vida alegre terminan asustados y votando por los amigos del terrorismo (característica es la obsesión de Petro por presentarse como el defensor de la "diferencia", retórica que al parecer les resulta muy útil para obtener votos de homosexuales, de usuarios de drogas, de acomplejados y raros y feos y deprimidos, etc.).
Es decir, se presentan como un partido de la misa contra el partido del recreo, con los resultados previsibles de éxito del crimen organizado, que resulta legitimado y puede hacer olvidar sus atrocidades sin límites. Ésa es la gracia que resulta de que no haya demócratas y liberales sino retrógrados con nostalgia de Torquemada y retrógrados con nostalgia de Lope de Aguirre.
Límites del uribismo
El mayor problema es la ausencia de un proyecto de país acompañado de una conciencia clara de lo que hay que hacer. Tras los gobiernos de Uribe quedó un legislativo al que Santos cooptó fácilmente, el control del poder judicial por los socios del terrorismo permaneció intacto, al igual que el de las universidades y los medios de comunicación. Los partidos políticos tampoco mejoraron nada tras los ocho años de Uribe. Sencillamente, los uribistas, dichosos de estar en el poder, intentaron acomodarse a las buenas relaciones con la oligarquía y cuando llegó el momento de pensar en la sucesión no tuvieron mejor ocurrencia que lanzar de nuevo a Uribe, con los resultados conocidos.
Todo el daño que hicieron en esos años es poco comparado con el que hicieron después, al negarse a hacer oposición a Santos por quién sabe qué acuerdos con los políticos de la U. Todavía es la hora en que tratan de ocultar la persecución que sufren los propios compañeros del uribismo, como Arias o Ramos.
Pero lo peor es la ausencia de cualquier visión crítica fuera del uribismo: o se está con las FARC o se asegura que Uribe y compañía nunca han cometido ningún error. En uno de esos dos grupos cabrían prácticamente todos los colombianos que opinan de política. Por eso la confusión que aflora por ejemplo con la adhesión a la candidatura de Francisco Santos o en los llamados a Luis Carlos Restrepo, personaje este que parece más dispuesto a premiar el terrorismo que el mismo Santos.
El mayor problema es la ausencia de un proyecto de país acompañado de una conciencia clara de lo que hay que hacer. Tras los gobiernos de Uribe quedó un legislativo al que Santos cooptó fácilmente, el control del poder judicial por los socios del terrorismo permaneció intacto, al igual que el de las universidades y los medios de comunicación. Los partidos políticos tampoco mejoraron nada tras los ocho años de Uribe. Sencillamente, los uribistas, dichosos de estar en el poder, intentaron acomodarse a las buenas relaciones con la oligarquía y cuando llegó el momento de pensar en la sucesión no tuvieron mejor ocurrencia que lanzar de nuevo a Uribe, con los resultados conocidos.
Todo el daño que hicieron en esos años es poco comparado con el que hicieron después, al negarse a hacer oposición a Santos por quién sabe qué acuerdos con los políticos de la U. Todavía es la hora en que tratan de ocultar la persecución que sufren los propios compañeros del uribismo, como Arias o Ramos.
Pero lo peor es la ausencia de cualquier visión crítica fuera del uribismo: o se está con las FARC o se asegura que Uribe y compañía nunca han cometido ningún error. En uno de esos dos grupos cabrían prácticamente todos los colombianos que opinan de política. Por eso la confusión que aflora por ejemplo con la adhesión a la candidatura de Francisco Santos o en los llamados a Luis Carlos Restrepo, personaje este que parece más dispuesto a premiar el terrorismo que el mismo Santos.
Sin una conciencia clara de la necesidad de una asimilación a las democracias avanzadas se seguirá dando palos de ciego. Las democracias tienen partidos, programas, estatutos, idearios, no sólo la "lealtad" servil a un caudillo cuyo discurso tiene tanta relación con la política "tradicional" y tan poca determinación para obrar como demócrata (en cualquier país civilizado un líder político explicaría por qué hay alguien como Bustamante en la lista cerrada de los supuestos contradictores del terrorismo). Las democracias necesitan civismo, lo que no hay en un movimiento político que permaneció ligado al partido del gobierno años después de infamias como el encarcelamiento de Arias o la manifiesta decisión de negociar con las FARC (había que obrar así porque las clientelas de los líderes podrían quedar sin puesto en caso de romper con el PSUN).
Es sencillo: Santos abolió la democracia, se gastó el presupuesto en comprar apoyos y hacerse propaganda, se alió con Chávez y los Castro, colaboró con los terroristas para hacer necesarios sus crímenes, emprendió persecuciones contra sus contradictores usando el poder judicial y resucitó a las mayores bandas criminales, pero ninguno de esos hechos es el tema de la campaña, sino promesas vagas de inversión en educación (a lo cual Santos ya se ha adelantado promoviendo cinco billones más para las universidades públicas) y vagas denuncias de corrupción (que no animarán a muchos votantes ni desanimarán a nadie de las clientelas, que precisamente se benefician de eso). Más grave no puede ser.
Si hubiera un partido del trabajo y la libertad se plantearía democratizar el gasto público, por ejemplo proponiendo reducir los puestos públicos y gastar los recursos en una pensión de jubilación, por ejemplo de la mitad del mínimo, para todos los colombianos mayores de sesenta años que no tengan trabajo ni pensión, y también para las personas dependientes. Seguro que con propuestas sensatas así atraerían votantes; por mucho que halaguen y sobornen a los universitarios, éstos siempre estarán en el bando del estatismo.
El uribismo fracasará y es facilísimo entender por qué, pero explicarlo es sólo un pasatiempo, nadie hará caso ni querrá entender que esa forma servil de vivir es la causa de todo lo que ocurre después.
Es sencillo: Santos abolió la democracia, se gastó el presupuesto en comprar apoyos y hacerse propaganda, se alió con Chávez y los Castro, colaboró con los terroristas para hacer necesarios sus crímenes, emprendió persecuciones contra sus contradictores usando el poder judicial y resucitó a las mayores bandas criminales, pero ninguno de esos hechos es el tema de la campaña, sino promesas vagas de inversión en educación (a lo cual Santos ya se ha adelantado promoviendo cinco billones más para las universidades públicas) y vagas denuncias de corrupción (que no animarán a muchos votantes ni desanimarán a nadie de las clientelas, que precisamente se benefician de eso). Más grave no puede ser.
Si hubiera un partido del trabajo y la libertad se plantearía democratizar el gasto público, por ejemplo proponiendo reducir los puestos públicos y gastar los recursos en una pensión de jubilación, por ejemplo de la mitad del mínimo, para todos los colombianos mayores de sesenta años que no tengan trabajo ni pensión, y también para las personas dependientes. Seguro que con propuestas sensatas así atraerían votantes; por mucho que halaguen y sobornen a los universitarios, éstos siempre estarán en el bando del estatismo.
El uribismo fracasará y es facilísimo entender por qué, pero explicarlo es sólo un pasatiempo, nadie hará caso ni querrá entender que esa forma servil de vivir es la causa de todo lo que ocurre después.
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